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El campo ordinario


lacan21 - 22 de octubre de 2017 - 0 comments

Nicolas Bertora. Maestría ICdeBA-Unsam. Técnica: dibujo.

Nicolas Bertora. Maestría ICdeBA-Unsam. Técnica: dibujo.

Anna Aromí y Xavier Esqué – ELP – AMP

La psicosis extraordinaria se rarifica en las consultas de los analistas, es un hecho. La neurosis demostrándose a sí misma no es tan frecuente como acostumbraba. De más en más el campo de lo ordinario crece y la exigencia diagnóstica cambia de acento.

El elemento diferenciador

En un tiempo, para situarse en la clínica, los psicoanalistas buscaban al padre en cada nuevo paciente: si lo había habido o no, si había operado y con qué efectos. El elemento diferenciador entre neurosis y psicosis se buscaba en el padre.

Con el Nombre del Padre Lacan efectúa una separación con el padre de la realidad, es decir con el libreto edípico; el asunto se complejiza con la pluralización de los Nombres del Padre, y con las psicosis ordinarias estamos viendo renovarse, en la clínica y en el discurso, la pregunta sobre el desencadenamiento.

Parecería que el elemento diferenciador para orientarse se desplazara del padre al desencadenamiento. El desencadenamiento, entendido como localizador de una irrupción de lo real, no plantea problema en las psicosis francas -por eso lo son-, pero es todo un debate en las psicosis ordinarias, para las que se acuñaron los términos de neo-desencadenamiento, desenganche, desconexión, etc.

La cuestión gira sobre si las psicosis ordinarias son psicosis que ya se desencadenaron tiempo atrás, por ejemplo en la infancia, o si son psicosis que aún no se han desencadenado o que no serían desencadenables, y en este último caso qué las diferenciaría de la neurosis.

En la clínica analítica el elemento diferenciador entre estructuras no se encuentra directamente, no se localiza más que por sus consecuencias, se deduce por sus efectos. Es la clínica lo que viene al lugar de esa falta. La clínica del caso por caso.

En la clínica del caso por caso, tal como la entendemos orientada por el real, el goce no se puede diferenciar claramente, es un continuo. Por eso hoy la clínica consiste en localizar precisamente cómo cada uno se apaña con el real, en cómo cada uno se anuda, se desanuda y se reanuda. Lo que hoy consideramos diferenciador es cómo se anuda cada uno. El elemento diferenciador entre parlêtres es el sinthome.

La igualdad clínica fundamental

La verdad de las cosas humanas, dice J.-A. Miller, es la curva de Gauss1. En esta perspectiva existe una “igualdad clínica fundamental”2 entre los parlêtres.

Si tomamos el binomio neurosis/psicosis no como una oposición, sino como una curva de Gauss3, deja de ser un binomio para representarse como un continuum donde lo extraordinario queda situado en los extremos y el campo de lo ordinario se expande ocupando la centralidad.

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Lo que expresa esta curva es que no sólo la psicosis franca se rarifica en las consultas, también lo hace la neurosis en su presentación más clásica. La neurosis parece haberse ordinarizado, seguramente por las mismas razones que la psicosis, como consecuencia del discurso de la ciencia y efecto de una medicalización generalizada.

Entonces, ¿todos ordinarios hasta que no se demuestre lo contrario? ¿Y cómo demostrar lo contrario?

Es por esto que la neurosis hay que demostrarla. Que la neurosis no puede ser un “semblante compensatorio”4 quiere decir que, como la psicosis ordinaria, tampoco ella debería ser un cajón de sastre donde colocar casos dudosos o imprecisos. Las dudas deben ser planteadas y resueltas, las imprecisiones tienen que ser definidas. Demostrar quiere decir esto.

La neurosis es algo construido y preciso, dice Miller, que tiene estabilidad y constancia5. Es importante resaltar aquí el término construido porque remite a la infancia como el tiempo de construcción de una respuesta a la existencia, al real de una existencia sexuada. La neurosis infantil es el tiempo de tejer una respuesta con el padre al enigma de lo real. Lo real del sexo en la neurosis que se localiza en la pregunta del Deseo de la Madre primero y en el enigma del Otro sexo después.

Demostrar la neurosis quiere decir demostrar que la grapa entre los registros incluye el elemento paterno, pero no de cualquier manera, sino de la forma precisa que Lacan llamó Nombre del Padre. Alrededor de este punto se organiza su estabilidad y su constancia. El Nombre del Padre sostiene la grapa del síntoma, que es la espina dorsal de toda neurosis.

Salvador Dalí es, a contrario, un caso paradigmático en esto. No se puede decir que para Dalí su padre no contara. Contó y mucho, como él mismo no dejó de constatar en sus escritos. Pero con lo que no contó fue con un padre en el que apoyarse para responder a su existencia como ser sexuado, es decir para responder a la presencia del sexo como otredad absoluta del goce. Desde muy joven quedó claro para Salvador que, en relación con el goce, iba a tener que apañárselas sin su padre. Su invención genial fue construirse una vida y una obra para convertirse en el salvador de la pintura.

Tres criterios para demostrar la neurosis

No es lo mismo clasificar que demostrar. Hay un paso, que es un paso de exigencia analítica.

Miller propone que se necesitan al menos tres criterios para demostrar la neurosis: encontrar pruebas de la relación del sujeto con la castración, encontrar una diferenciación neta entre el yo y el ello, y encontrar un superyó claramente diferenciado5. Vayamos por partes.

