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Deseo y Satisfacción


lacan21 - 4 de mayo de 2018 - 0 comments

Adolfo Ruiz Londoño. “Huellas”. Fotografía. NEL-AMP

Maria do Rosário Collier do Rêgo Barros
EBP-AMP

“A lo incondicionado de la demanda, el deseo viene a substituir la condición “absoluta”: condición que deslinda, en efecto, lo que la prueba de amor tiene de rebelde a la satisfacción de una necesidad. El deseo no es, sin embargo, ni el apetito de satisfacción, ni la demanda de amor, sino la diferencia que resulta de la sustitución del primero por el segundo, el propio fenómeno de su herida (spaltung)”. “La significación del falo” p.698

En 1958, en su escrito “La significación del falo”, Lacan sitúa el deseo en la herida que se produce a partir de la substracción del apetito de satisfacción a la demanda de amor. El apetito de satisfacción está referido a un objeto específico, inscripto en el orden de la necesidad. La demanda de amor es incondicional, pues anula la especificidad del objeto en juego en el registro de la necesidad, dirigiéndose a la presencia-ausencia del Otro. La demanda de amor exige sumisión al Otro, a sus significantes a través de los cuales puede dar lo que no tiene. La demanda de amor conduce al proceso de simbolización del objeto, al establecer un corte con el objeto de la necesidad presente en el orden del instinto. El deseo surge a partir de esa herida, es esa herida, no sin el retorno de la particularidad del objeto abolida en la demanda de amor. En ese retorno, el objeto en juego en el deseo trae la marca de la herida. De esta forma, introduce en el proceso de simbolización la falta en el objeto. La particularidad anulada en la demanda de amor reaparece por la vía del deseo como condición “absoluta”. Lacan insiste en que es necesario que la particularidad abolida reaparezca más allá de la demanda. Y con ello indica la presencia de un residuo inevitable, que insiste y que tiene la función de indicar no solo la dimensión de “pura pérdida” presente en esa operación, sino de un goce que no se puede anular. No hay simbolización absoluta, el deseo está en conexión con la presencia de ese resto, que es al mismo tiempo residuo y producto.

En 1958, Lacan apunta a ese residuo como testigo de que el significante produce no solo una pérdida, algo imposible de recuperar, sino también un goce que tiene sus ramificaciones tanto en el circuito pulsional como en el deseo. Tanto en uno como en otro está presente la herida, la falla, la hiancia que ningún objeto puede saturar, que ninguna satisfacción podrá anular. De allí, la indestructibilidad del deseo y la imposibilidad de anular todo goce, sin el cual la existencia seria vana.

Será solo al final de su enseñanza que Lacan esclarecerá que ese residuo de goce es producido por el impacto del significante sobre el cuerpo, marcas indelebles que la simbolización no puede eliminar. Esto lo lleva a afirmar que el goce es previo y no el Otro, exigiendo entonces una relectura de sus elaboraciones previas.

Al pensar la dimensión de residuo como el objeto en juego en el deseo, a través de la cual se inserta la condición absoluta, Lacan nos orienta a considerar el objeto, no como aquel que el deseo busca sin poder alcanzar nunca, sino como aquel que ofrece una satisfacción en conexión con una falta que no puede ser saturada; esto constata la dimensión de causa del deseo de ese objeto. El deseo resulta de la imposibilidad de la demanda de eliminar la particularidad, que retorna en el objeto que no es complementario, sino suplementario a la falta. La demanda anula, como dice Lacan, pero no elimina.

Me interesó volver a estas indicaciones de Lacan para pensarlas a la luz de sus desarrollos a lo largo de su enseñanza. Ello permite rescatar la dimensión del deseo no solo como obstáculo a la satisfacción (deseo insatisfecho, imposible y prevenido), que tiene como punto de apoyo el fantasma, amarrada al goce que alimenta la impotencia, sino como una nueva articulación del deseo a la satisfacción, que es instrumentada por el sinthoma, dando lugar así a un deseo advertido, advertido de la no relación sexual. En su Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI, Lacan indica un viraje posible en la relación de cada uno con las marcas que alimentaron su “verdad mentirosa”, abriendo así una nueva satisfacción.

Advertidos por esta orientación que extraemos de la enseñanza de Lacan, podemos estar atentos para no sucumbir a los imperativos del goce de nuestra época, que intentan hacer un cortocircuito en la dimensión del deseo haciendo creer que todo es posible y que lo variable del objeto de la pulsión puede alimentar sin límite la indiferencia en relación al objeto, eliminando las coordenadas inconscientes en las que se apoya la elección.

En esta coyuntura se intenta desconocer que lo variable del objeto de la pulsión tiene su fundamento en una pérdida inaugural, en relación a la cual los objetos sustitutivos traen la marca del falo como significante de la falta y se rigen por coordenadas inconscientes en juego en esas elecciones.

El intento de eliminar las coordenadas inconscientes implicadas en la elección, minimizando la dimensión del deseo, tiene efectos en el fenómeno observado hoy como indiferencia en relación al objeto, tanto en la vida sexual como en otras situaciones en las cuales está implicada una elección.

Será preciso considerar la diferencia entre lo variable y lo indiferente del objeto, para no caer en las trampas del mercado de consumo que intenta volver a sus usuarios dóciles a sus ofertas. Y también, no confundir la indiferencia con la ambivalencia, ya que esta última puede ser tratada por la vía del sinthoma y la articulación que permite hacer entre semblante y real.

Cuando Lacan introduce la escritura del Sinthoma agrega algo en la relación síntoma y fantasma. Al colocar el objeto en el entrelazamiento de los tres registros, simbólico, imaginario y real, nos ofrece elementos nuevos para pensar una articulación entre goce y deseo, una que no queda esclava de la impotencia del fantasma. El lugar en el que el objeto se sitúa, cumple la función de mantener abierto el agujero presente en cada uno de los registros, simbólico, imaginario y real, por donde los diferentes elementos pueden articularse y vivificarse en modos siempre singulares. Lacan abre así un camino para ir de la condición absoluta del deseo, apoyada en el fantasma, a la modalidad singular de una elección orientada por el sinthoma.

Traducción: Silvina Rojas