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¿Rumbo a una cultura toxicómana? El delirio de la regla y la acción lacaniana


lacan21 - 4 de mayo de 2018 - 0 comments

Gerardo Arenas. “Sin título”. Fotografía. EOL- AMP

Glória Maro
EBP_RJ
Lilany Pacheco
EBP-MG  – EBP- AMP

El tratamiento legal dispensado a las drogas: de la guerra a las drogas al ideal de la liberación

El consumo de drogas es muy antiguo –hay relatos de uso de alcohol en Grecia por ejemplo-, pero fue recién al final del siglo XIX que algunas de esas sustancias recibieron la denominación “droga” y pasaron a ser consideradas prejudiciales al usuario y un problema para las sociedades.

En el siglo XIX se iniciaron también los movimientos contra la producción, el comercio y el uso de sustancias psicoactivas. En los Estados Unidos la causa llegó hasta la formación de un partido político, el Prohibition Party, creado alrededor de 1870. Después del fin de la II Guerra Mundial, las opiniones se volvieron más uniformes. En una reunión ocurrida en 1961, se obtuvo el primer consenso internacional en relación a las sustancias psicoactivas. El encuentro –que contó con la presencia de 73 países, entre ellos Brasil, Japón, E.U.A., Alemania, Francia e Inglaterra– ratificó el tratado que está vigente hasta el día de hoy. La Convención Internacional Única sobre Estupefacientes clasificó una serie de sustancias en cuatro grados de peligrosidad. Todas tendrían su producción, venta y consumo controlados. A ese primer tratado, marco inicial del combate a las drogas, le siguieron otros acuerdos internacionales promocionados por la Organización de las Naciones Unidas. Brasil es signatario de todos. Recientemente, en 1998, el país pasó a compartir las resoluciones de la ONU en favor de la reducción de la demanda de drogas.

Desde el surgimiento de las primeras restricciones al consumo, fabricación y circulación de drogas, su tratamiento legal paso por diversas transformaciones1 en todo el mundo. A pesar del consenso sobre la necesidad de ofrecer un tratamiento legal al problema de las drogas, hay mucha divergencia sobre cómo abordar esta problemática, tanto en Brasil como en las demás naciones. Desde 2006, está vigente en Brasil la tercera legislación sobre drogas, que considera crímenes, en grados diferentes, tanto la comercialización como el uso de sustancias psicoactivas. En este contexto se vuelven relevantes las discusiones sobre descriminalizar y despenalizar. Descriminalizar implica que producción, consumo y comercio de drogas dejan de ser considerados crímenes. El término despenalizar ha sido usado en el sentido de ablandar la sanción que recae sobre quien practica esos actos.

Tanto en Brasil como en otros países, la droga, especialmente la marihuana, conquistó una legión de usuarios y defensores en la década de 1960, como parte del movimiento de la contracultura que buscaba contestar los principios fundamentales y costumbres sociales. Entre los universitarios e intelectuales de izquierda, por ejemplo, consumir drogas tenía un significado difuso que podía traducirse en una oposición a las prácticas u opiniones vigentes. En Estados Unidos, la oposición podía tener como blanco la Guerra del Vietnam; en Brasil, la dictadura militar. En los años siguientes, algunos estudios comenzaron a defender el uso de substancias psicoactivas para uso terapéutico, con el necesario ablandamiento de la legislación. Sin embargo, esas investigaciones fueron cediendo espacio frente a otras que afirmaban la gravedad del uso de drogas.

En la década de 70, el uso de marihuana estuvo asociado a movimientos contestatarios. Era uno de los íconos de la cultura hippie, teniendo así una perspectiva cultural en su uso. Hoy, el uso de marihuana no carga más con la asociación cultural que tuvo en el pasado; ya no sirve de símbolo para nada.

A partir de los años 80 se verificó una gran difusión de otros tipos de drogas como el ácido lisérgico (LSD), la cocaína, la heroína, el crack, el éxtasis, que sumadas a las drogas antiguas, constituyen un verdadero arsenal químico ofrecido todos los días en el “mercado” de las drogas. “Mercado” es un término adecuado si pensamos que las drogas toman en la actualidad un valor económico importante dentro de la lógica capitalista.

Los movimientos de liberalización del uso de las drogas se iniciaron en la década del 70, frente a la dificultad de controlar el consumo. Holanda, en 1976, fue el primer país en permitir el uso de una de ellas: la marihuana. La autorización, sin embargo, estaba restringida a algunos bares y a mayores de 18 años. De a poco, otros países adhirieron al movimiento, iniciando un proceso de ablandamiento de las sanciones. Así, en los primeros años del siglo XXI varios países de Europa occidental ya tenían una postura más flexible en relación a las drogas.

En otros países hubo ablandamiento de las leyes antidrogas.  Alemania, España, Italia y Portugal, por ejemplo, pasaron a tratar cada vez más el uso de drogas como un caso de salud pública, y no de policía. Actualmente, un ciudadano italiano puede tener la prisión revocada si acepta someterse a un programa de recuperación controlado por el Ministerio de Salud. Portugal fue aún más lejos y, descriminalizó el uso de sustancias psicoactivas. Aquel que es encontrado fumando un cigarrillo de marihuana, por ejemplo, es encaminado a tratamiento médico y puede, como máximo, tener que pagar multa.  Un año más tarde, Gran Bretaña y Australia entraron en la lista de las naciones dispuestas a experimentar nuevos abordajes acerca del tema. Los británicos hicieron varias experiencias que culminaron en una ley sancionada en 2004. La droga fue entonces reclasificada por los órganos de salud. Como consecuencia, la sanción para usuarios hallados in flagranti prácticamente se extinguió. El gobierno australiano, por otro lado, autorizó la apertura de salas especiales para adictos a la heroína, en las cuales el usuario podía inyectarse la droga bajo la supervisión médica. España y Alemania desarrollaron programas similares.

