Observatorio FAPOL NEL La violencia y las mujeres en América Latina – Belleza femenina: pasiones y violencias – El caso de los rostros profanados

Observatorio FAPOL NEL La violencia y las mujeres en América Latina – Belleza femenina: pasiones y violencias – El caso de los rostros profanados

Mónica Biaggio. EOL- AMP. Corporeidad. Aguada 3.

Mónica Biaggio. EOL- AMP. Corporeidad. Aguada 3.

Beatriz García Moreno – NELAMP

Se parte de afirmar que la belleza relacionada con lo femenino se puede convertir en un ideal a poseer, que incita no sólo el deseo, sino también a violencias que se enmarcan dentro de la amplia gama de delitos contra la mujer, los cuales se han hecho manifiestos en los últimos tiempos. Es el caso de las mujeres cuyos rostros han sido quemados con ácido, práctica frecuente en países como la India o Paquistán, y que en los últimos años se ha hecho presente en Colombia, primero ligada a la guerra, pero ahora, en tiempos del ocaso del Nombre del Padre, como parte del listado cotidiano de crímenes contra la mujer. En los testimonios de las mujeres agredidas y de los mismos victimarios al ser interrogados por el hecho, se dice que el acto estuvo acompañado de frases tales como: “si no es mía no es de nadie”, o “esto le pasa por ser bonita”.

Teniendo como referencia este contexto, y apoyados en el pensamiento de J. Lacan y en las precisiones aportadas por J-A. Miller y E. Laurent, se ha querido indagar en estos hechos, a partir de afirmar que la acción violenta surge de una pasión generada por la belleza, que se da en el cruce de la imposibilidad de poseerla y lo insoportable que se presentifica a través de ella.

Pero, ¿de qué trata la belleza y que pasiones la acompañan? ¿por qué el lugar preferido para la agresión es el rostro? ¿Es acaso la mirada la que incita a la acción violenta? ¿Ante la pérdida del rostro, qué cuerpo se revela más allá del cuerpo imagen? ¿Qué caminos se abren a las mujeres cuyos rostros han sido profanados?

E. Laurent, en Los objetos de la pasión,1 recoge los planteamientos de Lacan sobre las pasiones, expuestos en diferentes momentos de su enseñanza, en los cuales diferencia pasiones de afectos. Plantea que a diferencia de Freud, que pensaba estos últimos en oposición a la representación, Lacan busca anudar afecto y representación. Esto implica la presencia del cuerpo, y un espacio para introducir el término pasión, no entendida como lo que se opone a la sabiduría ni como lo que debe evitarse para sostenerse en el “justo medio” -como era concebida en la época Clásica-, sino, como un anudamiento entre el inconsciente y un real de goce que se experimenta en el cuerpo. Este entendimiento de la pasión encuentra un momento inaugural en el siglo XII, cuando aparecen las místicas y sus discursos, y el cuerpo se hace presente.

Lacan divide las pasiones en pasiones del ser y pasiones del alma. Las pasiones del ser se refieren a lo que falta en ser y están en relación con el Otro a nivel fantasmático. Son pasiones de amor, odio e indiferencia que conllevan acciones: amamos, odiamos, somos indiferentes. Ellas podrían estar emparentadas con la necesidad de convertir al Otro en un bien que se posee o se rechaza, que, en el caso de las mujeres quemadas con ácido, puede relacionarse con la expresión “si no es para mí, no es para nadie”. La belleza se ofrece a quien comete el acto violento como un significante ideal que podría completarlo como sujeto, taponar la falta y abrirle camino a la felicidad y a la beatitud, las cuales según Lacan, en Televisión,2 hacen parte de las pasiones “del alma”. Son pasiones del parlêtre, que Miller, en Extimidad, trata como “pasiones del objeto a”,3 que van más allá del cuerpo-imagen y permiten una presentificación del goce. Las pasiones desatan acciones en las que el objeto y el ideal se confunden, en las que el objeto a a la vez que causa al sujeto lo pueden aniquilar. En el caso de la quema de los rostros, parecería que al no poder alcanzar al objeto se prefiere borrar eso que perturba. Esta forma de la pasión apunta a la belleza en conexión con lo siniestro, pues al traspasar la barrera de lo bello, se tapona el agujero de lo real en vez de bordearlo y hacer existir la ausencia4, como lo sugiere la obra de arte que se vale de la belleza en esa ooperación. El atacar al rostro que singulariza a una mujer, la universaliza y la desidentifica.

