María Elena Lora[1] (NELcf)
La noción de práctica analítica en instituciones implica en sí misma la idea de multiplicidad. Eric Laurent orienta al señalar que el psicoanálisis de orientación lacaniana es uno, sus aplicaciones forman una serie y una diversidad en los distintos dispositivos institucionales, en tanto abren la posibilidad de una variedad de prácticas. La práctica en institución no supone una pura y sencilla traslación del paradigma de la sesión, ni se trata de una práctica del psicoanálisis fuera del consultorio, sino se trata de posibilitar las condiciones de una práctica entre varios, analistas o no, orientada por la clínica del parlêtre y lo real.
Una experiencia de trabajo en una institución que acoge niños secuestrados y expuestos a la violencia sexual comercial me permite reflexionar sobre el quehacer de un analista en instituciones.
Se denomina violencia sexual comercial porque implica en todos los casos una transacción económica en la que prima el interés comercial, la búsqueda de ganancia, la conversión del niño, niña en una mercancía, en un objeto con valor de cambio. Por otra parte, se reconoce como explotación porque se trata violencia sexual, violación, dominación, coerción y el sometimiento a la servidumbre sexual de niños, reduciendo sus cuerpos a objetos destinado a proporcionar placer o excitación.
La violación supone un acto violento en estado casi puro, una apropiación sexual que implica la exacción de algo forzado a los niños; estamos ante un fenómeno de violencia, que sobrepasa varias formas de crueldad. La explotación sexual comercial infantil con fines de prostitución, permite pensar cómo esta forma de abuso sexual con los niños, es un fenómeno ligado a lo que se denomina corrientemente la crisis de la contemporaneidad, la cual es un efecto de la actual sociedad de consumo, resultante del matrimonio entre la ciencia y el mercado, unidos para explotar el deseo del hombre con el capitalismo.
Así, los expulsados de este sistema llamado capitalismo salvaje, son el producto de un mercado, cuyo movimiento y dinámica se ha convertido en una fábrica de generar desechos y entre estas sobras están los niños. De esta manera, una vez que se agota el valor de mercancía, sólo queda el sujeto como un resto descartable. Los desechos humanos son un nuevo real fuera de sentido, no regulado por una norma, sino producidos por la instalación de un sistema y un discurso que se desentiende de cualquier responsabilidad causal. Ciertamente existe preocupación en las instituciones por la problemática social que representa la prostitución infantil y, con ello, las atrocidades a las que se ven expuestos los niños. Sin embargo, las acciones resultan insuficientes, en la medida en que en las instituciones se silencia la palabra, al no reconocer el estatuto de la sexualidad de los niños, aquello que los singulariza: su goce; asimismo, no se escucha que todo acontecimiento que el niño experimenta pone en cuestión su cuerpo.
Algunas instituciones, ante la explotación sexual comercial de niños, se presentan como espacios de colocación, lugares de acogida de estos niños, considerándolos víctimas, taponándolos con respuestas afectivas y exculpándolos. Igualmente, el recrudecimiento de la violencia y la corrupción entrañan la presencia de discursos que obturan la circulación de la palabra, evidenciándose la presencia siniestra de caudillos autoritarios, delincuenciales, el crimen organizado, para quienes los niños son cifras, son dinero.
Ahora bien, la experiencia de una práctica clínica, sobre esta problemática fue la que se trabajó en una ONG, tomando en cuenta la presencia y la iniciativa de otros intervinientes, una práctica que puso el acento sobre la inter-responsabilidad de todos los integrantes y no la simple visión de la interdisciplinariedad. Bajo esta perspectiva, se planteó la lógica de situar que los encuentros violentos en la prostitución infantil, trastocan las barreras mismas de la vida sexual de los niños y esto no es sin la mediación del cuerpo. Fue importante acoger no al sujeto sino al síntoma, es decir, inscribir el cuerpo en la lengua. De manera que su cuerpo no solo sea tomado como un mueble del que se dispone y sólo se explota.
La práctica psicoanalítica permite desplegar una lectura concerniente a lo real y los modos de gozar, ello posibilitó entender estos fenómenos de explotación sexual de niños, situando el lugar del estos niños sin ignorar el cuerpo en el que se inscriben las marcas del Otro y cómo este cuerpo que resulta violentado se encuentra en dificultades. Este tipo de fenómenos convocaron a abrir espacios de encuentro donde se ofertó a cada sujeto un lugar para hablar de su sufrimiento, de su conflicto, escuchándolos testimoniar uno por uno en su diversidad, sobre aquello concerniente a su cuerpo y a su sexualidad, poniendo en marcha la transferencia. El trabajo permitió acompañarlos en el recorrido posible de alguna construcción, de alguna solución singular. Vale decir, posibilitó un saber hacer respecto a su posición subjetiva y ética en relación a su goce.
Esta experiencia de trabajo evidenció algunas enseñanzas e impasses. Una enseñanza consistió en situar la noción de causa desde la lógica del psicoanálisis en el trabajo clínico, vale decir brindar una lectura e intervención consecuentes con el modo de goce y la sexualidad presente en la vida de cada uno de los niños; la otra enseñanza concierne a poder situar la presencia de un límite interno del campo de acción. Ambas enseñanzas, permitieron leer el trabajo y localizar aspectos críticos, por ejemplo, se identificó cierta dificultad en el trabajo con los niños varones, quienes permanecían encerrándose en un silencio inquietante, sin posibilitarse formular sus vivencias. Por otra parte, en el caso de las niñas, algunas de ellas se refugiaban en discursos religiosos, obturando de este modo la circulación de la palabra.
El saldo de esta intervención institucional es una experiencia de trabajo, que no se limitó a denunciar, sino hizo posible actuar y dar lugar a un discurso alternativo orientado por el psicoanálisis, hasta un punto en que empujados por el nivel de violencia al que estábamos expuestos, los analistas y el personal de la institución fue necesaria la interrupción del programa. Las amenazas y actos violentos contra el personal como el asesinato de un pedagogo ejecutado por grupos delincuenciales, pusieron de manifiesto que la violencia sexual comercial de niños y niñas va más allá de la dignidad de la condición humana por su carácter de explotación, abuso y objetivación del parlêtre.
Desde la ética del psicoanálisis, aun nos interrogamos cuando decir no a este tipo experiencias de trabajo institucional.