Evaluaciones de movimientos de liberación muestran que en Holanda la tolerancia a la marihuana tuvo éxito en sacar a los consumidores de la clandestinidad, pero no tuvo el mismo efecto sobre el tráfico. La mitad de los crímenes cometidos en el país están vinculados a los estupefacientes, y el número de presos se triplicó en los últimos años. Por otro lado, la mayor ciudad holandesa, Ámsterdam, contaba con 10.000 adictos a la heroína en 1980, número que cayó a la mitad con la libertad para consumir marihuana. Con más de 1.500 bares vendiendo libremente la hierba hace 25 años, Holanda tiene números sorprendentes: solamente 5% de la población fuma marihuana, contra 9% en Estados Unidos, donde hay leyes más rigurosas. Lo que se observa, por tanto, es que el abordaje más tolerante sacó al usuario de la marginalidad y le dio más chances de recuperarse de la adicción y del crimen, pero no consiguió afirmarse como una alternativa de efectos enteramente seguros.

En Brasil, consumir o comercializar drogas es un crimen. La legislación, no obstante, prevé sanciones distintas al usuario y al traficante. Al primero, la ley le imputa tres tipos de pena: advertencia sobre los efectos de las drogas, prestación de servicios a la comunidad (de 5 a 10 meses) y medida educativa de asistencia a programa o curso educativo. A quien produce o comercializa drogas, la ley le atribuye penas de 5 a 15 años de reclusión y pago de multa de 500 a 1.500 reales.

La ley 11.343 está en vigor desde el 23 de agosto de 2006. Antes de ella, Brasil tuvo otras dos legislaciones sobre drogas. La primera, de 1976, fue revisada en a principios del año 2000 –ya que presentaba desacuerdos con las prácticas y concepciones del siglo XXI. Así, en 2002 se promulgó la ley 10.409, que, sin embargo, mantenía los artículos que definían lo que era considerado crimen; al vetarlos, fue preciso elaborar la actual legislación.

El ideal de la liberación, la tolerancia en relación a las drogas y al crimen perdió su aura de “modernidad”. Esto sucede, por ejemplo, en Holanda, uno de los países más liberales de Europa, ya que fue el más abierto en lo que se refiere a las drogas. Actualmente los coffe shops locales ya no pueden vender bebidas alcohólicas ni hongos alucinógenos, y también se trata actualmente en el Parlamento una ley que intenta prohibir su funcionamiento a menos de 200 metros de las escuelas. La tolerancia en relación a la marihuana, iniciada en los años 70, creó al menos dos contradicciones. La primera es que los bares pueden vender hasta 5 gramos de marihuana por consumidor, pero el cultivo e importación de la droga continúan prohibidos. O sea, hubo un incentivo al narcotráfico. La segunda es que Ámsterdam, con sus coffe shops, pasó a atraer “turistas de la droga” dispuestos a consumir de todo, no sólo marihuana. Eso hizo proliferar el comercio clandestino. La población comenzó entonces a rever sus ideas y a mostrarse cada vez más descontenta con el actual tratamiento dado a usuarios y traficantes.

En Suiza también se transformó un barrio, el Langstrasse, en Zúrich, bajo el aval del gobierno, en territorio libre para consumo de drogas, y finalmente terminó bajo el control del crimen organizado. En Dinamarca y Gran Bretaña, bajo este descontento, la droga vuelve a pertenecer al grupo de estupefacientes sujetos a represión severa, inclusive para el usuario.

Éric Laurent (2011) comenta la reciente votación de la propuesta de legalización de la marihuana en California. La propuesta no prosperó, pero aquellos que quieren fumar marihuana legalmente pueden alegar dolor de cabeza y obtener una receta médica para el consumo legal de la hierba. En Europa, las experiencias son mucho más variadas que el ejemplo de Holanda, ya que allí no hubo legalización sino liberalización del negocio, lo que provoca hoy una reacción de la sociedad holandesa, un viraje coercitivo de derecha, previendo tal vez que en Holanda no habrá legislación. Quedará, entonces, la posibilidad de investigar las consecuencias futuras de la liberación del negocio, sin legalización del uso.

Vemos también la política de reducción de daños en los países del norte europeo, en los cuales existe un dispositivo de salas de shoot, donde los dependientes de heroína pueden inyectarse para no hacerlo en las calles o en los baños públicos, reduciendo así los riegos.

En nuestro vecino país de América Latina, Uruguay, se realizó en 2011 la despenalización del consumo, sin la legalización de la droga, y recientemente fue presentado en el Parlamento un proyecto de legalización del cultivo doméstico, abriendo, recientemente, un campo de discusión fértil sobre los efectos que esta acción puede tener en relación al narcotráfico.

Todos estos aspectos exhiben de modo claro las condiciones intrínsecas al tema de la legalización, exponiendo sus paradojas y sus contrastes y la imposibilidad de que las leyes legislen sobre el goce que los usuarios obtienen con las drogas lícitas o ilícitas.

La liberalización del uso de drogas es un tema polémico, espinoso, difícil de ser abordado. Sería más cómodo se pudiésemos no tratarlo. Entretanto, dentro del contexto de evaluación en el cual se encuentra la sociedad contemporánea, comienza a establecerse que hay un problema, que ese problema se instala en la sociedad, y se demanda a los políticos encontrar una solución. Consecuentemente, la evaluación se vuelve el paradigma de las políticas públicas en salud mental, para extraer una medida calculable del “malviviente” (Miller et al, 2006). Esta perspectiva nos alerta como psicoanalistas a no posponer más la discusión de temas de esta naturaleza.

Las políticas públicas de atención a los usuarios de drogas

Éric Laurent, inspirándose en el informe de la “Comisión Latinoamericana sobre drogas en democracia”,2 enfatiza que el momento actual del problema de las drogas, es un momento original que concierne al debate sobre el tema como una cuestión pública, frente al fracaso de los ideales que orientaron las políticas sobre las drogas hasta entonces. Por un lado, atestiguamos el fracaso del ideal represor, la “guerra contra las drogas” proclamado por Richard Nixon en los Estados Unidos, en los años 70. Por otro, fracasaron también las esperanzas liberales que confiaban en el mercado para regular el objeto droga como cualquier otro objeto; por ejemplo, las plazas europeas para libre uso de drogas, también iniciadas en los años 70.