Los empujes de la belleza y la construcción de dispositivos

En la relación entre los sexos, la belleza, concentrada de modo particular en el rostro, hace parte de la mascarada desde la cual la mujer consiente ser objeto del fantasma del deseo del hombre. Pero a la vez que se ofrece como señuelo para el amor, la belleza también puede convertirse en empuje para el odio y la violencia, no sólo por la imposibilidad de poseer al objeto deseado, sino porque, en tanto la última barrera contra lo real, como lo propone Lacan en La ética del psicoanálisis,5 ella no deja de ser perturbadora, y en el enigma que encierra, no cesa de invitar a un goce no-todo, ilimitado, que no puede localizarse ni asirse, que empuja a ir más allá de la norma establecida.

En este Seminario indaga en la función de lo bello y lo sitúa en un cruce con el deseo, cuyo límite, dice, es el ultraje. Su argumento lo despliega a través de la tragedia de Antígona, atrapada en una acción que la sitúa entre la vida y la muerte, en la cual el cruce de lo bello y el deseo se da, dice Lacan, en una relación ambigua: por un lado, lo bello aparece en la mira del deseo, y por otro, parece que lo bello suspende el deseo, lo desanima e incluso hace pensar que éste podría eliminarse del registro de lo bello. Sin embargo, agrega que ambos se cruzan de modo misterioso en un límite que designa como ultraje, aunque dice, lo bello parece ser insensible al ultraje. Lo bello en su función singular al deseo, no engaña, lo despierta y acompaña en tanto tiene estructura de señuelo. El cruce entre lo bello y el deseo parece darse en el  margen del dolor, pero no del dolor del masoquismo, que de acuerdo con Lacan es un bien, sino de lo bello con su crueldad y sincronía.

En su desfile a la muerte, Antígona encarna un goce Otro que no puede asirse, un goce que Lacan relacionó con las místicas, con Joyce6 y con Marguerite Duras, cuando comentó El arrebato de Lol V. Stein, 6 en el homenaje que le hizo a la autora7. Un goce que se deslocaliza, y se apoya en el alma, como lo indica la palabra arrebato en Lol V. Stein, cuando es la belleza la que opera, la belleza que para el psicoanálisis, dice Laurent, no es otra que la misma presencia de un cuerpo más allá de la imagen especular y del destino simbólico convenido por el Otro; y agrega que, ante tal situación, cada uno de ellos compone “complicados dispositivos” para dotarse de uno.

En el caso de Lol, la pérdida del cuerpo-imagen está relacionada con la escena, muy al comienzo del relato, que ocurre en el salón de baile del casino de T. Beach, cuando su novio, Michael Richardson, que esa noche estaba destinado para ella y para quien ella se había preparado con su traje largo y su desnudez, como dice Lacan en el homenaje, es raptado por una mujer, Anne Marie Streter. Esta llega al lugar acompañada de una hija que huye del baile, y desde que entra atrapa al novio en una danza que suelda sus cuerpos y, como lo anota Catherine Lazarus-Matet, en un “instante fulgurante” rapta su mirada mientras “su atención queda sometida por entero”. 8 Así, Lol se fija a un lugar, como nunca antes lo había estado, y ese embrujo sólo parece romperse, luego de que la pareja sale del salón. Es esa ruptura, de acuerdo con sus palabras, la que la sitúa en un no estar, en un lapso que allí se abrió y duró diez años, en el que se casó y tuvo tres hijos y llevó una vida adaptada a lo establecido. Sobre esa época, ella le dice a su amante Jacques Hold, “Sí, ya no estaba en mi lugar, ellos me llevaron (…) no comprendo quien está en mi lugar”.

Al cabo de esos diez años, Lol encuentra por casualidad a su antigua amiga y compañera de infancia, Tatiana, quien también presenció la escena del baile, y descubre que, aunque ésta está casada, tiene una relación secreta con el que es su amante, Jacques Hold. Ella decide seguirlos hasta la casa de citas donde se reúnen, y desde el césped de enfrente mira a través de la ventana abierta como Hold le quita el vestido y aparece la mujer “desnuda, desnuda bajo sus cabellos negros”.9 Lacan dice que esta escena más que reactualizar el acontecimiento del baile, rehace el nudo que es el que aprieta y causa el arrobamiento de Lol, que la devuelve a un sitio del que ya no podrá desprenderse. Podría decirse que el objeto (a) mirada se convierte en objeto de su pasión, el que le da el lugar que nunca había tenido, y la convierte en parte del cuadro, en mancha que mira y atrapa. Y desde allí atrapa a los demás, al mismo Lacan que en su homenaje a la escritora, bellamente comienza diciendo:

“Arrebatada. Se evoca el alma y es la belleza la que opera. De este sentido al alcance de la mano, uno se libera como pueda, con símbolo.

