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El odio, el ser y el saber


lacan21 - 1 de mayo de 2019 - 0 comments

Eduardo Médici. ¨Entrereflejos¨.Fotografía intervenida. 2005

Eduardo Médici. ¨Entrereflejos¨.Fotografía intervenida. 2005

Alejandro Olivos – NEL-AMP

El odio es la más intensa de las pasiones, afirma J.-A. Miller, “el amor concierne las apariencias, mientras que el odio es radical: apunta al ser”1. Es, en efecto, solamente en la dimensión del ser que pueden inscribirse las tres pasiones fundamentales que son el amor, el odio y la ignorancia. En el Seminario 1 Lacan retoma esta antigua noción filosófica de pasión, sustituyendo el binario clásico amor-odio por el ternario amor-odio-ignorancia. Distingue el amor en tanto pasión, fascinación imaginaria –Verliebtheit–, y el amor en tanto don activo, relativo a lo simbólico, al sujeto cuando se realiza simbólicamente en la palabra. Luego precisa con respecto al odio:

Y bien, con el odio, es la misma cosa. Hay una dimensión imaginaria del odio, ya que la destrucción del otro es un polo de la estructura misma de la relación intersubjetiva. […] La dimensión imaginaria está enmarcada por la relación simbólica, y es por eso que el odio no se satisface con la desaparición del adversario. Si el amor aspira al desarrollo del ser del otro, el odio busca lo contrario: su degradación, su extravío, su desviación, su delirio, su negación detallada, su subversión.2

La dimensión imaginaria del odio corresponde a la lucha a muerte por el puro prestigio, que deriva del impasse de la coexistencia de dos conciencias en la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. En el plano simbólico, el odio apunta al ser del otro: busca lo que Freud llama la Erniedrigung del otro, es decir su degradación, su rebajamiento. Este término es empleado por Freud en su texto de 1912 sobre la degradación –Erniedrigung– de la vida amorosa, en particular del lado del hombre. En el n° 93 de La Cause du désir, Gil Caroz aporta una precisión que permite distinguir mejor entre el registro simbólico del odio y su dimensión imaginaria:

Hay otro odio, un odio que rechaza. Este no concierne al Edipo. Es necesario para la constitución del yo. El goce es evacuado, en tanto malo, para ser situado al exterior. Es el odio que Lacan nos describe como fundamento del racismo. El profundo desconocimiento del yo implica que este odio no considera los detalles. Ubica de buena gana su kakon en otro colectivo.3

Lacan concede una particular importancia a la ignorancia en la serie de las tres pasiones del ser, en tanto está al origen del amor y del odio: “estas dos posibilidades del amor y del odio no van sin esta tercera, que se suele pasar por alto –la ignorancia en tanto pasión”4.

En el Seminario XX, Lacan aborda la cuestión del odio a partir de lo que llama la discordancia entre el saber y el ser. Con respecto al ser, evoca el equívoco que se produce, en la lengua francesa, entre Il hait / Il est –Él odia / Él es–, con el fin de mostrar que el hecho de “que el ser, como tal, provoque el odio, no está excluido. […] Un odio, un odio sólido, eso se dirige al ser”5.

Por otra parte, se refiere al odio poniendo esta vez el acento en la relación al saber, al saber del Otro. En este Seminario, el Otro, en tanto tesoro del significante, el orden simbólico, pasa a ser el Otro sexo, La mujer, con La/ barrado: “el Otro, en mi lenguaje, no puede ser sino el Otro sexo”6. La tesis que avanza aquí Lacan es que “hay algo, el goce, acerca de lo cual no es posible decir si la mujer puede decir algo al respecto – si ella puede decir lo que sabe al respecto”7. Ya que, como precisa Pierre Naveau en un Seminario dictado en la ECF, la mujer es Otra para ella misma:

La cuestión es, por lo tanto, si el Otro sabe: ¿la mujer, en tanto es Otra para ella misma, sabe algo acerca del goce que solamente ella puede experimentar? Sería entonces este agujero en el saber al que apunta, cuando se manifiesta, el odio contra este Otro que es la mujer. Así, el odio, desde este punto de vista, se relacionaría con el hecho que este saber, justamente, hace falta.8

En su Editorial para el n° 11 de la revista Le diable probablement, Anaëlle Lebovits-Quenehen aborda la cuestión del odio a partir de la Alteridad que habita en cada uno de nosotros: “esta Alteridad, tan definitiva como interior, la escribimos aquí con una A mayúscula, ya que es aún más extranjera, para el hombre, que lo que le son extranjeros los demás hombres”9. Dicha Alteridad radical no puede ser subjetivada: al sujeto le resulta imposible reconocer este Otro para sí mismo como siendo suyo. Hay que señalar que esta expresión es utilizada por Lacan cuando escribe acerca de la mujer para un congreso sobre la sexualidad femenina: “El hombre sirve aquí de relevo para que la mujer se convierta en este Otro para ella misma – Autre pour elle-même –, tal como lo es para él”10. Hay entonces, por un lado, el otro con minúscula –a–, que está fuera de uno y, por otro lado, el Otro con mayúscula –A–, el Otro para sí mismo, el Otro sexo, que está en uno:

a    Fuera de sí

A →  Otro para sí mismo

El Otro para sí mismo es más extranjero que el otro, con minúscula, ya que le resulta imposible al sujeto reconocerlo como siendo suyo en tanto esta Alteridad radical no puede ser subjetivada. Dos opciones se presentan entonces, cuya elección reviste un carácter ético: o bien el sujeto opta por ignorar esta íntima Alteridad que está en él, o bien opta por arreglárselas –faire avec– con ella.

