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El inconsciente, femenino, y la ciencia


lacan21 - 16 de abril de 2016 - 0 comments

Borges, la dicha IIArt.AlejandraKorek

«la dicha II». Artista: Alejandra Korek

Miquel Bassols

 

El título anunciado de esta conferencia es: “El inconsciente, lo femenino y la ciencia[1]”. Esto sería una tríada, incluso una trinidad a desarrollar: ¿Qué es el inconsciente? ¿Qué es lo femenino? ¿Qué es la ciencia? Tres cuestiones increíbles, tres entidades indefinibles en el pensamiento occidental.

Pero el título que yo había dado a la conferencia era otro: “El inconsciente, femenino, y la ciencia”. Este título es quizá menos comprensible, menos evidente, en una gramática un poco más forzada, más lacaniana. Me dijeron que aprender a leer francés le­yendo a Lacan, como hice yo, no era la mejor manera, porque su gramática está siempre muy cortada. Es verdad que cuando hablo en francés, tengo siempre esa gramática un poco cortada, a lo Mallarmé. Este título es un poco mallarmeano, “El inconsciente, femenino, y la ciencia”. Es más bien una díada, no una trinidad: el inconsciente, que es femenino, y la ciencia. Las comas siempre son importantes. Sin comas, sería: “El inconsciente femenino y la ciencia”. Esa sería otra conferencia, que podría ser también interesante: la singularidad del inconsciente femenino en su diferencia con el inconsciente masculino y su relación con la ciencia de nuestros días.

Pero, justamente, nos podemos preguntar, siguiendo el pensamiento freudiano y la orientación lacaniana, si hay un inconsciente femenino que podríamos oponer a un inconsciente masculino. Con esta interrogación, entramos en el hueso de la cuestión que quisiera tratar con ustedes.

¿Localizar y medir el goce femenino?

La ciencia –las neurociencias, sobre todo– sostienen una diferencia de estructura entre un cerebro que sería femenino y un cerebro que sería masculino;  una diferencia que no es tan fácil de establecer a partir de las características propias de cada sexo: el cerebro femenino, de apariencia más pequeña que el cerebro masculino, sería de una densidad mayor en sus conexiones, en todos sus pliegues y en todas sus circunvoluciones. Hay otra posición que sostiene que el cerebro femenino, extendido, considerado como una superficie, ¡es más extenso y más ancho que el masculino! Esto depende entonces de las modalidades de medida.

De la misma manera, en el campo de las neurociencias se está ya en posición de afirmar que es posible localizar y medir el goce femenino en el cerebro, a partir de imágenes de resonancia magnética; eso acaba de salir en un artículo del Journal of Sexual Medicine.[2] Medir el goce femenino es el ideal científico para atrapar un real que huye siempre, más allá de toda medida. Vemos la importancia de ese campo fuera de medida que no puede ser tomado por ninguna métrica. Es como “La carta robada”, de Edgar Allan Poe, que sirvió de base a Lacan para “El seminario sobre ‘La carta robada’”:[3] ella no está en un campo métrico, calculable, medible y evaluable por la policía que busca ese objeto que huye siempre. Lo que nosotros vemos en los esfuerzos de la ciencia moderna, en las neurociencias sobre todo, por atrapar algo de la cuestión femenina, es que hay algo que está más allá, fuera de medida.

Podríamos seguir esta errancia de la ciencia en las investigaciones más o menos científicas a partir de la fórmula que inauguró la ciencia moderna del siglo XVII, la fórmula de Galileo según la cual hay que “medir lo que es medible, y tratar de medir lo que no se puede medir”.[4] La ciencia se funda en esta operación. Esta posición de principio llevó también al cientificismo de estos días, al ideal cientificista de una evaluación cuantificada y generalizada que puede llegar a hacer toda suerte de estragos.

Ustedes conocen la crítica que J.­A. Miller y Jean­Claude  Milner hicieron en los fórums sobre esta nueva ideología de la evaluación. Podemos evocar, por ejemplo, las recientes declaraciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre los malos efectos de las políticas de austeridad económica puestas en marcha hace unos años en Europa y que se muestran como una verdadera máquina de producir más desempleo, más recesión y todavía más miseria en las clases medias y las clases más bajas de la sociedad. El argumento, de aspecto científico, dado como mea culpa por el FMI, es justamente el de un “error  metodológico”: habrían calculado mal el impacto del déficit fiscal en el crecimiento económico. Cito un artículo reciente, publicado en los diarios franceses:

Lo que dice Olivier Blanchard –el jefe del FMI– es que el modelo matemático sobre el cual se apoyaban esas políticas, que apuntaban al desendeudamiento radical y al retorno sagrado al equilibrio presupuestario, comportaban un error en el nivel del “multiplicador fiscal”. Para simplificar más ese modelo matemático, por ende irrefutable, se preveía que cuando se retira un euro de un presupuesto, faltaría un euro en el país concernido. Ahora bien, eso es falso. Por razones que conciernen a una realidad perfectamente trivial, y que es que los hombres son humanos, esta austeridad desencadenó reacciones colectivas que desembocaron en lo que este euro retirado provocó: la pérdida de tres euros en las sociedades concernidas. Multipliquen por mil y comprenderán por qué la austeridad impuesta a discreción por troikas eruditas no conduce a otra cosa que a más austeridad, más desempleo y más recesión.[5]

Parecería ser en apariencia, entonces, un problema metodológico, un problema métrico.

