Gustavo Ramos
Cuando piensa los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan produce un importante giro en relación al concepto de sujeto, el cual ya no será pensado como amo de si, sino como dividido y solo se muestra en la irrupción de una equivocación. En ese sentido, habría una estrecha relación entre el concepto de inconsciente y el de sujeto, en la medida en que en la doble operación de causación del sujeto – alienación y separación – lo que resta de la operación de constitución del sujeto en el campo del Otro es el inconsciente. De tal modo que hay una conexión importante entre estos dos polos, los cuales pueden ser leídos a la manera de J.-A Miller como S1 y S2, habiendo el retorno de S2, el saber, lugar del Otro, al S1, significante primero, lugar del síntoma. Aquí existe un punto interesante: el saber constitutivo del ser hablante viene del lugar del Otro, no es intrínseco al sujeto, lo que se coloca como “primero” viene de segunda mano, ya con los trazos y huellas del Otro. Si vamos a pensar solamente por la vía estructural, digamos así, ese procedimiento sucede siempre de la buena manera, con el Otro suministrando significantes para libidinizar y nombrar algo para ese sujeto por nacer – lo que no significa, es importante decir, que a lo largo de la vida de este sujeto no se encontrará con los efectos a menudo mortíferos de un discurso segregacionista. Hay que tener en cuenta que este Otro puede tomar las vestiduras de un discurso racista, homofóbico, machista y dejar marcas indelebles en el núcleo de este proceso al producir síntomas específicos.
Es en esa vía que Lacan va a afirmar en Joyce, el sinthoma: “Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia que nos habla. Este nos debe entenderse como un complemento directo. Somos hablados y, debido a esto hacemos de las casualidades que nos empujan algo tramado. Hay en efecto, una trama – nosotros la llamamos nuestro destino”[1]. En ese recorrido Lacan está desentrañando al propio estatuto del sujeto en psicoanálisis: está siempre ligado al Otro y a sus marcas. Es por eso que podemos leer tal afirmación con el estatuto del ser inmigrante, aquel que nunca pertenece al lugar donde está localizado, está siempre en relación de diferencia y no de igualdad con la tierra. “Ser un inmigrante es el estatuto mismo del sujeto en el psicoanálisis. El sujeto como tal, definido por su lugar en el Otro, es un inmigrante. No definimos su lugar en lo Mismo porque sólo tiene hogar en lo del Otro”[2]. En el procedimiento de conexión S1 y S2, hay un elemento que no llega a ser abarcado por el lenguaje: del goce. No logra ser llenado por el lenguaje y, con eso, no entra en la lógica del significante y así se localizaría en el registro de lo mismo, de lo invariable goce. Si entrara por la vía significante, el goce podría aproximarse a lo idéntico, a la lógica de una identidad con “[…] las paradojas y las dificultades que conlleva la definición significante lógica de la identidad consigo misma.”[3]
El goce, por no estar sometido al lenguaje y a la lógica significante, permanece en el ámbito de lo mismo, pero ¿y el analista frente a eso? ¿Cómo queda el trabajo del analista ante las categorías sociales, de género, raza y de toda diferencia, que dejan sus marcas en la mismidad del goce y tales marcas recaen en el síntoma del ser hablante? Los cruces de la historia de cada uno compondrán la constelación simbólica e imaginaria, y el analista advertido de esas cuestiones renuncia a saber de antemano respecto de una supuesta fragilidad, de una idea anticipada de imaginarización o identitarismo, para ponerse del lado del cuidado frente a las narrativas y construcciones que tales sujetos tejen acerca de sus encuentros con el Otro y con las respuestas sintomáticas derivadas de ahí.
Las marcas en la clínica
Desde esa perspectiva, el trabajo analítico en las entrevistas preliminares, en torno a la verdad no toda que tropieza con lo real, parece carecer de tres tiempos. El primero, de localizar los nombres del peor, sobrenombres del goce en un discurso determinado al que el sujeto adhirió, dando lugar a la fijación de una manifestación del goce, no en la forma de síntoma, sino de barrera simbólica a un recorte de real. Esa localización de un punto de goce en algún significante, elegido e impuesto al sujeto, favorece que sujeto y Otro se disocien en la operación de separación la cual, en nuestro tiempo, incide también sobre el Otro. Cernir el punto de goce del Otro sobre el sujeto no implica victimizarlo o fortalecer procesos de identificación, al contrario, hace que el ser hablante pueda vérselas con aquellas marcas dejadas por el encuentro con el Otro y crear algo nuevo a partir de eso. Esa segunda operación, en las entrevistas preliminares que se prolongan en el tiempo, es necesaria para decantar el exceso, hacer borde en el uso del cuerpo, a fin de que el sujeto pueda separarse de esos nombres alienantes. Él cifra el goce de manera preliminar en un significante, en un movimiento, aunque de ellos no nazca un enigma sobre su deseo. Ese punto captado se convierte, entonces, en punto desde donde una enunciación puede dar inicio a un trabajo analítico, si es posible, de conjugar el verbo único y singular de su cuerpo de goce en una lengua compartida, pero no la misma. El Uno del goce no camina sin encontrar un modo de coexistencia con otros modos de goce.
El trabajo analítico de sintomatizar, a posteriori, el arreglo pulsional, de extraer los significantes de su cadena, de cifrar el cuerpo como Otro goce y nombrarse, serían operaciones inauguradas por ese tiempo preliminar. Un analista no puede estar tan identificado a su cosmos al punto de no conseguir descentrarse de él, pues eso implica dejarse desalojar de la posición “de psicoanalista” para posibilitar que algo inédito pueda ser construido y tejido a partir de las marcas dejadas por el discurso del Otro.
Traducción: Josefina Elías
[1] LACAN, J. El seminário, Libro 23 El Sinthome. Buenos Aires: Paidós, 2011 p.160
[2] MILLER, J.-A. Racismo. In: Extimidad. Buenos Aires: Paidós, 2017. p. 43.
[3] Ibíd, p. 45.