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Para nada pesimista


lacan21 - 16 de abril de 2016 - 0 comments

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«Real y virtual». Artista: Adolfo L.R.Londoño

Claudio Godoy

 

Cuando se formula alguna hipótesis sobre el futuro es difícil no incurrir en argumentos que, fácilmente, puedan calificarse como “pesimistas” u “optimistas”. Freud padeció ser ubicado por la doxa de su tiempo entre los pesimistas, por haber revelado la incidencia de thanatos en la cultura. Se lo asimilaba a la filosofía de Schopenhauer -un crítico acérrimo de la dialéctica hegeliana, para quien la vida es dolor y el progreso una ilusión-, que se imponía en el siglo XIX. Quedaba atrás el optimismo del XVIII, expresado por Leibniz (“todo sucede para bien”) y satirizado por Voltaire en el Dr. Pangloss de su Cándido.

Como nunca antes, en el siglo XX los horrores bélicos revelaron el poder de destrucción que podía desatar la tecnociencia, al poner en cuestión el sueño positivista del progreso. Luego, la biología y la genética demostraron que podía incidirse sobre la vida con consecuencias imprevisibles.

Entrevistado en 1974, Jacques Lacan responde a una periodista que le atribuye tener una opinión “pesimista” sobre la ciencia y sus avances:

“Para nada, no soy pesimista. No llegará a nada, por la simple razón de que el hombre es un bueno para nada, incapaz de destruirse a sí mismo.  Una calamidad total promovida por el hombre, eso lo encontraría personalmente maravilloso. Sería la prueba de que finalmente ha logrado fabricar alguna cosa con sus manos, con su cabeza, sin intervención divina, natural o de otra especie. Todas  esas bellas bacterias bien nutridas paseándose por el mundo, como  las langostas bíblicas, significarían  el triunfo del hombre. Pero eso no llegará jamás… Todo volverá a entrar  en el orden de las cosas, como se dice.  Lo he dicho, lo real ganará la partida como siempre y nosotros estaremos jodidos como siempre”[1].

Tanto la creencia optimista en el progreso como la visión pesimista implican la suposición del triunfo del “hombre” sobre lo real. En esta última, el hombre deviene un nuevo Dios creador, pero, esta vez, de su propia destrucción: la maravillosa peste salida del laboratorio emularía las que Dios envió a los egipcios.

“Como siempre”, nos señala una dimensión que escapa al decurso temporal, que atraviesa las épocas y los siglos. Lacan lo llama también “dar vueltas en redondo” y buscó darle, en sus últimos seminarios, una presentación topológica en la superficie del toro. Nos enseña que cuando nos interrogamos por el siglo que transitamos, junto con los cambios y en tensión con ellos, hay que ubicar el “como siempre” del encuentro fallido de los hablantes con lo real. Se trata más bien de un “realismo” del síntoma que nos aleja tanto de cualquier “optimismo” o “pesimismo”. La negación del segundo no nos conduce al primero. Son dos caras de un mismo absoluto, adopte el rostro del Bien o del Mal. Por el contrario, el estar jodidos como siempre frente a lo real deja cierta chance para la inventiva en una partida que hay que jugar cada vez. Aunque se pierda.

 

 

[1]Lacan, J.: “Freud per sempre”. Entrevista de Jacques Lacan con Emilia Granzotto, Panorama, Roma, 21-11-74.