La primera opción implica eludir la Alteridad que está en uno. Por consiguiente, el sujeto se odia a sí mismo, en tanto se rehúsa a confrontarse con esta Alteridad que está en él. Así, como sostiene Gil Caroz, “una mujer puede odiar su feminidad, sin que esto la convierta en misógina”11. La solución que encuentra entonces el sujeto es odiar al otro, con el fin de localizar, del lado del otro, este odio de sí mismo que rechaza, y del cual nada quiere saber. El odio del otro sería entonces la marca del rechazo del Otro para sí mismo que está en uno y que, precisamente, el sujeto quiere ignorar con todas sus fuerzas. Así, vemos aquí cómo la pasión de la ignorancia viene a conjugarse, en este punto, con la pasión del odio: “Pasión de la ignorancia, el odio es uno de los tratamientos posibles de esta íntima Alteridad”12.

En la segunda opción el sujeto, si bien no puede reconocer este Otro para sí mismo como siendo suyo, lo toma en cuenta, consiente a hacer con, se las arregla con esta íntima Alteridad tal cómo se las arregla consigo mismo, y de este modo logra sustraerse al dominio que el odio podría tener sobre él. Así, “el hombre podrá curarse de este espanto que lo vuelve odioso a condición de que reconozca no solamente su odio, sino también su propia feminidad”13. He aquí la única vía ética que se presenta al sujeto susceptible de odiar.

El hecho de que haya, en lo más íntimo de sí mismo, este Otro para sí mismo, está en el origen del exilio de cada uno con respecto a los demás. Y esto atañe a todo sujeto: a cada cual su modo de gozar, tal es la modalidad del exilio. Habrá entonces que asumir la responsabilidad de dicho exilio. La posición que se adopta con respecto a esta íntima Alteridad puede conducir a lo mejor, así como también a lo peor. Conduce a lo mejor si se consiente, incluso siéndonos inaccesible dicha Alteridad, a hacernos responsables de ella. Conduce a lo peor si, al contrario, se la rechaza. Ya que rechazarla implica poner la responsabilidad en el otro. Es en estas condiciones que el rechazo de esta íntima Alteridad desemboca en el odio. Así, desde este punto de vista, el odio surge a partir de un rechazo, el rechazo del Otro para sí mismo que está en cada uno. Es así como el odio puede conducir al sujeto a lo peor, es decir a la violencia contra el otro. Cuando el odio pasa al acto, sostiene J.-A. Miller, “surge entonces ‘el terror, el horror, el escalofrío sagrado’, ya que cada uno de nosotros, por mucha compasión que pueda sentir, es también solicitado en su parte irreductible de inhumanidad, sin la cual no hay humanidad que se sostenga”14.


Notas:
1 Miller, J.-A., « Le théâtre secret de la pulsion » (2012). Le Point, n° 2062, 22 de marzo del 2012, p. 46. Una versión en español, con traducción de Alejandro Olivos, ha sido publicada por el CEIP Lacaniano de Chile, disponible en: http://ceiplacan.blogspot.com/2015/12/el-teatro-secreto-de-la-pulsion-ja.html
2 Lacan, J., Le Séminaire, Livre I : Les écrits techniques de Freud (1953-1954). Paris. Éditions du Seuil, 1975, p. 305.
3 Caroz, G., « Connaître sa haine » (2016). La Cause du désir, n° 93. Paris, École de la Cause freudienne, 2016/2, p. 36.
4 Lacan, J., Le Séminaire, Livre I : Les écrits techniques de Freud (1953-1954). op. cit., p. 298.
5 Lacan, J., Le Séminaire, Livre XX : Encore (1972-1973). Paris. Éditions du Seuil, 1975, p. 91.
6 Lacan, J., Le Séminaire, Livre XX : Encore (1972-1973). op. cit., p. 40.
7 Lacan, J., Le Séminaire, Livre XX : Encore (1972-1973). op. cit., p. 82.
8 Naveau, P., Inconscient et pulsion. Les résonances de la parole (2016-2017). Seminario dictado en la École de la Cause freudienne. Clase del 27 de abril del 2017.
9 Lebovits-Quenehen, A., Le diable probablement, n° 11. Dis-moi qui tu hais, à propos de quelques formes contemporaines de la haine (2014). Paris, Éditions Verdier, 2014, p. 5.
10 Lacan, J., « Propos directifs pour un Congrès sur la sexualité féminine » (Redactado en 1958 y publicado en 1962). Écrits. Paris. Éditions du Seuil, 1966, p. 732.
11 Caroz, G., « Connaître sa haine » (2016). op. cit., p. 38.
12 Lebovits-Quenehen, A., Le diable probablement, n° 11. Dis-moi qui tu hais, à propos de quelques formes contemporaines de la haine (2014). op. cit., p. 6.
13 Caroz, G., « Connaître sa haine » (2016). op. cit., p. 39.
14 Miller, J.-A., « Le théâtre secret de la pulsion » (2012). op. cit., p. 46.