La variable goce no es medible

El problema, de hecho, es que siempre hay una variable no medible, la variable “goce” en el sujeto, una variable que se nutre de su propia naturaleza no medible; una instancia nombrada por Freud como el superyó, que impone siempre un goce un poco más allá del principio de placer; una instancia insaciable que dice al sujeto “¡goza!”, pero “goza fuera de la medida, siempre y todavía un poco más, goza incluso de la renuncia al placer”. Entonces, hay que seguir los impasses de la ciencia moderna frente a este imposible de medir. El deseo del psicoanalista debe apuntar a esta cuestión: cómo en la ciencia moderna aparece este imposible de representar para cernir la diferencia sexual en lo real. Hay siempre algo que cojea en este tipo de razonamientos, cuando se está frente a algo que a fin de cuentas no es medible.

Frente a esta tradición epistemológica que desemboca en el cientificismo de nuestros días, hay otra tradición donde se encuentra, por ejemplo, una de las referencias mayores de Lacan en el campo de la ciencia, Alexandre Koyré, que deberíamos volver a visitar hoy. Por ejemplo, en su artículo de 1948, Del mundo del “aproximadamente” al universo de la precisión, Koyré ya había destacado esto:

Entre las matemáticas y la realidad física hay un abismo; querer aplicar las matemáticas a los estudios de la naturaleza es un error y un contrasentido; en la naturaleza no hay círculos ni elipses, ni líneas rectas; es ridículo querer medir con exactitud las dimensiones de un ser natural: el caballo es sin duda más grande que el perro, y este es más pequeño que el elefante, pero ni el perro ni el caballo ni el elefante tienen dimensiones estrictamente determinadas: hay en todas partes un margen de imprecisión, un juego de “más o menos” y de “aproximadamente”.[6]

El espacio del goce y del inconsciente es indeterminado

Ahora bien, justamente en esta dimensión del “más o menos”, de lo “aproximado”, en este espacio de lo indeterminado, tiene todo su lugar el espacio del goce y del inconsciente. Y el espacio de la feminidad, del goce femenino, tal como Freud lo había descubierto en su propia experiencia, es justamente este espacio Otro que escapa a la medida fálica y a la lógica binaria del significante, del 1 y del 0. No hay, por lo tanto, ninguna posibilidad de localizar este espacio del goce en el espacio métrico que los instrumentos tecnocientíficos nos ofrecen, especialmente en nuestros días en las neurociencias. Incluso las imágenes de resonancia magnética, que nos son presentadas hoy como una suerte de imágenes de lo real del pensamiento del sujeto, son siempre equívocas. Se hicieron experiencias mostrando que las mismas localizaciones cerebrales se activan si uno se quema con una taza de café o si se recibe la noticia de que nuestra pareja nos ha engañado. Por lo tanto, es siempre una imagen a interpretar del lado del significante, es siempre una imagen equívoca. Nunca hay una relación directa entre el signo y el significado.

Siguiendo esta misma errancia, cierto saber popular sostiene que algunas conexiones neuronales en el cerebro del hombre son más bien lineales, en tanto que en el cerebro de la mujer las conexiones serían en red. En España hay muchos chistes sobre la eficacia femenina en multitasking. Así, una mujer puede considerar acontecimientos simultáneamente, en paralelo, de manera sincrónica, más fácilmente que un hombre, quien estaría restringido a considerar esos acontecimientos uno tras otro: parte de la neurona y debe seguir el hilo, no puede hacer redes. La cadena significante se impone en el cerebro masculino sin posibilidad de saltos metafóricos. La versión popular ya distingue algo que no es representable en lo real del cerebro, sino que corresponde a una posición diferente en relación con el significante y el goce. La mujer goza de hacer incluso cosas simultáneamente.