Es un dato innegable, y creemos que consensuado también, que el uso abusivo de sustancias psicoactivas precisa ser tratado y que es necesario encontrar respuestas clínicas efectivas para esa cuestión. El uso de drogas preocupa, y es necesario que sea abordado en su multiplicidad de aspectos con una amplitud tal que las discusiones recubran desde los aspectos más generales del tema -explicitados en todos los tratamientos posibles que puedan ser dados al problema de las drogas-, hasta las singularidades de un sujeto y su uso solitario y su complicidad con la droga de su predilección.

SOARES (2011) propone un terreno ético que alberge la discusión sobre el uso de sustancias psicoactivas. Se trata del contexto ético que trae al centro de la discusión lo relativo al uso del cuerpo propio, poniendo el acento en la noción de libertad cuando entran en escena temas tales como la eutanasia, el aborto, la ingeniería genética y la tecnología médica. Temas que exigen la revisión de conceptos como familia, reproducción, raza, etnia, esfera de deliberación individual, intervención tecnológica sobre el cuerpo, deliberación de generaciones futuras, determinación y libertad, familia y elección. Temas tratados en lo que Jacques-Alain Miller denominó, ya hace algún tiempo, “los comités de ética”.

Atentos a los peligros inherentes al delirio de la regla, y en la dirección de establecer una interlocución con la ciudad, los psicoanalistas del Instituto de Psicoanálisis de Minas Gerais, integrante de los Institutos del Campo Freudiano, realizaron, el 10 de septiembre de 2011, la Séptima Conversación de la Sección Clínica, con el tema: “Una política para el alcohol y las drogas: ¿Cómo podemos contribuir?”. Esa conversación inauguró un tiempo de interlocución con los gestores públicos, investigadores y trabajadores concernidos en políticas para el alcohol y las drogas, como agentes de los servicios de atención a los usuarios de alcohol y drogas. Dada su relevancia, se produjo una edición especial del Almanaque on-line3, publicación digital del IPSMG, en el cual la Conversación fue transcripta íntegramente para ese medio de difusión rápido que es Internet, con el objetivo que la preocupación que ocupa hoy a los trabajadores en salud mental no pierda el vigor. Promoviendo además que la lectura sobre los puntos discutidos en esta conversación convoque a otros a que se sientan animados y responsabilizados por este debate. Como destacó KAUFMANNER (2011):

“Los últimos acontecimientos nos muestran que el ruido de la segregación insiste y que los psicoanalistas no deben acoger ese ruido solamente con su silencio. El momento solicita que hablemos y nos posicionemos, y que nuestra voz se reúna al coro de aquellos que también se posicionaron contra el retorno de prácticas que parecían abandonadas, pero que reaparecen bajo el maquillaje humanitario contemporáneo de la salud y del progreso”4

Esta conversación realizada en el Instituto de Psicoanálisis tuvo varias repercusiones, entre ellas la gestación de un Fórum5 con el tema “Drogas: más allá de la segregación”, realizado en Belo Horizonte, en octubre de 2012, en el seno de la XVII Jornada de la Escuela Brasileña de Psicoanálisis –Sección Minas Gerais. Tuvo la finalidad de participar en el debate actual, contribuyendo en la construcción de salidas referidas a políticas sobre alcohol y drogas y a los impases generados en la práctica del psicoanálisis en este contexto. En una entrevista realizada por Fernanda Otoni de Barros-Brisset, coordinadora de la “XVII Jornada de la Escuela Brasilera de Psicoanálisis: la política del psicoanálisis en la era del derecho al goce”, Éric Laurent esclarece la importancia de la contribución del psicoanálisis en este contexto:

“En la clínica psicoanalítica, los psicoanalistas tienen la experiencia de ver como los sujetos, uno por uno, pueden encontrar su solución propia más allá de los grandes discursos identificatorios, del “prêt à porter” común que cada uno encuentra en la sociedad, en las identificaciones que le son transmitidas por la familia o que le trasmitió el destino. En la experiencia de la cura, el sujeto busca una solución viable al ejercicio de su derecho al goce. Es esa la experiencia que los psicoanalistas pueden trasmitir a otras disciplinas, a otros discursos, para intentar flexibilizar las categorías comunes y tornarlas aptas para acoger esos impactos del goce que se manifiestan en una dimensión totalmente inédita, en el siglo XXI.”6      

Si por un lado el psicoanálisis de orientación lacaniana, inspirado en los seminarios y enseñanzas de Jaques-Alain Miller, trabaja en dirección de ampliar el ámbito de su práctica, por el otro, en el ámbito de las políticas públicas, más fuertemente en Francia pero con fuertes ecos en Brasil, se percibe un cierre para los practicantes del psicoanálisis. Un ejemplo de ello es el Acto Médico, un proyecto de ley que sometería la práctica psicoterapéutica en general a la autorización de los médicos, junto a otros proyectos, también efecto de este cierre por las políticas de calidad implementadas en los servicios de atención a la salud en general y, en especial, en los dispositivos designados a la atención de la “salud mental”. Presiones de esta naturaleza han exigido que los psicoanalistas promuevan una interlocución con diversos sectores de la sociedad civil para deshacer prejuicios sobre la práctica psicoanalítica, y al mismo tiempo transmitir sus principios y su ética a aquellos que no tendrían acceso a un psicoanalista si los psicoanalistas no se dirigiesen a ellos.

En el intento de enfrentar el problema del uso y abuso de drogas, las instancias sociales se valen de distintas estrategias: respuestas  jurídico-legales  y oferta de tratamientos dispensados a los usuarios de drogas ilícitas coexisten con propuestas de liberación de la droga y/o descriminalización del usuario, como ya mencionamos, así como con políticas públicas en el área de la salud creando centros de atención especializados en el tratamiento de los usuarios de drogas en general.

En este contexto encontramos una diversidad de discursos como estrategias institucionales de tratamiento del uso de drogas, implicando, necesariamente, la discusión de sus efectos sobre los sujetos, o sea, la incidencia de esos varios discursos como modos de construcción de subjetividades. Lo que se verifica muchas veces, en los varios abordajes destinados al problema de las drogas, es la generalización en cuanto a la definición de droga, drogadicción o toxicomanía y también en cuanto a las causas del uso de drogas y a la función que las drogas pueden tener más allá de la función que tiene para cada uno en su singularidad. Y en especial, se destaca la discusión de los resultados y de  la eficacia de tales estrategias como representaciones de “cura” pasibles de verificación.

