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¿Qué autoriza la acción analítica?


lacan21 - 26 de mayo de 2020 - 0 comments

Marcelo Veras - EBP AMP - Fotografía. Serie “Tiempo en negro y blanco”.

Marcelo Veras – EBP AMP – Fotografía. Serie “Tiempo en negro y blanco”.

Luiz Felipe Monteiro – EBP – AMP

Esta es una de aquellas preguntas fundamentales con la cual el analista puede confrontarse en cada encuentro contingente con alguien en una situación de atención. Cuando esta situación ocurre en un contexto institucional,1 donde el significante de la transferencia no está anticipadamente relacionado al significante que designa el analista, se trata de una pregunta aún más pertinente. En esos casos, no hay “anclaje en la suposición de saber”, para utilizar una expresión de Éric Laurent.

Parto fundamentalmente de ese contexto para desplegar las consecuencias de esta pregunta. Al final, los primeros lances de la partida serán definidos decididamente por el consentimiento libidinal que allí puede ser ocasionado, y eso no es dado de antemano, especialmente en esos contextos.

Interrogar sobre autorización de la acción analítica es, en ese sentido, un primer paso hacia un vaciamiento de un cierto imaginario acerca de la situación de atención. El analista no está autorizado de antemano porque ni se representa por ese significante, como tampoco porque alguien llegó a su encuentro. No es condición suficiente que haya un malestar bajo la forma de una queja bien marcada y contundente.

Si partimos de la premisa de que el síntoma es, desde ya, fuente de satisfacción sustitutiva y solución de compromiso, ¿qué autoriza al practicante a componer el cuadro de su circuito libidinal?

Me voy a atener a algunos pasajes a lo largo de la enseñanza de Lacan donde él trabaja sobre la autorización del analista, y así hacer un giro que me permita abordar el tema de la interpretación.

La primera cita está en el Discurso de Roma, en 1953. En ese momento Lacan busca aclarar aquello que está en el núcleo de la técnica analítica: el muro del lenguaje.

Ustedes pueden servirse de él para alcanzar a su interlocutor, pero a condición de saber que, desde el momento en que se trata de utilizar ese muro, tanto uno como otro de ustedes están más acá, y por lo tanto hay que apuntar a alcanzarlo por los costados y no objetivarlo más allá.

Es lo que quise indicar al decir que el sujeto normal comparte ese lugar con todos los paranoicos que andan por el mundo, en la medida en que las creencias psicológicas a las cuales adhiere ese sujeto en la civilización constituyen una variedad de delirio que no debe ser considerada más benigna por ser casi generalizada. Seguramente nada los autoriza a participar en él sino en la medida justamente planteada por Pascal, que consiste en que sería estar loco por otra vuelta de locura el hecho de no estar loco con una locura que aparece como tan necesaria.2

Esta es la manera lacaniana de afirmar que la situación analítica no es una situación de intersubjetividad donde de un lado del muro está el practicante y del otro lado el analizante. Aquello que estaría del otro lado del muro no es una alteridad del tipo especular (no es el analista como semejante), tampoco es una alteridad del tipo verdad reprimida a ser descifrada como causalidad primordial.

“Muro del lenguaje” es la metáfora utilizada aquí para recordar que en la experiencia analítica no hay Otro del Otro y tampoco metalenguaje. Éstas son las verdades primeras de la enseñanza de Lacan y, por eso mismo, no se erosionan con el tiempo. La manera como cada quien habita el lenguaje constituye el propio límite de su experiencia subjetiva, “el límite de su libertad”. El genitivo de la expresión “muro del lenguaje” demuestra como el lenguaje es el proprio muro en el cual cada cuerpo hablante está instalado y apresado.

Sin embargo, se trata de un muro con un solo lado -ese es el objetivo peculiar de Lacan. Tal como la banda de Moebius, con su única y misma cara, el muro del lenguaje no tiene un anverso. Las vueltas recorridas por cada quien en su proprio límite lenguajero, determinan las formas de vida de su modo de gozar. El horizonte de posibilidad de gozar es dado por los límites del régimen de satisfacción limitado por el muro del lenguaje. El modo de sujeción a los significantes del Otro sobredetermina las condiciones para la manifestación del síntoma para cada uno.

La interpretación es por donde ese circuito limitado y limitante encuentra alguna fisura, una infiltración, y así la consistencia del muro del lenguaje halla algún límite. Lacan dirá que no hay otra manera de alcanzar ese efecto que no sea a través del propio lenguaje.

No se trata de un “bangue bangue de interpretación” (expresión utilizada por Lacan en su texto), sino si la interpretación del lado del analista alcanzara al analizante del otro lado. Se trata del efecto de apertura que la suspensión del sentido produce, un efecto solamente alcanzado con el consentimiento del sujeto.

Por eso el sintagma por donde está autorizado el analista a estar-ahí – “sería estar loco por otra vuelta de locura el hecho de no estar loco con una locura que aparece como tan necesaria”, no es sinónimo de una salida segura y entusiasmada por otra vía más o menos penosa. No hay otro lado del muro ni siquiera para la locura. Se trata de la posibilidad de estar-ahí (en la locura, en el síntoma, en el lenguaje) bajo otras formas de vida, lo que no está garantizado de antemano, y tampoco constituye solución estable. Este horizonte de posibles ante el goce “tan necesario” es lo que nos autoriza a participar de esa aventura.