Porque hay de lo simbólico, hay diferencia sexual

De una manera o de otra, se busca encontrar en lo real una diferencia que no podemos más que atribuir al registro simbólico en sus determinaciones sobre lo real y lo imaginario. Es el primer Lacan de los años cincuenta: porque existe lo simbólico, porque existe el significante, existe la diferencia, la diferencia sexual en primer término. Hay una diferencia radical en el inconsciente, si lo pensamos como esta diferencia misma, el inconsciente como el Otro por excelencia. El inconsciente sería siempre “Otra cosa”. Es una expresión de la cual Lacan hace uso en “Posición del inconsciente”.[7] Es otra cosa que lo que quería decir, en un lapsus o incluso en un síntoma, otra cosa que lo que yo quería hacer.

En la perspectiva lacaniana, que puede ser deducida de la concepción freudiana del inconsciente, no hay inconsciente femenino o masculino. El inconsciente es siempre femenino. En cambio la libido, la energía sexual del deseo, considerada en su vertiente cuantitativa como el quantum de energía pulsional, esta libido sería siempre masculina. Eso ya está en Freud, y Lacan retoma esta lógica freudiana. Podríamos poner en tensión el inconsciente como Otro del lado femenino y la libido ordenada por el significante del falo y por el significante en general del lado masculino. Se trata, en la libido, de un aspecto cuantitativo, de cierta medida introducida en lo real, y veremos justamente la dificultad de atrapar lo real con la medida. El inconsciente freudiano escapa a toda medida, a toda cuantificación posible. Es el Otro por excelencia.

De la misma manera, según Lacan, la mujer es Otra para el hombre, como lo es para sí misma.[8] Otra para el hombre, Otra para la mujer. Es una alteridad a la segunda potencia. El inconsciente, como la mujer, es Otro para sí mismo también. Otro para el hombre, Otro para la mujer.

Podríamos comentar brevemente dos referencias que podemos encontrar en los seminarios de Lacan sobre esta alteridad del inconsciente como una alteridad femenina. La primera en el Seminario 11,[9] de 1964, el inconsciente enlazado al mito de Orfeo y Eurídice. La segunda en el Seminario 20,[10] de 1973, donde esta alteridad femenina es abordada mediante la paradoja de Zenón, paradoja de la cuantificación, en la fábula de Aquiles y la tortuga.

Eurídice dos veces perdida

En el Seminario 11, el sujeto del inconsciente es identificado con Eurídice dos veces perdida. Dice Lacan:

Para dejarme llevar por una metáfora, Eurídice dos veces perdida es la imagen más palpable que puede darse, en el mito, de la relación del Orfeo analista con el inconsciente. Con lo cual, si se me permite añadir una ironía, el inconsciente se encuentra en la orilla estrictamente opuesta a la del amor, que, como todos saben, es siempre único, y la fórmula donde una puerta se cierra diez se abren encuentra en él su mejor aplicación.[11]

Eso es del lado del amor. Del lado del inconsciente, Eurídice, como objeto de amor, sería dos veces perdida. ¿Por qué Orfeo pierde a Eurídice? Porque él se da vuelta en el momento de salir del infierno. Les resumo la historia. Perseguida por Aristeo, Eurídice es mordida en su huida por una serpiente y muere. Desconsolado, Orfeo desciende a los infiernos para salvarla. Duerme a Cerbero, el perro de los infiernos, gracias a su lira y a su música. Luego llega frente a los soberanos del mundo subterráneo, Hades y su mujer Perséfone. Impresionada por su coraje y su amor, Perséfone le ruega a Hades que devuelva a Eurídice a su marido. Hades acepta con la condición de que Orfeo no se dé vuelta antes de haber salido de los infiernos. Este, inquieto por el silencio de Eurídice, se da vuelta algunos pasos antes de la salida. Eurídice entonces le hace un signo de adiós antes de desaparecer una segunda vez, pero ahora para siempre. Ese silencio de Eurídice es muy importante; más adelante será retomado de otra manera en lo que voy a decirles.

Ahí nos acercamos a lo que J.­A. Miller elaboró estos últimos años sobre el inconsciente real, algo que toca a un nuevo real que el psicoanálisis de orientación lacaniana hoy tendría a su cargo. El inconsciente real es el que no cesa de no escribirse, como esta Eurídice. Hay que tener en cuenta las dos negaciones. Esta Eurídice es ese real que huye, en el sentido de que no cesa de no aparecer. Dos veces perdida, esta doble negación es necesaria para intentar cernir ese lugar de lo real en este otro espacio que no es el espacio métrico.

Hay toda una serie de desarrollos en la ciencia moderna que dan con este real como punto de detención, más allá del cual no se puede ir. Hay hoy una nueva intersección entre psicoanálisis y ciencia, si se repiensa lo real a partir del inconsciente real, tal como Lacan lo había enunciado una vez y J.­A. Miller lo desarrolló.

