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Lacan XXI entrevista a Christiane Alberti[1],[2]


lacan21 - 18 de mayo de 2023 - 0 comments

Lacan XXI: En línea con el tema de este número de Lacan XXI hemos seguido sus planteos acerca de las incidencias y los impasses de otros discursos: La disolución del discurso del amo, asociada a la incidencia del discurso capitalista y la presencia de los productos de la tecno-ciencia; el efecto contemporáneo de un discurso de auto-denominación / determinación, que lleva a los sujetos a reunirse en comunidades de goce haciendo masas como cifras anónimas; el discurso jurídico corriendo tras ellos e interfiriendo en las condiciones de posibilidad para la interpretación, oficiando la reducción de la dimensión de la palabra implicada en el sintagma: “lo dicho es lo dicho”; el discurso político y el jurídico haciéndose eco de estos movimientos reivindicativos y entonces cualquier palabra proferida en el contexto de la reivindicación de un sujeto es potencialmente blasfematoria.

¿Cómo ubicar los impasses en los que se abre para el psicoanálisis en la actualidad la posibilidad de conversar con estos discursos? ¿Cómo orientar un diálogo que prepare el terreno para la interpretación, para devolverle el valor a la palabra, a la singularidad?

Christiane Alberti: En efecto, hay un contexto de civilización a tener en cuenta por los psicoanalistas y por el psicoanálisis, muy diferente de aquel en el que se encontraba Lacan a propósito de lo que él denominaba los vínculos del psicoanálisis. Lacan tenía relación con numerosas conexiones y hacía múltiples referencias a disciplinas como la historia, la antropología, la lingüística… J.-A. Miller lo denominó «un humanismo formalizado». En los años 50 el psicoanálisis conversaba con estas disciplinas. Hoy en día la conversación con las ciencias humanas o sociales está más comprometida, porque nos enfrentamos con un verdadero giro civilizatorio, que se traduce en un rechazo o una negación del inconsciente, y principalmente en un contexto más general de escotomización de la función de la palabra. La tendencia en la clínica es separar el cuerpo y las palabras. Toda manifestación sintomática es reenviada al cuerpo del sujeto (como desorden neuro) y, correlativamente, el sujeto es reducido a un sujeto de la voluntad, lo cual lo conduce a recurrir al derecho; de allí la inflación del todo jurídico. Cada síntoma, cada trastorno es devuelto al cuerpo del sujeto, y se convierte en objeto, no de una queja dirigida a un otro confiable u otro transferencial, sino de una reivindicación de derecho, dirigida al discurso universal del derecho. Por ende, es más bien la norma, basada en sintagmas fijos, lo que viene al lugar de la interpretación.

La palabra es posible a condición de que alguien crea en ella, dice Lacan en su primer seminario. El deseo del analista se pone en juego en la cura, en primer lugar, con el reconocimiento de la palabra como tal. Cuando un análisis no se reduce a la crónica de los acontecimientos que han coloreado la vida de un analizante, hace palpable la prueba singular de la palabra en análisis. Se trata de que el analista no haga obstáculo a la emergencia de la palabra: dejar que la palabra se despliegue, alojar sin acotaciones todos los hechos del dicho, prepara la experiencia propiamente analítica. Es una disciplina que no tiene nada de evidente, a la que hace falta comprometerse. De esta abstinencia, del silencio, dependerá la producción de la palaba del analizante. Conforme al modo en que Lacan concibe el dialogo aparente entre analista y analizante al inicio de su enseñanza, la palabra depende de la respuesta del Otro, se constituye como tal en espera de la respuesta del Otro. Depende de la respuesta del analista y más precisamente de su silencio: es en el silencio que se produce como tal.

La función de la palabra en tanto tal supone que el sujeto dice siempre más de lo que quiere decir, siempre más de lo que sabe. Al desplegar su palabra, se traiciona a sí mismo y descubre que el yo no es amo en su propia casa. Ahora bien, hoy en día, lo que se dice es estrictamente equivalente a lo dicho, sin margen para la interpretación.

En este sentido, el psicoanálisis cobra su sentido fundamental de experiencia, y de experiencia subversiva, porque es una experiencia que le da al sujeto un espesor de ser. Se hace la prueba de lo que hablar quiere decir, y se descubre que los significantes en tanto tales están liberados de la intención de significación. Sólo los significantes se hacen escuchar. Se mide así la distancia entre lo que se dice (siempre un significado) y lo que se escucha, el desajuste entre el decir y el dicho, que preserva el lugar de la interpretación.