Es sobresaliente, en el contexto contemporáneo, el crecimiento del número de centros de atención a toxicomanía y alcoholismo. El registro de organizaciones de esa naturaleza en el Consejo Estadual de Estupefacientes (CONEN) se cuadriplicó a partir de 1999. En el documento sobre la “Normalización de los Servicios de Atención a Trastornos por Uso y Abuso de Sustancias Psicoactivas”, el Ministerio de Salud (MS) resalta la “necesidad preeminente de que el Sistema Único de Salud (SUS) pueda responder a esa enorme demanda generada por uso indebido de sustancias psicoactivas”, y propone la reglamentación de ese campo clínico, junto a una evaluación de los centros de atención existentes. Es importante resaltar que el propio documento del MS reconoce “la desactualización, sea desde el punto de vista de la información, o desde el punto de vista de los modelos de tratamiento”, poniendo en evidencia las recaídas y fracasos en la conducción del tratamiento, tal como atestiguan los profesionales de salud mental que se dedican a la clínica con usuarios de drogas en general.

Las distintas estrategias utilizadas para enfrentar el problema de las drogas se sustentan en diferentes discursos,  como el religioso, el discurso moral, el discurso de la ciencia que incide en los tratamientos medicamentosos, asociaciones civiles con fines de recuperación de toxicómanos y alcohólicos, como AA (Alcohólicos Anónimos), comunidades terapéuticas de diversas naturalezas, y también el Psicoanálisis –dispositivo clínico creado por Freud a partir de la premisa del inconsciente.

Otro elemento importante que debe der señalado es el hecho de que las explicaciones construidas para el uso de drogas se acumulan en vez de sucederse, pudiendo ser reconocidas hasta el día de hoy varios de estos discursos sobre el uso de droga. Así, encontramos explicaciones para el uso de alcohol y drogas basadas en una “moralidad cristiana”, que toma al usuario como alguien que no se controla ante del producto. En esta perspectiva, el uso excesivo de cualquier sustancia puede ser visto como un problema de “control de impulso”: al individuo le faltaría, aparentemente, “fuerza de voluntad”, siendo este individuo considerado como destituido de la “fibra moral” para resistir al clamor de las drogas (Marlatt & Gordon, 1993). Se percibe en esta explicación, que el énfasis del acto compulsivo es puesto en la sustancia, atribuyéndole un poder de atracción y centrándose enonces, para resolver la cuestión, en la necesidad de eliminar el acceso del individuo al producto, culminando en movimientos como la Ley seca, que se reforzó algún tiempo en Estados Unidos.

Del mismo modo, conviven en lo cotidiano de la clínica con toxicómanos las nociones de “enfermedad” y de “dependencia”, colocando el énfasis en el individuo pensado solo como un organismo en el cual se realiza una reacción físico-química. Otra noción corriente es la del “hábito adquirido”: el énfasis recae en el ambiente, al cual se atribuyen las causas de la drogadicción. Existen también las hipótesis etiológicas que remiten a la interacción de múltiples causas, considerando aspectos biológicos, psicológicos y culturales como explicación para la drogadicción.

Las imprecisiones teóricas relativas al uso de drogas, la multiplicidad de explicaciones causales y la diversidad de terapéuticas denuncian fisuras en el conocimiento científico acumulado hasta los tiempos actuales, justificando las salidas pragmáticas en el tratamiento del uso de drogas. El pragmatismo puede ser visto como un esfuerzo para proveer una base más eficaz para superar el uso de drogas, en la medida en que la ciencia no logra formular explicaciones –ni tampoco respuestas– para los casos individuales de aquellos que buscan tratamientos convencionales para resolver sus dificultades con las drogas. El alcoholismo es el prototipo del tipo de problemas para los cuales han encontrado soluciones pragmáticas, y la organización de los Alcohólicos Anónimos es el principal ejemplo de ello, tal como fue demostrado en la disertación de maestría de Pacheco (1998).

Como destacó E. Laurent en “¿Cuál institución queremos?, los aspectos arriba mencionados no pueden ser descartados. Es preciso aprender con cada una de esas estrategias, una vez ubicadas ya sea por la vía del saber, por la vía del objeto, por la vía del nombramiento, o por la lógica de sustitución. Los trabajos presentados por las instituciones que reciben usuarios de drogas para tratamiento se vuelven un conocimiento relevante y es necesario ubicar dichas estrategias; caso contrario, restará al sujeto solamente su toxicomanía.

Como afirmó Laurent (1994), estamos en la era de las toxicomanías, estamos en la era del consumo exacerbado, y la droga es un objeto más de consumo disponible en el mercado, teniendo en vista que la ciencia y la tecnología avanzan cada día poblando la civilización de objetos que se prestan a un consumo generalizado. Se creó un contexto en el cual los tóxicos son identificados con las leyes de mercado, y el toxicómano, a su vez, es un consumidor obstinado que al entregarse a las estupefacciones provocadas por la droga, se vuelve indiferente al producto que consume. Las toxicomanías, en cuanto fenómeno contemporáneo, deben ser consideradas desde un nuevo ángulo –“un efecto exagerado, un consumo generalizado y la proliferación de un saber que tiene a las tecnologías como testigo”.

Si con todo, el discurso de la ciencia avanza en el modo de suministrar aspiraciones y la búsqueda de la felicidad humana, en contrapartida, esos avances, en sus varias acepciones, no son suficientes para señalar salidas a los problemas que ella misma produce, ya que la droga es un artefacto construido gracias al saber producido por las tecnologías. Más allá de ello, el uso de drogas, en su acepción contemporánea, se presenta con una envoltura social relativa a un intento de ruptura con los modelos familiares, y a una devaluación de la autoridad y de las leyes consideradas en su estatuto de dispositivos simbólicos que generan los ideales identificatorios presentes en la sociedad occidental.