El número real escapa a toda finitud

La segunda referencia es mucho más lógica, más precisa en la enseñanza de Lacan; es la referencia a Aquiles y la tortuga:

El goce del Otro, del cuerpo del Otro, solo lo promueve la infinitud. Voy a decir cuál: ni más ni menos la que sustenta la paradoja de Zenón. Aquiles y la tortuga, tal es el esquema del gozo de un lado del ser sexuado. Cuando Aquiles ha dado su paso, terminado su lance con Briseis; esta, como la tortuga, avanza un poco, porque es no toda, no toda suya. Todavía queda. Y es necesario que Aquiles dé el segundo paso, y así sucesivamente. Hasta es así como en nuestros días, pero solo en nuestros días, se llegó a definir el número, el verdadero, o para decirlo mejor, el real.[12]

Lacan evoca así el número real, algo muy enigmático en la ciencia moderna, que escapa a toda finitud, como el número Pi, por ejemplo.

“Porque Zenón no había visto que tampoco la tortuga está preservada de la fatalidad que pesa sobre Aquiles; también su paso es cada vez más pequeño y nunca llegará tampoco al límite.”[13]

La tortuga es, ella también, Otra para sí misma; ella tampoco podrá franquear ese paso en el espacio métrico.

“Un número se define de allí, sea cual fuere, si es real. Un número tiene un límite, y en esta medida es infinito. Aquiles, está muy claro, solo puede sobrepasar a la tortuga, no puede alcanzarla. Solo la alcanza en la infinitud.”[14]

Lacan pone en serie el goce de la posición femenina y el real de la tortuga, que no es otra solamente para Aquiles, sino también para sí misma. La dimensión del espacio del número real, que no hay que considerar como una cantidad, sino como una cifra, es muy importante encontrarla en la ciencia moderna. El uso del número no es solamente el de cuantificar, medir, sino el de introducir una nueva relación con lo real. El número real como tal, no medible, hace aparecer otra función de lo real. Es un real mucho más enigmático en la ciencia moderna. En el campo de las neurociencias, encontramos esta imposibilidad de representar ese real, algo que escapa a la lógica fálica. Es la cuestión del origen del lenguaje, de la sede del lenguaje. Ningún resultado científico puede definir la sede del lenguaje. La otra imposibilidad en las ciencias modernas concierne a la conciencia. El sujeto cartesiano de la conciencia, fundamento de la ciencia, no puede ser localizado en el sistema nervioso; lenguaje y conciencia son los dos signos de un real que no puede ser localizado, medido. Creo que es importante para nosotros dirigirnos a los impases de la ciencia moderna cuando intenta localizar esos dos puntos, para ver dónde Eurídice viene a decirnos algo.

La mancha blanca de Freud o la feminidad imposible de representar

Quisiera volver a Freud para mostrar cómo él encontró su Eurídice, cómo la inventó también en su encuentro con la histeria, cómo encontró este inconsciente Otro, su inconsciente real, me atrevería a decir. Les propongo releer ese famoso sueño de la inyección de Irma, sueño fundador del psicoanálisis. Es un sueño ligado a la cuestión femenina. Querría subrayar que todos los restos diurnos, las asociaciones alrededor de las imágenes del sueño, giran en torno a mujeres. Algunos días antes de su cumpleaños, en su casa de vacaciones, su esposa Martha le había informado sobre su deseo de invitar algunos amigos de la familia para festejar su cumpleaños. Martha estaba embarazada de seis meses de Ana. Freud acababa de redactar ese mediodía un informe sobre una paciente, Irma, amiga de la familia, cuyo tratamiento no había sido un éxito. Ella estaba invitada a la fiesta y esto incomodaba a Freud. Su dificultad para curarla tocaba su deseo de médico y psicoanalista, y esa noche, del 23 al 24 de julio de 1895, tuvo ese sueño que testimonia ese real del inconsciente que el psicoanálisis introduce:

En un amplio hall. Muchos invitados, a los que recibimos. Entre ellos Irma, a la que me acerco enseguida para contestar, sin pérdida de momento, a su carta y reprocharle no haber aceptado aún la “solución”. Le digo: “Si todavía tienes dolores es exclusivamente por tu culpa”. Ella me responde: “¡Si supieras qué dolores siento ahora en la garganta, el vientre y el estómago!…¡Siento una opresión!…”.  Asustado, la contemplo atentamente. Está pálida y abotagada. Pienso que quizá me haya pasado inadvertido algo orgánico. La conduzco junto a una ventana y me dispongo a reconocerle la garganta. Al principio se resistió un poco, como acostumbran hacerlo en estos casos las mujeres que usan dentadura postiza. Pienso que no la necesita. Por fin, abre bien la boca, y veo a la derecha una gran mancha blanca, y en otras partes, singulares escaras grisáceas, cuya forma recuerda a la de los cornetes de la nariz. Apresuradamente llamo al doctor M., que repite y confirma el reconocimiento… El doctor M. presenta  un aspecto muy diferente al acostumbrado: está pálido, cojea y se ha afeitado la barba… Mi amigo Otto se halla ahora a su lado y mi amigo Leopoldo percute a Irma por encima de la blusa y dice: “Tiene una zona de macidez abajo, a la izquierda, y una parte de la piel infiltrada, en el hombro izquierdo” (cosa que yo siento como él a pesar del vestido). M. dice: “No cabe duda, es una infección. Pero no hay cuidado; sobrevendrá una disentería y se eliminará el veneno…”. Sabemos también inmediatamente de qué procede la infección. Nuestro amigo Otto ha puesto recientemente a Irma, una vez que se sintió mal, una inyección con un preparado a base de propil, propilena…, ácido propiónico…, trimetilamina (cuya fórmula veo impresa en gruesos caracteres). No se ponen inyecciones de este género tan ligeramente… probablemente estaría además sucia la jeringuilla.[15]