– Las pruebas de la castración hay que buscarlas, no en el campo del propio sujeto, sino en el campo del Otro. Es allí donde la castración se puede demostrar.

Si seguimos con el caso Dalí, es palmaria la ausencia de cualquier registro de la falta. Nada le era imposible. Es cierto que reescribió su vida para ajustarla a su conveniencia -como cada uno lo hace por cierto-, pero en su caso no hay registro de pérdida, registro en el sentido de que una pérdida causara efectos. Por ejemplo, no hay registro de ningún duelo en relación con la muerte de su madre. Tampoco hay celos por el nacimiento de su hermana. La diferencia está establecida, pero es una diferencia basada en la imagen de un Otro en tanto que completo. El Otro no está castrado.

  Las pruebas de una diferenciación neta entre el yo y el ello hay que buscarlas en la relación entre significante y pulsión, entre Otro y objeto. Aquí el elemento diferencial es la cuestión de dónde sitúa el sujeto su objeto: en el campo del Otro o en su propio bolsillo.

En Dalí hay una prueba irrefutable de la confusión de ambos campos, en su relación con la escritura: la metonimia que encontramos en muchos de sus textos son un testimonio de esta no separación entre lenguaje y pulsión. Dalí no se hace preguntas: tiene todas las respuestas.

  Las pruebas de la existencia de un superyó claramente diferenciado hay que buscarlas porque indican la inscripción de la Ley. El superyó es un resto del Edipo, es un índice de la incidencia paterna y es lo que localiza el goce en el sujeto. El imperativo superyoico ¡goza! es un índice de que el goce no se encuentra en el campo del Otro, sino en el propio cuerpo.

Es sabido que el goce del cuerpo no dejó de ser problemático para Dalí, y que uno de los modos de tratarlo fue con Gala; pero la localización más neta de la ausencia del superyó la encontramos en la nula presencia de la culpa. En su lugar encontramos la ironía, que no falta en cada una de sus intervenciones y de sus escritos.

Reconocer la psicosis ordinaria

Hay una continuidad del goce sobre la que se apoya la igualdad clínica fundamental entre los parlêtres, representada por la curva de Gauss, pero hay también una discontinuidad entre neurosis y psicosis que responde a una necesidad no solo diagnóstica sino de demostración.

Para el Lacan de la cuestión preliminar, el desencadenamiento rubrica la estructura de la psicosis en el sujeto. Allí son manifiestos el desenganche del Otro y la regresión tópica al estadio del espejo. En la psicosis franca, entendida como el otro extremo de la curva, el desencadenamiento es la demostración a cielo abierto de un real desatado.

Pero la clínica que se deduce del último Lacan, donde el Otro está perforado por el real, se torna irónica. La metáfora paterna ya no es tan distinta de la delirante.

Si todo el mundo delira, es porque hablar es delirar sobre el real. Hablar es inventar una manera de envolver el real con el lenguaje. Hablar del padre, como hablan los neuróticos en un análisis, es un delirio como otro cualquiera, como Dalí hablaba de Guillermo Tell o de sus propias deposiciones.

Si el hecho de delirar no es privativo de una estructura, porque forma parte del aparato de la palabra, ¿cómo reconocer entonces una psicosis ordinaria?

En la neurosis, el síntoma trabaja solo. Cumple su función de anudamiento sin que el sujeto, necesariamente, tenga que poner de su parte. En una psicosis ordinaria, en cambio, se puede captar el esfuerzo singular del sujeto para fabricarse o sostener la función de anudamiento de un síntoma para defenderse del real. Y lo hace sólo, con el síntoma, pero sin el padre.

La psicosis ordinaria resulta entonces un localizador del sinthome como tratamiento del real.

En la neurosis este real solo se desvela -en los mejores casos se demuestra- en el pase. Es decir, un real como producto de un análisis. El análisis es el proceso que conduce a un desanudamiento de los elementos por los que un real se encuentra circunscrito: el síntoma, el fantasma, el padre… En definitiva el lenguaje. Un análisis es hacer la experiencia de captar “lo que hablar quiere decir” de forma radical. En esto, un fin de análisis tiene algo de desencadenamiento.

Sea como sea, parece indudable que la psicosis ordinaria no solamente es un revelador, un localizador, del sinthome como grapa de los nudos sin el auxilio del padre, también resulta un localizador del deseo del analista.

Por eso necesitamos actualizar las referencias al desencadenamiento, para sacarlo de la clínica psiquiátrica donde Freud y Lacan lo encontraron. Nos hace falta afinar sus manifestaciones y sus contornos, porque el valor del desencadenamiento para el psicoanálisis es su operatividad clínica en relación con el real.

El Congreso de Barcelona pone a prueba un Che vuoi analítico porque hace surgir los impasses de los propios analistas en la clínica que practican.


1  Miller, J-A.  La psicosis ordinaria, ICBA-Paidos, Buenos Aires, 2004.
2 Miller, J-A. “El inconsciente y el cuerpo hablante”, Scilicet El cuerpo hablante. Sobre el inconsciente en el siglo XXI, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2015, p. 33.
3 Nos inspiramos aquí en el desarrollo de Yves Vanderveken en su texto “Hacia una generalización de la clínica de los signos discretos”, Revista Mental nº 35, París, 2017.
4. Miller, J-A. “Efecto retorno sobre las psicosis ordinarias”, Freudiana nº58, Barcelona, 2010.
5. Ibid
6. Ibid