El delirio de la regla y la acción humana     

“Los hijos del crack”

Como escribió VIDIGAL (2017)8, verificamos hace años los efectos catastróficos de intervenciones que afectan a los usuarios de drogas, cuando no consideran su condición de sujetos y de ciudadanos, infiriendo una indiferenciación entre el sujeto y el objeto-residuo-droga. En especial, la autora se dedica en su texto a interrogar las consecuencias del acto jurídico por el cual la 23ª Fiscalía de Justicia de la Infancia y Juventud Civil en Belo Horizonte, en 2014, lanzó las recomendaciones 05 y 06/2014 a las Maternidades públicas y a las Unidades Básicas de Salud para que notificaran al Tribunal sobre “gestantes o madres” que manifiesten interés en entregar sus hijos para adopción. Más allá de ello, los profesionales de salud deberían notificar sobre “madres usuarias de sustancias estupefacientes”, nombradas extra-oficialmente como “madres del crack”, y los casos de “gestantes que rehúsan hacer el pre-natal”; las “situaciones de abandono de recién nacidos en los establecimientos de salud, de negligencia y malos tratos al feto o al recién-nacido”.

En 2016, el Tribunal Civil de la Infancia y de la Juventud promulgó la reglamentación Nº3/VCIJBH/2016 con disposiciones sobre la derivación al Juzgado de los recién nacidos y de los progenitores con sospecha de situación de riesgo, para la escucha y aplicación de medidas de protección. Esta “situación” se refiere a casos en que la “familia no presenta un ambiente que garantice el desarrollo integral, en especial en virtud de la dependencia química y/o la situación de calle de los progenitores, sin condiciones inmediatas para ejercer la maternidad y la paternidad responsable”, para decidir sobre “la aplicación de medidas protectoras, inclusive, si fuera el caso, la medida de guarda familiar o institucional”.

Vidigal (2017, op cit) informa también que en el movimiento “¿De quién es este bebé? las mujeres, en su mayoría negras y pobres, “están siendo retenidas en las maternidades, sin justificación médica y sin indicación clínica. Sus bebés están siendo colocados en guarda sin el rastreo de la familia extensa y sin la creación de un intercambio en el tratamiento que tenga como objetivo su recuperación. Son sumariamente separadas de sus hijos, sin la posibilidad de alojamiento conjunto. Existen muchos relatos de mujeres que ni siquiera son adictas, pero son denunciadas, por no haber hecho el pre-natal, de estar infectadas con sífilis, haber hecho uso recreativo de alguna sustancia antes de saber que estaban embarazadas”.

La Séptima Conversación de la Sección Clínica del Instituto de Psicoanálisis de Salud Mental de Minas Gerais, titulada “Una política para el alcohol y las drogas: ¿Cómo podemos contribuir?9, que tuvo el objetivo de discutir las políticas públicas vigentes en el país en la última década, contó con la presencia de la Coordinadora de Salud Mental de la Prefectura de Belo Horizonte, que aclaró:

“el crack, curiosamente, no es el principal anestésico elegido para tratar el malestar por la mayoría de los jóvenes brasileños. Al contrario de lo que se afirma, los índices de consumo de crack en Brasil no llegan al 1%. De acuerdo con el último relevamiento realizado por el CEBRID, 0,7% de los jóvenes hicieron uso de esta droga una única vez, o sea, encontraron en el crack, en algunos momentos de sus vidas, el alivio o la distracción que buscaban. El número de los que lo usaron una única vez, de acuerdo con el Profesor Elisaldo Carlini, uno de los autores del estudio, permanece estable siete años después (0,7%). O sea, en 2011 el índice del consumo de crack entre jóvenes está lejos de configurar una epidemia. Y, de acuerdo con el Prof. Carlini, fue insignificante el número de los que usaron crack más de 20 veces, en el último levantamiento acerca del consumo de drogas psicotrópicas. Según el CEBRID, las drogas más utilizadas por los jóvenes son el alcohol, seguido por el tabaco, después los solventes, marihuana, cocaína, crack, anfetaminas, ansiolíticos, entre otros. Como se puede ver son las drogas lícitas los medios más utilizados para alejar el malestar.”10

Los datos del CEBRID coinciden con los relevados por el Equipo de Salud de la Familia de los privados de libertad. Dispositivo de cuidado creado por la Secretaría Municipal de Salud de Belo Horizonte para la atención a los adolescentes infractores, que lleva la salud a su encuentro en el tiempo de cumplimiento de la pena. Entre los adolescentes privados de libertad, el crack es utilizado por menos de 1%, siendo también bastante reducido el número de ocurrencia de crisis de abstinencia de drogas entre estos, hecho que indica un modo de uso de la mayoría de los adolescentes, que no se caracteriza como dependencia.

Entre chicos y chicas en situación de calle, público atendido por el consultorio de calle –dispositivo de la red de salud mental creado para atender, prioritariamente, niños y adolescentes en situación de calle  que hacen uso de alcohol y otras drogas, o sea, viviendo en una doble situación de vulnerabilidad–, la droga utilizada no es el crack. Los tóxicos que los anestesian son los mismos de años atrás: thinner y loló (nombre popular).

Se percibe, por tanto, según Vidigal (2017), que las nominaciones “hijos del crack” y “madres del crack” constituyeron una nueva categoría de niños y de madres, ambos nombrados como lo peor, como el crack, vidas de las cuales el Estado se siente con el derecho de disponer, en contra de la Constitución”. Sabemos, con Lacan, que el nombramiento, por su faceta imaginaria, decide la trama de muchas existencias. Punto enfatizado en muchas discusiones sobre los efectos de la nominación en la clínica de las toxicomanías, desde los años 80.

Cambio de rumbo en las políticas públicas y sus posibles consecuencias, hoy. 

En Brasil, experiencias innovadoras en el campo de la salud mental se implementan bajo la égida del movimiento de la reforma psiquiátrica brasileña y en consonancia con la orientación y dirección de la Organización Mundial de Salud (OMS). Desde 2001, la Política de Salud Mental implementada en Brasil hasta diciembre de 2017 era reglamentada por la Ley 10 216. En la Política Nacional e Salud Mental se insertan las directivas y principios para la atención psicosocial e intersectorial. Según esas directivas, la Atención Integral a Usuarios de Alcohol y Otras Drogas posee como estrategia principal que nortea el cuidado, el paradigma ético, clínico y político de la Reducción de daños. La orientación del cuidado regido por la ética de la reducción de daños está en consonancia con las recomendaciones internacionales para la prevención y deducción de los riesgos sociales y agravios a la salud11.