Esta fórmula en el sueño es lo que cesa de no escribirse en la garganta de Irma. Hay algo así como una imagen de lo real en esta mancha blanca. No hay más que esta mancha blanca, algo que no cesa de no escribirse en el ombligo del sueño freudiano. Y después, hay, segundo paso, esas letras de la fórmula de la trimetilamina que, según las categorías modales de la lógica lacaniana, cesan de no escribirse. Algo llega a escribirse. En el Seminario 2,[16] Lacan dice que Freud tenía agallas; continuó soñando y logró atravesar la angustia frente a esa mancha blanca para intentar extraer algo, esa fórmula famosa que intenta cifrar algo del goce femenino.

Sabemos que la interpretación de un sueño es siempre infinita, es una especie de tortuga Briseis para el analizante y para el analista. Nunca se deja atrapar en una sola interpretación. Hay ahí siempre una infinitud, pero en esta desmultiplicación hay algo que no cesa de no escribirse, algo de lo cual se tiene la imagen en esta mancha blanca. Y Freud asocia sobre esta mancha blanca:

En la garganta veo una mancha blanca y escaras de forma semejante a los cornetes de nariz. La mancha blanca me recuerda a la difteria y, por tanto, a la amiga de Irma, y, además, la gran enfermedad de mi hija mayor hace ya cerca de dos años y todos los sobresaltos de aquella triste época.[17]

Es un real que está infiltrado en toda la historia familiar de Freud.

Las escaras que cubren las conchas nasales aluden a una preocupación mía sobre mi propia salud. En esta época solía tomar con frecuencia cocaína para aliviar una molesta rinitis, y había oído decir pocos días antes que una paciente, que usaba ese mismo medio, se había provocado una extensa necrosis de la mucosa nasal. La prescripción de la cocaína para estos casos dada por mí en 1885 me ha atraído severos reproches. Un querido amigo mío, muerto ya en 1885, apresuró su fin por el abuso de este medio.[18]

Las cuestiones del goce femenino y de la muerte recorren las asociaciones de Freud. Incluso su propia muerte –el cáncer que lo mató– está un poco evocado por ese real en la garganta. La mancha blanca evoca también la enfermedad de la amiga de Irma, la necrosis nasal de una paciente y la muerte del amigo de Freud provocada por el abuso de cocaína. Detrás de Irma, como lo indica Lacan, está la propia mujer de Freud, Martha Bernays, y la relación de Freud con el goce femenino. Esta mancha blanca, terrorífica, es el lugar que presentifica la sexualidad femenina en la subjetividad de Freud, la feminidad en su posición radicalmente Otra, imposible de representar. Todas las representaciones de Freud se ordenan alrededor de la garganta de Irma en la forma de una elipse bifocal entre la ausencia y la presencia del objeto. En este espacio de la mancha blanca Freud terminará por escribir la fórmula de la trimetilamina, una letra, en el sentido más científico del término, incluso en el sentido más lacaniano del término: la instancia de la letra. Al final de su obra, Freud dirá de la sexualidad femenina que es un continente negro, el no man’s land de los mapas de los exploradores, una terra incógnita, contrastando totalmente con esa mancha blanca de su sueño. Hay ahí un saber irreductible para Freud, que no cesa de no escribirse. El sueño freudiano de la mancha blanca se inscribe aquí en el centro, en el ombligo de la ciencia moderna, para volver de mil y una maneras en sus escrituras. Por eso Lacan hablaba del sujeto forcluido por la ciencia, porque es un sujeto que retorna de una manera o de otra en el síntoma de la ciencia moderna.