“Arrebatadora es también la imagen que nos impondrá esa figura de herida, de exilada de las cosas, que uno no se atreve a tocar, pero que nos vuelve su presa”.10

También Hold queda preso del arrobamiento, “dispuesto a amar a toda Lol”11 y cargar con la angustia y el arrebato de lo que acontece. De ese modo, libera al lector que queda atrapado en el brillo de ésta, en su belleza, su deseo y su goce, y en ese cuerpo de “a tres” que compone.

Lol alas de ángel, como Lacan dice al descifrar su nombre,12 atrapada en la pasión por la mirada, queda petrificada en una actitud de arrobamiento que quizás podría relacionarse con la beatitud. A la piedra alude su apellido, Stein, enfatiza Lacan, y agrega que además está la V., tijeras, que parece señalar corte, alas cortadas. Lol está fija en la escena. Su vaciamiento quedó preso a ese momento del baile, pero su actualización se ha dado a partir de la escena de la amiga que su amante desviste, donde a modo de mancha la mirada aparece y la enloquece. Ella deja todo, su familia, sus hijos, por regresar a ese césped de enfrente, desde donde puede, a través de la hendidura, del encuadre que le ofrece la ventana, ver lo que allí sucede.

Lol pierde su cuerpo cuando le es arrebatado por otra mujer que la deja vacía, y sólo lo encuentra en la amiga con sus cabellos largos y su desnudez que no cesa de mirar desde lejos, mientras su amante la desviste. Lol construye un cuerpo que va más allá de la imagen, un cuerpo agujero al que da horma el objeto a.

La agresión a la belleza va más allá del hecho de afectar la imagen del sujeto que le produce júbilo y que ofrece a Otro para su aprobación. Ella atenta contra un goce-Otro insoportable, que se escapa y no puede asirse.

El rostro profanado y las búsquedas de reconfiguración

El rostro, que es el foco de la agresión con ácido, además de que contiene los rasgos y marcas que identifican a cada individuo, se ha considerado históricamente como el espejo del alma; él es el que deja ver las virtudes y los defectos, en fin, las pasiones de cada uno. El rostro, prosopon, para los griegos era lo más importante de cada sujeto. Él encarnaba el enigma que Platón enunciaba en el “Banquete” cuando Alcibíades decía que la belleza de Sócrates estaba más allá de su apariencia de Sileno, y se refería a la piedra preciosa, agalma, que guardaba. Y esto es lo que, como dice Miller,13 crea un punto de extrañeza, de extimidad, de real, que a la vez que atrae, intimida y repele.

En el caso de la mujer, el rostro es el que parece concentrar los rasgos de su belleza. En los juegos del amor, cuando se ofrece para ser contemplado, el enigma no tarda en aparecer unido a la perturbación, y quizás a la presentificación de algo siniestro, de un goce que se ofrece a modo de cabeza de Medusa que petrifica a quien la mire. Se trata del objeto a mirada que Lacan extrae y lo presenta, como lo señala Miller,14 como el más inasible, el más evanescente, el que la pantalla tan sólo atrapa mediante una anamorfosis que requiere de un encuadre más allá del punto geometral.

Si bien el encuentro con la primera imagen en el espejo produce júbilo por el reconocimiento de una forma que tiene la capacidad de preñar, como lo expone Lacan en El estadío del espejo…,15 dicha imagen no se sostiene por sí misma, sino que requiere del reconocimiento del Otro -que le otorga un cuerpo simbólico-, y de una modelación permanente a lo largo de su vida, en tanto que es el objeto a y su afán de satisfacción el que la enforma,16 y de-forma. En el cuerpo-imagen, el que el Otro reconoce y le permite circular en lo simbólico, la piel hace de envoltura. Ella bordea cada uno de los agujeros del cuerpo y da cuenta de las marcas producidas por el significante, por la palabra, por el goce. Es la piel, la envoltura de la imagen-forma en el espejo que circula en lo simbólico y se agota en el tiempo con la acción de real, la que se consume en el encuentro con el ácido, mientras se pone de presente el cuerpo bolsa, habitado y agujereado por la pulsión.