De este modo se puede extraer del flujo continuo de la palabra, por descomposición, la dimensión propia del significante. El significante se libera de la rutina del significado y deviene perceptible, puede ser escuchado en su materialidad (“Las palabras sin arrugas” de las que habla Breton). No solamente la verdad que dice Yo, sino la palabra-materia, la materia sonora fundamental.

Lacan XXI: ¿Ha podido usted reflexionar acerca de los obstáculos que los propios analistas tenemos para dialogar con otros discursos?

Christiane Alberti: Me parece interesante considerar no los obstáculos que constituyen los otros discursos, sino, ante todo, los escollos que nosotros mismos debemos evitar. ¿Cómo concebir la acción lacaniana en respuesta a los otros discursos? Una acción que esté en sintonía con el discurso analítico.

Se trata de situar al psicoanálisis en posición de causa, porque nuestra referencia a la política es diferente de una posición ideológica o partidaria. Debemos extraer las consecuencias en contexto. ¿Y cuál es ese contexto? El del ascenso del discurso de las tecnociencias con su corolario de expansión de la segregación. Se puede introducir una subversión en una situación dada. Más exactamente, elegir la subversión es lo que nos da un lugar, allí donde la oposición pura y simple, sin comprometerse en el debate, equivale a reforzar lo que se denuncia. Lo que puede orientarnos es la elección forzada de una política del síntoma.

Lacan XXI: Nos interesó especialmente lo que ubicó en su Conferencia “¿Qué puede el psicoanálisis?”, en la Universidad de Buenos Aires, acerca de la hiperactividad en el niño como efecto de la deslocalización de la causa como externa a sí mismo, producto de ser “una cepa aislada, autónoma, del Otro”. También lo que situó en relación a la adolescencia: el desencanto y la depresión, como consecuencia del tener y el placer en detrimento del ser. ¿Cómo introducir allí el gusto por el inconsciente, por la palabra, muchas veces como salida del acto, en sus diversas manifestaciones (hiperactividad, acting…)?

Christiane Alberti: La “Conferencia en Lovaina”, recientemente editada, es un verdadero lugar de orientación. Voy a destacar aquí dos puntos. Primero, la consideración hecha por Lacan de una determinación esencial del malestar en la cultura, la del discurso científico y especialmente las tecnociencias, por cuanto se imponen como ideología dominante de las sociedades contemporáneas. Al nombrar y focalizar la crisis abierta por la generalización de los efectos del saber, Lacan señala la puesta en cuestión de todas las estructuras sociales. Podríamos pensar que la universalización, inherente a los efectos del discurso científico, homogenizaría las relaciones, mientras que, por el contrario, aumenta la segregación. Los dispositivos que permitían la integración, incluso la integración de los individuos en una sociedad, toda la potencia sincrética de lo político, han volado en pedazos. El declive de lo común se acompaña de un ascenso planetario de la segregación.

Es en este contexto discursivo que J. Lacan propone hacer del psicoanálisis el campo de un ejercicio más extendido que el de la cura. El lazo social totalmente inédito que se anuda entre analista y analizante, que se desplaza del “tú y yo, nosotros y ellos”, puede extenderse más allá de la cura. A partir de la experiencia del análisis, podemos apostar por los recursos del discurso, que no es más que “el lazo entre los que hablan”. La política, en el fondo, es el lazo social. Y es nuestra arma frente a la pulsión de muerte: “En definitiva, no hay sino eso, el lazo social” (J. Lacan). O sea, lo que mantiene a los cuerpos juntos, mientras que su goce genera más bien la segregación.

En este sentido, el psicoanálisis quiere lo político. Como des-idealiza al político, su influencia es la de un contagio, descrito en estos términos por J.-A. Miller: “una dilatación tranquila, la expansión de un perfume, un espíritu invisible que se adueña de las entrañas, de todos los órganos de la vida espiritual– habrán reconocido los términos de Hegel a propósito de las Luces en La fenomenología del espíritu”. Los psicoanalistas pueden contribuir útilmente en el debate público, sobre cuestiones políticas, sobre cuestiones de la intimidad o de sociedad. En suma, hacer avanzar, en las profundidades de gusto, el deseo de psicoanálisis.

 

Traducción: Ana Cecilia González (EOL Buenos Aires)

[1]  Christiane Alberti es psicoanalista en Toulouse, Francia. Analista Miembro de la Escuela (AME) de la École de la Cause Freudienne (ECF). Actual presidenta de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
[2]  Entrevista realizada por Mariana Schwartzman (EOL Buenos Aires) y Gustavo Moreno (EOL Delegación Mendoza), del Staff de Lacan XXI.

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