La letra realiza algo que no puede hacer el significante

Hablé del lenguaje y de la conciencia que hacen síntoma por su imposibilidad de ser localizados. Para explorar ahora ese espacio del inconsciente, femenino, les voy a proponer la lectura  de una pequeña joya de la literatura, un cuento de la escritora danesa Isak Dinesen (la baronesa Karen Blixen), “La página en blanco”.[19] Se trata de la relación de la feminidad con ese espacio no representable por el significante, con el espacio del inconsciente y del goce, un espacio que no es accesible más que por la instancia de la letra. La letra realiza algo que no puede hacer el significante.

Antes de hacerles un resumen, quisiera localizar esta elaboración de Lacan que busca ligar la feminidad a la letra. Esa relación fue planteada por él a lo largo de toda su enseñanza en diversos momentos. Por esta vía dirá que se puede ir más allá del impasse freudiano del continente negro, de la roca de la castración, que se encuentra en “Análisis terminable e interminable”[20] como punto de obstáculo del análisis. Es como Moisés, que hará la travesía del desierto con la letra como objetivo. La letra no es un concepto, es de lo real. En el Seminario Aun, Lacan dice que el objeto a es ante todo una letra. Esta letra adquiere una consistencia de objeto como tal. Ella no representa  algo, no es ni signo ni significante, es ante todo un objeto que se identifica con esta mancha blanca del sueño freudiano. Por eso Lacan deberá ir más allá de la lógica fálica, más allá de la presencia/ausencia del símbolo fálico en la subjetividad. Podríamos seguir este desarrollo en lo que fue la lógica del no todo en la enseñanza de Lacan como algo del no todo significante. En ese campo, más allá de la lógica fálica, la función de la letra, tal como Lacan la concibió, permite abordar y escribir lo que no puede ser simbolizado por el significante como en la parte fálica masculina de la sexualidad, esa parte de la feminidad que no pasa por el significante, siempre replegada en el silencio. Ese silencio es el de la mujer en relación con sí misma, en relación con su goce. Eso produjo, a partir de la mística Santa Teresa, toda la elaboración de Lacan sobre lo que Santa Teresa llamó “el Castillo interior”, modo de abordar el ello, el Es freudiano, como la sede de ese goce confrontado al silencio de ella misma. Podríamos tomar partido por Wittgenstein, “aquello de lo que no se puede hablar, hay que callarlo”.[21] Es así como termina el Tractatus de Wittgenstein. Pero es ahí donde comienza el psicoanálisis; ahí donde se encuentra este imposible de decir hay que escribir algo con las palabras. Un análisis es eso: con las palabras de mi historia puedo escribir algo en el lugar de ese silencio, sea hombre o mujer. Ese punto es siempre el del goce femenino, más allá del falo.

El silencio que habla o que es vacío

Voy a hacer un resumen de “La página en blanco”, de Karen Blixen, cuya lectura, muy instructiva, les aconsejo vivamente. Se trata de un cuento dentro de otro cuento. Como en los cuadros del barroco o en Don Quijote, donde hay una novela dentro de una novela. Esta operación del cuento dentro del cuento, del cuadro dentro del cuadro o de la novela dentro de la novela, nos hace presente cada vez algo de ese real. Es un artificio del barroco para apuntar a ese real que no se puede representar. La operación retórica de ese cuento de Karen Blixen sigue esta misma lógica. Es un cuento sobre una anciana que cuenta historias. Ella es analfabeta, pero, siguiendo la tradición oral femenina, transmite el valor de la letra a través de las generaciones, la letra como razón de ser. En esta transmisión, no obstante, “al final, es el silencio quien habla: cuando el narrador –el sujeto de la enunciación– es fiel, eterna e inquebrantablemente fiel a la historia, al final es el silencio quien habla. Cuando la historia ha sido traicionada, el silencio no es más que vacío”.[22] Yo encuentro eso muy bello. Cuando se traiciona la historia, es decir su deseo, el silencio no aparece más que como vacío. Si se es consecuente con su deseo, es el silencio quien habla. El silencio es el sujeto que habla como el mejor de los autores, habla en el libro más valioso que es la página en blanco. No son otras que las mujeres las que pueden contar historias de la página en blanco. Se verá que la página en blanco es en sí misma una letra, la letra más importante de un alfabeto, donde todas las otras letras toman su sentido a partir de esta página en blanco. En ciertas tradiciones talmúdicas, la vigésimo tercera letra, que es el blanco, es la letra más importante de todo el alfabeto, porque ella hace posible todas las otras letras. Sin la letra  blanca no habría nada para leer. Es un poeta español, José Ángel Valente, quien dice esto de una manera muy precisa, dándole al blanco la significación fundamental de una letra. Por lo tanto, la página en blanco es el sujeto que habla y es también el objeto transmitido por su discurso, si él es fiel a su discurso. Esta anciana se identifica con esta página en blanco, porque ella misma no sabe escribir. Ella es el sujeto y es el objeto a transmitir. Este objeto dice algo de lo más íntimo de ese sujeto o de lo más éxtimo, como lo precisa el neologismo de J.­A. Miller.