Con eso llego a un segundo recorte en el Seminario 11, en 1964, donde Lacan comenta nuevamente sobre aquello que justifica la intervención analítica:

Es evidente que la gente con que tratamos, los pacientes, no están satisfechos, como se dice, con lo que son. Y, no obstante, sabemos que todo lo que ellos son, lo que viven, aun sus síntomas, tiene que ver con la satisfacción. Satisfacen a algo que sin duda va en contra de lo que podría satisfacerlos, lo satisfacen en el sentido de que cumplen con lo que ese algo exige. […] Digamos que, para una satisfacción de esta índole, penan demasiado. Hasta cierto punto este penar de más* es la única justificación de nuestra intervención.3

La aparente contradicción es la manera que encontró Lacan para ilustrar cómo los límites donde el sujeto se reconoce en pronombre personal –“Yo soy” – son también los límites para ubicar la satisfacción solo conjugada en pronombre impersonal –“ello goza” –, es decir, la satisfacción en aquello que avergüenza al propio sujeto en sus identificaciones. En ese sentido, es el sujeto quien realiza el mejor diagnóstico preliminar de su programa de goce. Aquí, el “penar demás, tan necesario”, no se reduce a la queja al Otro, tampoco al pseudodiagnóstico improvisado, sino a un penar que alguien encuentra en sí mismo.

La atención, sobre todo el respeto a esta dimensión de la vida del sujeto, es lo que permite al analista encontrar un lugar para su acción; o sea, el manejo, la intervención, la interpretación. No hay otra condición, por tanto, sino más bien esa especie de reconocimiento de aquello donde alguien no se reconoce más. El encuentro con un analista es la posibilidad para que ese modo de enunciación sobre el propio goce pueda encontrar alguna lectura.

Aquí llego al último pasaje de Lacan sobre el tema, ahora en el Seminario 24, en 1977:

es que es imposible dar el atributo del saber a cualquiera. El que sabe, en el análisis, es el analizante. Lo que él desarrolla, es lo que sabe, salvo que está otro — ¿pero hay un otro? — que sigue lo que él tiene que decir, a saber, lo que sabe. […] Hay Uno, pero no hay nada de Otro. El Uno, lo he dicho, dialoga solo, puesto que recibe su propio mensaje bajo una forma invertida. Es él quien sabe, y no el supuesto saber.4

Esa es la manera en que el último Lacan pone a prueba su muro del lenguaje de solo un lado. En la medida en que el analista lee ese registro del Uno y el mensaje retorna invertido bajo la forma de interpretación, algo de la repetición en acto pasa a ser elaborado bajo transferencia.

El analista que sigue, lo hace por medio del trabajo de elaboración que el ser hablante desarrolla, bajo transferencia, en torno del gozar inaudito y opaco. Eso no es sin efecto, pues hay un saber sobre el modo de gozar que se decanta. Esto ya es poner, bajo otra forma de vida, el goce del Uno solo, pues la elaboración promovida por el direccionamiento del habla ya tiene una dignidad interpretativa.

A final, como dice Laurent sobre ese pasaje del Seminario 24:

El analizante sabe, y es suficiente que él se direccione al Otro que no existe para que se produzca el efecto de retorno. Pero eso solo pude operar si damos a ese saber su dimensión de singularidad radical. No podemos saber de qué eso se trata antes que ese saber sea recibido en su forma invertida.5

El efecto retorno de aquello que excede a las representaciones del ser hablante es lo mismo que diluye las fronteras establecidas del muro del lenguaje en cada caso. Es cuando el ser hablante se reconoce donde no se sospechaba. Que ese efecto retorno pueda ser leído, este parece ser un punto donde realmente la aventura del análisis empieza.6

El analista en su actuar es, por lo tanto, un soporte de una especie de reconocimiento de aquello que no cabe en los predicados del Otro. Se trata, sobre todo, de un soporte para resonar algo que en la vida del sujeto no tiene inscripción en el muro del Otro. Durante el tiempo de la atención, sea cual fuere, ese Uno-vivo que no cabe en la vida puede tener lugar en un lazo, siempre arriesgado (es válido recordar), que es el lazo transferencial. Eso, seguramente, nunca es poco.

Traducción: Ana Beatriz Zimmermann

NOTAS:
1-Me refiero a contextos de oferta de atención mediados por instituciones, como por ejemplo la Red de Psicoanálisis Aplicado o también la guardia de atención psicológica en la Universidad Federal de Bahía (PSIU).
2- Lacan, J., “Discurso de Roma” (1953), Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 174.
3- Lacan, J., (1964) El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós, 2010, p. 173.
4- Lacan J., “Seminario XXIV, L’insu que sait de l’une bévue s’aile à mourre. Leçon du 10 mai 1977”. Ornicar?, N°17-18, Paris, Navarin, 1979, p. 18.
5- Laurent, É., “Disrupción del goce en las locuras bajo transferencia”. Opção Lacaniana, Nº 79, 2018.
6- Esta parece ser una manera interesante de localizar el punto límite de la experiencia temporal en dispositivos como la Red de Psicoanálisis Aplicado o también una guardia psicológica como el PSIU, donde la oferta está limitada temporalmente.