Gisèle Ringuelet. – EOL-AMP
Los sufrimientos de la neurosis y de las psicosis son para nosotros la
escuela de las pasiones del alma, del mismo modo que el fiel de la balanza
psicoanalítica cuando calculamos la inclinación de la amenaza sobre
comunidades enteras, nos da un índice de amortización de las pasiones civitas.
Jacques Lacan1
Durante décadas algunos analistas omitieron hablar de las pasiones por creer que éstas pertenecen al registro imaginario; otros tergiversaron el concepto freudiano del afecto, como es el caso de André Green que lo ubica como una categoría metapsicológica. Pero por suerte, aunque pocos, algunos abordaron concienzudamente el tema.
Germán García indica en 1999 que Lacan pone en juego también lo simbólico y lo real, por lo que la pasión no es simplemente algo del orden imaginario.2
Aunque algunas personas hayan dicho lo contrario, desde el inicio de su enseñanza Lacan se ocupa de las pasiones. Es él quien incorpora la antigua palabra “pasión” al psicoanálisis y luego, en 1954, a esa dupla amor-odio le agrega una tercera pasión, la ignorancia, que juega su partida en la transferencia analítica.3
Freud, por su parte, produce un cambio en la manera de pensar los afectos, estrechamente ligado a sus precursores (Aristóteles, Goethe, Nietzsche, Darwin, entre otros), pero distanciado de la psicología de su época. Considera que los afectos representan un oscuro campo4
A partir de la experiencia clínica pesquisa cómo funcionan los afectos y detecta en ellos una transformación, un desplazamiento y una conversión de manera que estos no remiten en forma directa a una verdad, sino que son índices que hay que desentrañar. Dicho de otro modo, los afectos mienten, pero no del todo.
El maestro vienés considera que existe una conexión afecto/palabra. Para él las palabras están ligadas a los afectos de una manera particular: los afectos se desplazan mientras que las palabras se condensan (lalengua).
Es en la ley de condensación y desplazamiento donde una palabra por asociación recibe una carga afectiva desplazada de otra.5 Leyes que Lacan sustituye por metáfora y metonimia, aunque no impliquen una correspondencia exacta, y que le permiten construir una retórica en términos de cómo alguien se separa y junta con algo.5
Aunque Lacan usa también el término afecto -como en 1962- para rebatir a otros colegas que lo critican porque consideran que minimiza su importancia, insiste hablando también de la cólera como un afecto que se aleja del juego significante.6 En el año 1973, al reconsiderar el afecto, propone retomar el lenguaje clásico de las pasiones, indicando la importancia de Tomás de Aquino en tal sentido.7
Las pasiones, a diferencia de las pulsiones, tienen un objeto, como indica el título del libro de Laurent publicado en 2004 en Argentina, Los objetos de la pasión.
Estas pasiones son índices de cartografías de una época, inseparables de las representaciones porque no existe la pasión sin alteridad, sin un contexto de reglas y valores comunes.
Actualmente podemos esgrimir que las pasiones que dominan esta época son el odio y/o la ira que destruyen, separan y provocan un efecto de segregación cada vez mayor en las culturas, como vaticinara Lacan en diferentes momentos de su enseñanza.
Aunque a veces se las use indistintamente, el odio y la ira conllevan connotaciones diferentes.
En los inicios de su enseñanza, Lacan dice que el odio apunta a la destrucción del ser del otro, de ese algo imaginario que apunta a ese otro real.
El odio lo encontramos en los terrorismos, los racismos y también en algunos feminismos; es acumulativo y se puede enlazar con el miedo.
La ira, por el contrario, carece de estrategias, es un impulso presente que desconoce toda posibilidad de cálculo y previsión de las consecuencias y se confunde con la cólera y la furia.8
Actualmente las personas que encuentran una gran dificultad en apasionarse. Parecen hallar en el odio, muchas veces silencioso, y en la ira explosiva, dos modalidades para manifestar sus afectos, que a su vez se enlazan con el miedo y con la indignación.