Cuando se llega a la página en blanco algo de lo real está presente

¿Cuál es la historia de “La página en blanco”? Se trata de un convento de monjas en Portugal que tiene un privilegio: el de cultivar el mejor lino, con el cual se fabrica la tela más fina del país, y con ella, las sábanas nupciales para las princesas de la Casa Real. Hay una costumbre venerable en el cortejo de las familias reales: al día siguiente de la noche de bodas de una joven de la casa real, se muestra en el balcón del palacio la sábana de la noche de bodas con la mancha roja que significa: “virginem  eam tenemus”, “de­claro que era virgen”. Los gitanos en España comparten esta tradición necesaria para la transmisión del patrimonio. Esa sábana no se lava ni se utiliza nunca más. El convento tiene un segundo privilegio: el de recibir a cambio el fragmento central de la sábana nupcial con el testimonio y el signo –la letra misma– de esa virginidad. En la galería principal del convento se exponen todos los cuadros con los fragmentos de la sábana nupcial, cada uno con el nombre de la princesa en el marco del cuadro. Es la cadena significante que representa  todas las historias. Pero en el medio de la extensa galería hay una tela que no es como las otras. Es una tela sin ningún nombre en el marco, y el fragmento de sábana es blanco como la nieve. Es la página en blanco de Karen Blixen, la página más importante de toda esta galería. Comenta la autora:

¡Mirad esta página, y reconoced  la sabiduría de todas las mujeres que narran historias! […] Es frente a la página en blanco donde las monjas jóvenes y viejas permanecen de pie más tiempo […] sumidas en las más profundas reflexiones.[23]

Si tomamos ese cuento como una suerte de sueño freudiano, la página en blanco viene al lugar de la mancha blanca de la garganta de Irma. Es algo que no cesa de no escribirse y es la condición para poder escribir algo. Hay que subrayar que en ese cuento la sábana será una imagen del inconsciente real como tal. Voy a intentar logicizar un poco ese cuento. Vemos, en esta galería de princesas enmarcadas, la lógica fálica en ejercicio, es la feminidad del lado fálico. El cuento dice que viendo esos cuadros cada uno puede tener toda suerte de fantasías fálicas; por ejemplo, ver la flecha de Cupido atravesar el corazón de la amada. Pero cuando llegamos a la página en blanco, podemos ser tomados por la angustia, como el escritor delante de su página en blanco. Algo de lo real está presente sin representación posible. Es una otra alteridad que viene a ese lugar, no es un otro simétrico al sujeto.

Podemos incluso inscribir la galería del cuento en el cuadro, como un cortejo de nombres de mujeres o de números naturales cuya lista es infinita. Los nombres de mujeres son el significante de la pérdida de la virginidad que genera interpretaciones diversas. En la misma cadena, pero fuera de la serie, aparece la página en blanco enmarcada y sin nombre. Podríamos hacer aquí una alusión a la Diosa blanca que aparece en El despertar de la primavera, de Wedekind.[24]  Lacan hace referencia a ella en su “Prefacio a El despertar de la primavera”, diciendo que el Nombre del Padre se pierde en la noche de los tiempos, y que antes del padre del Edipo está la Diosa blanca, sin nombre.[25] Hay toda una mitología sobre este espacio de la divinidad anterior al patriarcado y que está en el origen del Nombre del Padre. Es lo que Lacan enuncia: que el Nombre del Padre tiene un origen femenino. La página en blanco del cuento hace presente una otra infinitud que no es la del cortejo de los números reales, es la infinitud de lo que no cesa de no escribirse.

¿Cómo se presenta ese real en la clínica? Es el ombligo del sueño en el sueño de Freud. Tengo otro ejemplo que extraigo de los atentados terroristas que tuvieron lugar en España en 2003. Colegas de Madrid trabajaron en la “Red del 11 de marzo” tratando a las víctimas de esos atentados. En casi todos los relatos y testimonios de las víctimas era explícito que lo que era traumático y se repetía en las pesadillas era lo que no había llegado a producirse. “No pude ayudar a la persona agonizante al lado mío”; “Perdí el tren anterior que me habría salvado del desastre”. Cada vez, algo que no cesaba de no llegar estaba presente en el testimonio. Es la mejor manera de definir el real lacaniano traumático.