Los rostros quemados presentan la pérdida de la forma encontrada en el espejo del cuerpo imagen que el parlêtre cree tener. Ellos pierden la imagen que da consistencia y descubren el cruce de un límite, el odioenamoramiento, pero también el enigma del objeto a que se queda sin pantalla y devela el agujero, el vacío, aunque la pulsión, que bordea el objeto a que enforma, de nuevo insista en presentificarse, en encontrar otra apariencia a la que de su horma.

Los cuerpos-rostros-imagen agredidos y arrebatados por el ácido, dan paso al vacío del espejo y a un cuerpo bolsa-piel informe, agujereada, pura envoltura de las pasiones, que ante la falta de consistencia imaginaria y de reconocimiento que les permite localizarse en lo simbólico, se sitúan en un limbo sin forma, que en un primer momento se ofrece sin atajo alguno.

Lacan, en el Seminario 23, El Sinthome, cuando habla de “La escritura del Ego”,17 dice que el palêtre idolatra su cuerpo y hace lo que sea para aparecer bello no sólo para él mismo, sino para ser mirado por los demás; y por ello cuándo el cuerpo imagen-símbolo cae, se requiere de acciones diferente para construir un cuerpo donde la pulsión se satisfaga. En los casos estudiados de las mujeres quemadas con ácido, se han podido identificar al menos dos respuestas luego del hecho traumático: aquellas que tratan por la vía de la restitución de construir su rostro a partir de lo que les queda -acompañadas muchas veces por mujeres que también han sufrido el incidente, como queriendo reconstruirse entre unas y otras, organizadas en fundaciones cuyo propósito es reconstruirse y hacer acciones para que ello no vuelva a ocurrir-; y aquellas que parecen identificarse con la posición de deshecho a las que se han reducido, y se convierten en agujero – goce sin rostro para el disfrute de otros. Es el caso de una mujer que perdió su rostro por el ácido, y se cubre su cara y su cabeza para trabajar en un cabaret haciendo striptease, con el nombre de “la mujer sin rostro”.


Notas
1   Laurent, Eric, Los objetos de la Pasión, Tres Haches, Buenos Aires, 2001.
2 Lacan, Jacques, “Televisión” (1973) en Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pp. 535-572.
3 Miller, Jacques-Alain, Extimidad (1986) Paidós, Buenos Aires, 2010, pp. 464-468.
4 Sobre la belleza en relación con la posiblidad de bordear el agujero ver: Wajcman, Gérad, El objeto del siglo,
Amorrortu, Buenos Aires, 2001, p. 161.
5 Lacan, Jaques, El Seminario libro 7, La ética del psicoanálisis (1959-1960), Paidós, Buenos Aires, 2003, pp. 278-289.
6 Duras, Marguerite, El arrebato de Lol V. Stein, Tusquets Editores, México, 2013.
7 Lacan, Jacques, “Homenaje a Marguerite Duras, por el arrobamiento de Lol. V. Stein” (1966), en Otros Escritos, Buenos Aires: Paidós, 2013, Págs. 209-216.
8 Lazaruz-Matet, Katherine “El instante eterno de Lol” en Miller, Jacques-Alain Los usos del lapso, Paidós, Buenos Aires, 2005, pp.483-512.
9 Lacan, Jacques, ibid., p. 213.
10 Lacan, Jacques, ibid., p. 209.
11 Lacan, Jacques, ibid., p. 212.
12 Lacan, Jaques, ibid., p. 209.
13 Miller, Jacques-Alain, ibid. pp.94-98.
14 Miller, Jacques-Alain, “La imagen reina” en Elucidación de Lacan, Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 577-593
15 Lacan, Jacques, “El estadío del espejo” en Escritos I, Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 86-93.
16 Laurent, Eric, “Más Allá del Narcisismo” en Miller, Jacques-Alain. 2013. El lugar y el lazo, Paidós, Buenos Aires, 2013, pp. 67-75.
17 Lacan, Jacques, J. El Seminario libro 23, El Sinthome (1973), Paidós, Buenos Aires, 2006, pp. 141-153.

No se permiten comentarios.