Ernesto S. Sinatra – EOL AMP
ENAPOL VIII
Presidente
Familia es un nombre muy generoso, pues denota conglomerados muy heterogéneos que han resistido el paso del tiempo; desde el tradicional agrupamiento de origen latino definido por el parentesco en torno de relaciones de filiación y de pareja entre los seres humanos, hasta las formaciones taxonómicas que determinan sistemas de relaciones entre elementos. Por nuestra parte, nos dedicamos desde la práctica del psicoanálisis a los problemas -y soluciones- que presentan y ofrecen a la subjetividad los asuntos de familia desde la perspectiva de las nuevas configuraciones familiares.
Si convocamos a la familia y sus asuntos referimos cosas que nos implican profundamente, ya que cada integrante de familia lleva las marcas del Otro, Otro que se declina en los prójimos más próximos que han incidido en la vida de uno: desde las marcas que se han recibido, hasta las producidas en el Otro; marcas distribuidas entre lazos de sangre y de alianza.
Y desde esta perspectiva -la del Otro- cada uno es la consecuencia de las respuestas que ha dado a esas marcas: las llamamos fantasmas para designar la pantalla de lo real con la que cada uno hace existir una realidad conforme a una satisfacción particular, pantalla construida a partir de la incidencia del Otro en Uno. Al respecto es demasiado familiar cómo con los fantasmas (y el goce que ellos extraen del sentido, pero no menos el sentido que ellos extraen del goce) cada individuo intenta des-responsabilizarse de las consecuencias de sus actos. ¡La culpa siempre es del Otro! tal vez sea el enunciado más representativo de esta tendencia tan humana -es decir: tan neurótica[1]– que parece patrocinar los encuentros y desencuentros que se traman en familia, la sede privilegiada de los malentendidos de la subjetividad.
Si bien Jacques Lacan había iniciado su enseñanza refiriéndose a las configuraciones familiares destacando el valor simbólico de la familia -el de lazo social que aglutina[2]– finalizó destacando en el último tramo de su enseñanza su envés imaginario -y de un modo lapidario- cargando sobre la familia la transmisión del malentendido fundamental del lenguaje que impone lalengua en cada uno: la creencia en que podríamos ser dueños de nuestras palabras, cuando estamos destinados a reproducir las de nuestra familia, que nos habla[3].
Es la vía que lo conducirá en su Seminario a situar un problema preciso en la práctica analítica: ¿cómo hacer para que el analizante pase de hablar de su familia[4] para interesarse por sus propias condiciones de satisfacción?
El punto que quiero destacar y que Jacques-Alain Miller pescó con precisión es ¿cómo pasar de los asuntos de familia, en los que el Otro constituye la matriz del sentido, del ‘destino’ en el que suele refugiarse el individuo, al sinthoma singular que encausa el goce de cada uno?
En este asunto Miller sube la apuesta de Lacan y muestra de un modo inflexible los enredos en la práctica en los que no pueden dejar de incurrir los analizantes ¡pero no menos los analistas!: los asuntos de familia encuentran su ´destino´ en una brusca reducción: separarse ‘de las escorias heredadas del discurso del Otro’[5].
¿Cómo atravesar los semblantes que han dado consistencia al padre -el freudiano, ése al que los analizantes no dejan de recrear en sus creencias religiosas con el dogma de sus fantasmas? Pero no menos están emparentados estos fantasmas del padre vociferante (ora interdictor, ora gozador) con esa otra boca, la del cocodrilo materno, siempre abierta, la que ha hecho resonar desde la teoría kleiniana los fantasmas voraces que reduplicó en los años ’70 toda una generación de analistas.
“El permiso para gozar no cambia en nada la estructura del goce”[6] y la práctica del psicoanálisis se sostiene en que hay una “grieta intrínseca del goce que ya no se parapeta tras el padre”[7]. Se verifica así, una vez más, que ni la prohibición era un privilegio del padre ni la suposición de una satisfacción absoluta una propiedad de la madre.
Es en esta perspectiva que J.-A. Miller destaca el esfuerzo de J. Lacan en destituir ‘el psicoanálisis basado en el Otro’ para resituar la práctica del psicoanálisis ya no más a partir del Otro, sino a partir del Uno solo[8].
Podemos agregar que pasar del Otro de la familia al Uno solo, indica una respuesta que ofrecemos desde nuestra orientación lacaniana al problema del lazo social. El camino inverso -pasar de Uno al Otro- consiste en el origen de dicho problema, el que ha sido teorizado con el trasvase de la libido freudiana desde el autoerotismo al narcisismo para determinar finalmente la relación de objeto.
Una cuestión que resta: luego del trayecto realizado como analizado con el sínthoma producido por cada Uno ¿cómo volver al Otro? Esta pregunta no es ni banal ni tautológica, ya que los asuntos de familia se hallaban encarnados en el Otro en Uno, y una vez caídas las vestiduras del fantasma ese Otro ya no existiría…Pero de todas maneras lo que sí continúa existiendo es la relación con el prójimo y con el semejante, con los pequeños otros, cuestión que aún está por resolverse. Tal vez así se juegue, para cada uno y desde cada análisis, una de las consecuencias mayores de los asuntos de familia.
Con estas coordenadas intentaremos, a partir del año entrante, propiciar desde la FAPOL el trabajo de investigación entre nuestras Escuelas, incluyendo a todos los que a él quieran sumarse, para disfrutar nuestro próximo ENAPOL VIII en la primavera lacaniana de Buenos Aires 2017.