Según Tinoco, “desde la década del 80, con el advenimiento de la epidemia del SIDA, las estrategias de reducción de daños se constituyen como una política pragmática y efectiva adoptada por diversos países. Varios estudios nacionales e internacionales vienen demostrando la eficacia de las estrategias de reducción de daños en el enfrentamiento de las vulnerabilidades clínicas y sociales vinculadas al uso de drogas”12.

A partir del 14 de diciembre de 2017, un conjunto de reglamentaciones y actos del Ministerio de Salud propone alteraciones en la Política de Salud Mental apoyadas en la ley 10216, incidiendo consecuentemente en la política del alcohol y las drogas. La Resolución de número 01 del CONAD, publicada el 19 de diciembre de 2017, se ampara en las alteraciones de la Política Nacional de Salud Mental pactada en la Comisión Intergestora Tripartita –CIT, del 14 de diciembre de 2017. Esos cambios resaltaron las propuestas que privilegian la expansión y contratación de camas psiquiátricas y comunidades terapéuticas, siendo que estas, hasta diciembre de 2017, no estaban sometidas a reglamentación del Ministerio de Salud ni recibían recursos presupuestarios de ese órgano gubernamental. Se destaca también que las comunidades terapéuticas, por ser casi siempre de base religiosa, hacen prevalecer el aislamiento social y establecimiento de reglas como fundamento del tratamiento para aquellos considerados dependientes del alcohol y las drogas. Ese modo de abordar la cuestión del uso de drogas lícitas e ilícitas se distancia del abordaje clínico que incluye, en la diversidad de los casos, la función particular que la droga tiene para cada sujeto, tanto como las soluciones singulares que cada uno tendrá que encontrar en la reducción de daños o interrupción de su uso.

Sin extendernos en el debate sobre la opción de la internación y el aislamiento social de los drogadictos, resaltaremos por ahora que en Brasil hay un reconocimiento por parte de los diferentes segmentos de la sociedad, desde los profesionales de la salud, familiares y parte de la opinión pública, de que la internación no es la única estrategia de tratamiento, a pesar de que esté siempre en juego para muchos la ilusión de que la internación sería un instrumento de readaptación para el sujeto exiliado del Otro social. Con todo, se constata un elevado índice de retorno a las drogas y a las calles posteriormente a la internación13.

Tinoco destaca aún que “el Decreto del CONAD posee el carácter de prohibición, en la medida en que se opone a las iniciativas de legalización de la droga. Tal hecho puede recrudecer la tendencia prejuiciosa y de “marginalidad” de nuestra sociedad, que aún criminaliza los usuarios de drogas ilícitas14.

Además del carácter de prohibición, el referido Decreto incluyó la “promoción de la abstinencia a pesar de citar las estrategias de reducción de daños y riesgo de daño, que puede incluir la abstinencia, caso sea ese el deseo del usuario. No obstante, muchos usuarios no consiguen o no desean la abstinencia, para éstos las estrategias psicosociales y de reducción de daños son de suma importancia para el cuidado.”15

Podemos verificar, en el campo de la salud mental y atención al alcohol y las drogas, que la experiencia de los equipos de CAPS-ad y Consultorio de Calle atestigua que es posible tratar sin segregar. En Rio de Janeiro, actualmente 8.000 usuarios con problemas relacionados a las drogas recurren a los CAPS, a las UAA, a los albergues o son atendidos en la Atención Primaria o en los Consultorios de calle16.

No debemos dejar de mencionar que la salud mental, pautada en propuestas transformadoras o no, no deja de tener relación con el discurso del amo contemporáneo y su ideal de salud mental. Al estar incluida en los objetivos gubernamentales, de cierto modo traduce un esfuerzo de adaptar al hombre al mundo contemporáneo y reducir o eliminar el malestar en la civilización. En esta dirección, reconocemos en este campo multifacético de la salud mental y de la atención a los llamados usuarios de drogas, una tensión permanente entre lo universal y lo particular, entre lo que es formulado para todos y las acciones que buscan aislar lo que hay de particular en cada sujeto. La gestión de cuidados, lo que no es raro, aspira al todo, arriesgando transformar la oferta de cuidados en instrumentos de readaptación para el sujeto exilado del Otro social. Sin embargo, debemos admitir que experiencias y proyectos implementados bajo la égida de la reforma psiquiátrica brasilera en las últimas décadas, abrieron brechas para acciones que buscaban trazar y manejar principios y categorías universales sin dejar de tener en consideración las particularidades del sujeto. De este modo, podemos interpretar las recientes reglamentaciones y actos gubernamentales como un riesgo de retroceso en lo que se refiere a la violación de derechos y recrudecimiento de estrategias higienistas, moralistas y segregacionistas en el campo de la salud mental y atención a los llamados usuarios de alcohol y drogas. Además de ello, las recientes reglamentaciones gubernamentales pueden estar disociadas de políticas públicas dirigidas a las cuestiones que repercuten en la vida cotidiana de muchas ciudades brasileras, tales como: el desorden de la salud pública, la precariedad de las relaciones de trabajo, la fragmentación de los lazos sociales, la fragilidad de los lugares de abrigo, las mutaciones de la estructura familiar y una red escolar que no viene acompañando las transformaciones en el orden simbólico. Esas medidas recientes parecen más comprometidas con el esfuerzo de adaptar el sujeto al amo contemporáneo, intentando tratar lo real sin ley por la vía de las reglas, coerción y aislamiento social.

Otro punto a resaltar es que, el Decreto del CONAD al detenerse en resultados de “impacto” que sean satisfactoriamente mensurables en el cumplimiento de los objetivos de la protección para el fomento e incentivo a programas de prevención, parte de una premisa basada en evidencias científicas que privilegian los abordajes metodológicos cuantitativos, que no son los más adecuados para evaluar la cualidad de los dispositivos de atención psicosocial ofertados a la población usuaria de alcohol y drogas17 1.

