Beatriz García Moreno
La argumentación expuesta en los trabajos presentados en el ENAPOL 2023 “Empezar a analizarse” permite plantear que en los comienzos del análisis se da el encuentro entre dos tiempos: el de la urgencia que acompaña el pedido de quien hace la consulta y el de la paciencia que introduce el analista para lograr el despliegue de la palabra que de forma al síntoma y permita que se instale el acto analítico. Una pregunta que surge con la lectura de esos textos es si esos dos tiempos permanecen a lo largo del análisis. Intento abrir camino para la respuesta a partir de recoger algunas de las elaboraciones presentadas.[1]
La angustia en la urgencia mantiene abierta la demanda al Otro, no lo borra. Por ello se acude a un analista; el paciente vuelve por una urgencia vital que convoca al analista a hacer par con lo que urge.
Atender esa urgencia implica acogerla en el instante de ver en el que sucede que no se refiere al frenesí del tiempo.
Para lograr que eso que urge se sostenga en el recorrido analítico, se requiere de paciencia para introducir un tiempo que permita dar forma al síntoma
El juego de esos dos tiempos, el instante de ver propio de la urgencia, y el del despliegue de la palabra, permiten pasar de la urgencia del sujeto que produce sufrimiento a la urgencia del parlêtre que da cabida a lo real del síntoma.
Los pedidos de análisis suceden en medio de diversas clases de urgencia, la relacionada con el pánico y la angustia, la que está detrás de los que se resisten, la que se esconde en lo simbólico. La solicitud por la urgencia refiere a algo por fuera de la cadena significante, a algo que llega sin preguntas, sin pedido de amor ni de saber, pero con goce; sin embargo, es un algo que precipita a alguien a solicitar un análisis.
Cuando Lacan en el “Prefación a la edición inglesa del Seminario 11”[2] articula urgencia con satisfacción, se refiere a la urgencia del parlêtre, relacionada con pérdida de satisfacción del síntoma que no puede tramitarse por lo simbólico y aparece como algo que urge con una necesidad imperiosa de satisfacción. Lo real del goce irrumpe en el plano de las resonancias de lalengua, del goce Uno que dialoga solo. Eso que urge refiere a un encuentro traumático con lo real que desestabiliza al parlêtre, le genera sufrimientos y le impide seguir el ritmo de su vida. Sin embargo, en medio de la multitud de lalenguas, de las irrupciones singulares de cada Uno, es posible que suceda un Uno encuentro.
La angustia en la urgencia mantiene abierta la demanda al Otro, no lo borra. Por ello se acude a un analista y se arriesga decir algo de lo que le ocurre; no por una transferencia que implique amor o un saber supuesto a Otro, ella va más allá del significante. Lacan en su última enseñanza[3] se refiere a la transferencia como espejismo, sugestión, y afirma que antes de que se despliegue el sujeto-supuesto-saber, el paciente vuelve por una urgencia vital que convoca al analista a hacer par con lo que urge.
En la urgencia se rompen las coordenadas de espacio y tiempo del sujeto y éste se precipita en una temporalidad marcada por la angustia. Atender esa urgencia implica acogerla en el instante de ver en el que sucede, no se refiere al frenesí del tiempo que impone el amo moderno o a la prisa que responde al imperativo superyoico del goza, sino al tiempo de algo que urge en lo real.
Esta demanda requiere de un analista que haga par con la urgencia y con el goce Uno del solicitante, sin retroceder ante lo real. El analista con su deseo y su presencia atiende la urgencia e introduce un tiempo de suspensión que permite la lectura de los elementos en juego y de ese modo abre lugar para acoger lo que urge. En las entrevistas preliminares, el analista deja de ocupar el lugar del supuesto saber y acoge el de partenaire de goce, orientado por preguntas que apunten a precisar si se trata de una urgencia de satisfacción, si el sujeto tiene cómo bregar y arreglárselas con su síntoma. El estar convocado a hacer par con la urgencia plantea al analista preguntas sobre su modo de operar a la entrada para pasar de la urgencia como sufrimiento a lo que urge en lo real.
Para lograr que eso que urge se sostenga en el recorrido analítico, se requiere de paciencia para introducir un tiempo que permita dar forma al síntoma, advertidos de que la urgencia referida a lo real es la que orienta el discurso analítico e impone los tiempos de tratamiento. En el instante de ver aparecen comprimidos los momentos en que el goce irrumpe, pero en otro, se despliega la palabra de tal modo que el síntoma logra alguna forma. El juego de esos dos tiempos, el instante de ver propio de la urgencia, y el del despliegue de la palabra, permiten pasar de la urgencia del sujeto que produce sufrimiento a la urgencia del parlêtre que da cabida a lo real del síntoma.
Cuando la urgencia preside la demanda se requiere de la flexibilidad del analista para consolidar un ritmo tolerable al sujeto, un tiempo singular de acuerdo con cada uno. Si bien la urgencia catalogada como tal, en los servicios de salud, se presenta como la necesidad apremiante de ser atendido e introduce la pregunta del tiempo requerido para esa atención, la urgencia en el análisis requiere de otro tiempo que exige la paciencia del analista para intentar causar la palabra o desentrañar el decir enmarañado, de tal modo que se puedan encontrar los significantes que lo representan y dar alguna forma. El inicio del análisis requiere sostener la paciencia y la prudencia del tiempo de cada parlêtre, sin evitar algún forzamiento que abra camino a la forma del síntoma.
La paciencia como actitud frente a lo real permite acompañar a los consultantes hasta que se produzca la ruptura con algo soldado. La política del síntoma que nos orienta requiere de paciencia para su lectura. Cuando se trata de una psicosis, la paciencia permite la precaución para abordar el desanudamieno expuesto e introducir el tiempo necesario para la palabra que indique alguna posibilidad de maniobra. El encuentro con el discurso analítico requiere de paciencia, el tiempo lógico que le es propio requiere de paciencia.
Podría decirse que la urgencia como algo de lo real que acompaña los pedidos de análisis preside el análisis, y requerirá de la paciencia del analista para dar la satisfacción esperada que marca su fin. [4]