El inconsciente freudiano es la página en blanco

Para concluir, Lacan podía afirmar en su “Discurso de Roma”: “La ciencia gana sobre lo real reduciéndolo a la señal. Pero ella reduce lo real también al mutismo”.[26]

Por lo tanto, cuanto más la ciencia gana, avanza sobre su real, donde todo parece escrito, cuanto más ese real no cesa de escribirse, más ese real permanece mudo, más se vuelve fuera de sentido, más el sujeto del significante y del goce permanece forcluido para volver como respuesta de lo real; pero, por lo tanto, más el psicoanálisis encuentra su sujeto confrontado al real del inconsciente, a su propio real, que no cesa de no escribirse. Cuanto más la ciencia avanza en sus impasses, más se encuentra el sujeto como respuesta de lo real. Podríamos incluso decir que el psicoanálisis es la página en blanco de la ciencia. Cuanto más se busca reducir al sujeto –el sentido de su experiencia de goce– a los datos de las imágenes de una resonancia magnética, por ejemplo, más el sujeto se hará escuchar en los significantes de su historia que cifran las resonancias semánticas de este goce mismo. Un goce que muestra siempre su costado no medible, como un goce más allá del falo, femenino o no fálico.

La feminidad, como espacio subjetivo más allá del falo, es el espacio más próximo, el que está más en contacto con lo real del inconsciente, ese real que no cesa de no escribirse. El inconsciente no es una huella observable en el sistema nervioso, como lo querrían los cognitivistas, incluso aquellos que se dicen próximos al psicoanálisis, como Antonio Damasio, que querría encontrar el inconsciente freudiano escrito en el sistema nervioso. El inconsciente freudiano es la borradura de toda huella operada por el significante, es la página en blanco. Lo que resta, lo que no cesa de no escribirse en esta borradura, es “el inconsciente real”, tal como Lacan indicó una vez en su última enseñanza y J.­A. Miller captó, para extraer de ahí toda una nueva manera de leer a Lacan a partir de esa brújula. El inconsciente real, femenino, es lo que vuelve presente hoy al psicoanálisis en el interior mismo de la ciencia, en lo que la ciencia no puede dejar de fallar en la reducción del saber al conocimiento y del conocimiento a la información,  para retomar esos hermosos versos de T. S. Eliot con los cuales voy a concluir:

Where is the wisdom we have lost in knowledge?

Where is the knowledge we have lost in information?

 

 

[1] Conferencia dada en la ACF de Bélgica el 12 de enero de 2013, en el marco del ciclo de conferencias del Campo freudiano sobre “Cuestiones de feminidad”. Publicado originalmente en francés como “L’inconscient, féminin, et la science”, en Quarto, Revue de Psychanalyse. Conversation sur L’Un tout seul, Bélgica, nº 104, mayo de 2013. Agradecemos la gentil traducción de Damasia Amadeo de Freda y la providencia del texto a Silvia Geller.
[2] Jannini,  E. A., “Female  Orgasm(s): One, Two, Several”, disponible en línea, última consulta: 28/03/2012.
[3] Lacan, J., El seminario. Libro 2: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 1992.
[4] Véase el termómetro de Galileo.
[5] “Le billet politique d’ Hubert Huertas”, en France Culture, 9/01/2013.
[6] Koyré, A., “Du monde de l’à peu près à l’univers de la précision”, Critique, nº 28, 1948, incluido  en Études d’histoire de la pensée philosophique, París, Gallimard, 1961, pp. 311­329.
[7] Lacan, J., “Posición del inconsciente”, en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987 [1964].
[8] Lacan, J., “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”, en Escritos 2, ob. cit.
[9] Lacan, J., El seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1993.
[10] Lacan, J., El seminario. Libro 20: Aun, Buenos Aires, Paidós, 1992.
[11] Lacan, J., El seminario. Libro 11, ob. cit., p. 33.
[12] Lacan, J., El seminario. Libro 20: Aun, ob. cit., p. 15.
[13] Ibíd.
[14] Ibíd.
[15] Freud,  S., “La interpretación de los sueños”, en Obras completas, tomo 1, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007 [1900], pp. 412­413.
[16] Lacan, J., El seminario. Libro 2: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, ob. cit., pp. 223­260.
[17] Freud, S., “La interpretación de los sueños”, en Obras completas, ob. cit., p. 415.
[18] Ibíd.
[19] Dinesen, I., “La página en blanco”, en Cuentos reunidos, Madrid, Alfaguara, 2011.
[20] Freud, S., “Análisis terminable e interminable”, en Obras completas, ob. cit., tomo 3.
[21] Wittgenstein, L., Tractatus logico-philosophicus, París, Gallimard, 1993, p. 112.
[22] Dinesen,  I., “La página en blanco”, en Cuentos reunidos, ob. cit.
[23] Ibíd.
[24] Wedekind, F., L´éveil du printemps, París, Gallimard,  1983.
[25] Lacan, J., “Prefacio a El despertar de la primavera”, en Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012.
[26] Lacan, J., “Discurso de Roma”, en Otros escritos, ob. cit., p. 151.