Se encuentran en movimiento entre los profesionales del campo de la salud mental una fuerte reacción a esas alteraciones recientes, buscando movilizar y advertir a los diferentes segmentos y órganos de la sociedad civil sobre los riesgos implícitos en este cambio. Un primer efecto es que el 31 de enero de 2018 fue aprobado por unanimidad en el Plenario de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CHDH) la recomendación número XX, de revocación de la resolución 32 y la Reglamentación 3588 de 2017 del Ministerio de Salud, que alteró la política de Salud Mental y otras drogas. El CNDH afirma la necesidad de un amplio debate en la sociedad brasilera y en otros consejos antes de cualquier alteración. No tenemos aún bases para calcular los efectos de esa recomendación de la CNDH, más demuestra que las reglamentaciones y decretos gubernamentales provocaron una nueva onda de movilización política en el campo de la salud mental.

Estamos en un momento que convoca a debatir la época en que vivimos, en tanto varias acciones que se resguardan bajo el manto de la ciencia y sus procedimientos técnico-científicos inciden en diferentes planos, sea en la vida cotidiana de un sujeto o de una colectividad, a partir de una serie de imperativos, normas y recomendaciones sobre todos los aspectos de la vida humana, y que imprimen una normatización de los cuerpos en gran escala. Son formas de intentar construir un hombre a medida y conforme a las exigencias de una sociedad, sin dar lugar al sujeto y sus particularidades. Por tanto, no se debe desconocer que bajo el significante “tratamiento”, “cuidado”, podemos estar lidiando con acciones punitivas, pedagógicas, de readaptación social que no considerarían la dimensión pulsional del sujeto, amordazando las soluciones sinthomáticas singulares.

Al analista le cabe la defensa de una práctica que busca acoger y abordar justo lo que en el hablante difiere, excede y está desidentificado del Otro social, sustentando una posición ética que reafirma su orientación por lo real del sinthoma.     

¿En qué puede contribuir el psicoanálisis?

En consonancia con las advertencias de Turato (2003), los psicoanalistas vienen tratando de verificar el esfuerzo de Freud en delimitar epistemológicamente el psicoanálisis en relación a otros saberes, como también identificando áreas de aplicación del psicoanálisis.

En un texto de 1913, “El interés científico del psicoanálisis”, Freud divide en dos grupos los saberes con los cuales él supone que el psicoanálisis puede estar conectado: el campo de la patología –en el cual podemos verlo aplicado a la medicina y la psiquiatría–, y el campo de las ciencias no psicológicas, en el cual se puede situar la lingüística, filosofía, biología, ontogénesis, historia de la civilización, estética, sociología, pedagogía.

En la conferencia XXXIV de Las nuevas conferencias introductorias “Explicaciones, Aplicaciones y Orientaciones”, Freud avanza e individualiza campos para la aplicación del psicoanálisis entre los cuales sitúa las consideraciones sobre la niñez, adolescencia, educación, violencia, toxicomanías, entre tantas otras modalidades de presentación del sufrimiento psíquico, tan familiares a nuestros días. Temas con los cuales los profesionales de diversos campos de la Psicología de la Salud están confrontados en su trabajo diario y frente a los cuales es imposible no reconocer la actualidad de esta reflexión de Freud

Llama la atención, aún en la Conferencia XXXIV, un aspecto que me parece esencial para la evaluación de las contribuciones del Psicoanálisis a la Psicología de la Salud, al requerir la necesidad de ampliar la noción del método analítico como un método de investigación que puede ser aplicado a diversas actividades analíticas. Freud elucida que el psicoanálisis comenzó como una terapia, pero que no es por su calidad terapéutica que a él le gustaría de recomendarlo, y sí por su contenido de verdad, por los descubrimientos que propicia en cuanto a lo que más interesa al hombre sobre su ser. Además, agrega, por las relaciones que se pueden establecer con otras prácticas, ubicando la terapia como una entre otras, más allá de que sea la principal de ellas. Freud reconoce en este texto que “el valor terapéutico del psicoanálisis constituye una especie de credencial científica del nuevo campo de saber que podrá ser conectado útilmente con otros saberes”.

Es evidente, el psicoanálisis, siempre descripto como una práctica terapéutica poco común y exigente, pasó a tener un lugar en numerosas situaciones y en otras maneras de practicarlo, sea en el contexto de las instituciones, sea haciendo frente a las demandas sociales contemporáneas frente a las cuales los psicoanalistas que se insertan en las instituciones públicas no pueden eximirse. También en las investigaciones universitarias y en tantos otros procedimientos en los cuales podemos verificar la expectativa de Freud de “dar al análisis un objetivo social más elevado que se encuentre desvinculado de las exigencias sociales dominantes”.

Como hemos verificado en la práctica clínica contemporánea, las inestabilidades producidas por la economía globalizada en los grupos sociales, en la empresa y en la familia hacen vacilar las identificaciones, teniendo como una de las consecuencias un llamado universal a los profesionales “psi”, al cual hemos respondido con una serie de intervenciones en varios sectores de la sociedad, ofreciendo el psicoanálisis a muchos que no tendrían acceso a él si no fuese en el contexto institucional en el cual están insertados. Así, se hizo urgente la verificación de la utilidad del psicoanálisis para la investigación de fenómenos que se presentan al principio con una envoltura social. El mundo capitalista avanzado, neoliberal, es comúnmente tomado como modo de vida inequívoco. En esta formulación, la toxicomanía aparece, actualmente, como un gran enemigo y blanco de sucesivas políticas públicas que van desde la liberación del uso de drogas al higienismo, sin ninguna eficacia.

Freud (1930) ya señalaba la intoxicación como una de las salidas para el malestar, y con lo que podemos aprehender de las relaciones con ese objeto en la contemporaneidad, podríamos llamarla como un “modo de funcionamiento adicto”, marcado por un “no me puedo abstener” y por la necesidad constante de “una dosis más” en relación al goce”, lo que algunos autores del campo freudiano nombran, hoy, “toxicomanía generalizada”, tornándola un paradigma de los modos de vida hipermodernos.

En el campo freudiano, la “clínica del consumo” tiene como correlato el desfallecimiento del padre y el fortalecimiento del Super Yo empujando al plus de goce, al mismo tiempo en que verifica una disminución de la culpa, inscribiendo un desplazamiento de la angustia a la depresión como modos que el sujeto encuentra para darle vuelta a la naturaleza paradojal de la satisfacción pulsional y el “no hay relación”, tal como postuló Lacan, en Televisión.

Lacan comienza su enseñanza privilegiando el registro imaginario, después el orden simbólico, y por fin, promueve un giro en su última enseñanza en dirección a lo real. Podemos suponer que si antes buscó un elemento fijo, constante del síntoma en el abordaje del objeto a y la significación a él adherida en el marco del fantasma, el énfasis es dado al final de su enseñanza al S1, significante primero que designa una experiencia de goce fundador del acontecimiento del cuerpo, un cuerpo que goza.

La afirmación de Lacan, Hay el Uno, independiente del habla y del lenguaje, y de su efecto en el cuerpo, el goce, está en consonancia con lo que Freud había constatado acerca de la fijación. La raíz adictiva de la pulsión se ubica en este Uno sólo. El goce repetitivo que se dice de la adicción, pasando por el sesgo significante separado de la significación, puede ser designado como un “autogoce”, la función del Otro del S1 es el propio cuerpo. La insistencia y reiteración del Uno no se confunden con la repetición equivalente a la insistencia y retorno de los signos comandados como automaton, o sea, el objeto perdido activando permanentemente la simbolización de la ausencia por la vía de la permutación de significante. La repetición del Uno es correlato de la repetición como tiché, el real inasimilable del trauma. Se trata de la “repetición del modo de goce solitario de un real insano”.

El concepto de fijación es relanzado por referencia al acontecimiento el cuerpo en el lugar del trayecto de la pulsión en torno del objeto perdido. La indexación del goce del Uno como acontecimiento del cuerpo promociona un nuevo estatuto del síntoma en el cual prevalece entonces, la disyunción del significante y del significado, la disyunción del goce del Otro y el carácter contingente, aleatorio y sin sentido del encuentro del significante y el goce

En la actualidad se constata que todo puede transformarse en objeto de goce y la relación de los sujetos con los objetos se vuelve una relación adictiva, como una especie de efecto colateral del funcionamiento de la pulsión y sus fijaciones. En lugar de la elección de un objeto articulado al cuadro de la realidad erótica representada por el fantasma y su valor de lenguaje, lo que se destaca es la prevalecía de la oferta de los objetos listos para gozar y el goce autista, goce del Uno sólo”.

“El psicoanálisis cambia. No es un deseo, sino un hecho.”, afirmó Miller (2014) al privilegiar, en aquel momento, el tema de la imagen y de las mutaciones del imaginario, teniendo en vista la trilogía lacaniana, Simbólico, Real e Imaginario, acompañadas, respectivamente de la mención cronológica: «en el siglo XXI», anunciando que estamos atentos a los cambios que atestiguamos en lo cotidiano de la práctica psicoanalítica.

“(…) La sustitución del inconsciente freudiano por el parletre lacaniano, fija una chispa. Propongo tomarlo como índice de lo que cambia en el psicoanálisis en el siglo XXI, cuando él debe tener en cuenta otro orden simbólico y otro real diferentes de aquellos sobre los cuales él se estableció” (Miller, op. Cit.).   

Fue en este contexto que en el editorial de “La Cause du Desir” N° 88 (Brousse, 2015), definió las “adicciones”, en el espectro de las toxicomanías, como un campo político que debe ser estudiado para poner a prueba, más allá de las drogas ilegales y a la luz de la orientación lacaniana, la generalización del termino adicción, el examen del objeto y las prácticas concernientes a ese campo.

Si “el inconsciente es la política”, tal vez esa sea la orientación para los psicoanalistas en el contexto del uso de los objetos que empujan a una “cultura toxicómana”. No solamente para decir que es “nuevo”, sino para la construcción de respuestas como posibilidad de ligarse al goce autista del Uno sólo.  Es posible que lo hagamos entrar, si podemos decir así, en el campo freudiano, encontrando la palabra agalmática que perfore su consistencia, allá donde todas las tentativas de tratamiento de ese goce por otras vías fracasaron.

Traducción: Gabriel Marra e Rosa 

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Notas:
1-http://veja.abril.com.br/idade/exclusivo/drogas/index.html
2-http://www.drogasedemocracia.org/Destaques.asp?IdRegistro=7
3-http://www.institutopsicanalise-mg.com.br/psicanalise/almanaque/almanaque.htm
4-http://www.institutopsicanalise-mg.com.br/psicanalise/almanaque/almanaque.htm
5-http://jornadaebpmg.blogspot.com.br/2012/05/ddito-2.html
6-http://jornadaebpmg.blogspot.com.br/2012/05/ddito-2.html
7- En este momento específico, se trató, en Francia, de un proyecto de ley que visaba impedir que los psicoanalistas atendieran a los casos de autismo, bajo la alegación de que el método psicoanalítico no es apropiado al tratamiento de aquellos que supuestamente son diagnosticados como tal. El debate sobre este tema puede ser acompañado http://www.lacanquotidien.fr/blog/
8- Texto presentado en el Núcleo de Toxicomanías del Instituto de Psicoanálisis y Salud Mental. Belo Horizonte, abril de 2017 y publicado en http://almanaquepsicanalise.com.br/os-filhos-dos-toxicomanos/, recuperado en 11 de febrero de 2017.
9-http://almanaquepsicanalise.com.br/uma-politica-para-alcool-e-drogas-como-podemos-contribuir/, recuperado en 11 de febrero de 2018.
10- http://almanaquepsicanalise.com.br/no-meio-de-todo-caminho-sempre-havera-uma-pedra/, recuperado en 11 de febrero de 2018.
11- Martins Tinoco, Viviane – Doctora en Teoría Psicoanalítica por la UFRJ
Coordinadora Adjunta del PROJAD-IPUB/UFRJ.
12- ídem
13- Maron, Glória. Texto sobre “internaciones Involuntarias” publicado no Boletim Um por Um, 2013
14- Tinoco, Viviane op. cit.
15- Tinoco, Viviane op.cit.
16- Datos proporcionados por la Coordinación de Salud Mental de La Secretaría Municipal de Salud del Rio de Janeiro
17- Tinoco, Viviane op.cit.