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“Esos locos normales…”


lacan21 - 22 de octubre de 2017 - 0 comments

Mónica Biaggio. EOL- AMP. “El Sinthome”. Óleo sobre tela.

Mónica Biaggio. EOL- AMP. “El Sinthome”. Óleo sobre tela.

Graciela Brodsky. EOL- AMP

A pedido de J.-A. Miller, M.-H. Brousse organizó en julio de 2008 un seminario anglófono bajo el lema de “La psicosis ordinaria”. En ese momento habían pasado diez años desde que la expresión “psicosis ordinaria” fuera pronunciada por primera vez en el transcurso de la Convención de Antibes [1].

Cuando en abril de 2018 se realice el XI Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, que lleva por título “Las Psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia”, habrán transcurrido ya veinte años, durante los cuales la referencia a la psicosis ordinaria reordenó la clínica y reorientó la práctica del psicoanálisis entre aquellos que, dentro del Campo Freudiano, se orientan por la enseñanza de Lacan.

Tres fechas

19/9/1998. La convención de Antibes escande el tercer tiempo de una serie que se abrió con el Conciliábulo de Angers (1996), [2] siguió con la Conversación de Arcachon (1997) [3] y concluyó en Antibes. En tres años la reflexión sobre las psicosis pasó de los “Efectos de sorpresa en la psicosis” a los “Casos raros, los inclasificables de la clínica”, y desembocó en “La psicosis ordinaria”. De la sorpresa, pasando por los casos raros, a los casos frecuentes, comenta J.-A. Miller en la apertura, y concluye: “Anoche me preguntaba cómo se llamará el libro que resulte de esta jornada […] y me dije: finalmente hablamos de la psicosis ordinaria” [4].

Así, un 19 de septiembre de 1998 la psicosis ordinaria entraba en nuestro vocabulario.

¿Se trató, en ese momento, de la irrupción de una nueva entidad clínica, ya sea porque no existía o bien porque hubiera pasado desapercibida hasta entonces? ¿Fue la construcción de un concepto nuevo para capturar una serie de fenómenos de la clínica en una clase definida? ¿O se trató más bien del uso pragmático de una expresión de la lengua común para nombrar un campo de fenómenos propios de una clínica que no se dejaba atrapar por completo?

Tomemos provisoriamente esta última posibilidad y dejemos para más adelante la consideración de las dos primeras.

En 1998, en Antibes, en el momento de su nacimiento (no de las psicosis ordinarias sino de la expresión “psicosis ordinaria”), Miller emplea el término “ordinario” para nombrar esos casos cuyo rasgo más específico es ser distintos de Schreber: casos más modestos, que pueden fundirse en una especie de media y que pueden recibir –y de hecho han recibido– otros nombres: psicosis compensada, psicosis suplementada, psicosis no desencadenada, psicosis sinthomatizada, etc. En síntesis, una clínica borrosa, sin fronteras claras que permitan decidir si un elemento pertenece o no a una clase, una clínica del más y del menos que, antes que en un discurso, se sitúa en una curva de Gauss cuyos extremos se ubicarían en un continuo entre lo normal y lo patológico, psicosis débiles donde el contraste entre el antes y el después no es muy marcado.

Si se toma el paradigma Schreber, la psicosis ordinaria nombra casos en los que el desencadenamiento en el sentido schreberiano no está presente. Si se toma como paradigma la histeria, la psicosis ordinaria nombra casos donde los fenómenos en el cuerpo no son conversivos. Si se toma en cuenta la transferencia, son casos donde la erotomanía no está presente. Son casos de “neodesencadenamientos”, “neoconversiones”, de “neotransferencia”. Manifestaciones nuevas con respecto a las referencias que sirven de tabla de orientación en la clínica diferencial.

Se trata de una clínica cuyo paradigma es Joyce. Hay casos “a lo Schreber”, hay casos “a lo Joyce”. Hay maneras de intentar resolver el problema que el goce plantea a la existencia, al modo de Schreber; hay maneras de intentarlo al modo de Joyce.

Julio de 2008. Pasaron diez años, estamos en julio de 2008 y Miller toma la palabra en París para dictar un seminario bajo el título “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, en un Seminario anglófono sobre la psicosis ordinaria.

Allí Miller responde a nuestra segunda pregunta: “Todo el mundo es bienvenido para dar su sentido y su definición de la psicosis ordinaria. Yo no inventé un concepto con la psicosis ordinaria. Inventé una palabra, inventé una expresión, inventé un significante y le di un esbozo de definición para atraer los diferentes sentidos […]. Aposté a que ese significante pudiera provocar un eco en el clínico”. [5]

Aun así, en esta intervención algunas cosas se precisan con respecto a esa clínica borrosa que Miller presentaba en Antibes. Si hay una curva de Gauss, ésta ya no se extiende entre la normalidad y lo patológico, sino que es interna a la psicosis. Y esta sigue siendo discontinua con respecto a la neurosis. Una conclusión decisiva se deriva de esta precisión: la psicosis ordinaria no es el nombre lacaniano del borderline, no es una entidad intermedia entre la neurosis y la psicosis. Es una cuestión de intensidad dentro de la psicosis misma.

Abril 2018. ¿Será posible encontrar allí una respuesta a nuestro primer interrogante? Lo retomo.

¿En 1998 la psicosis ordinaria fue la irrupción de una entidad clínica nueva, así como el SIDA hizo su aparición en 1984, aunque tal vez haya habido casos desde 1950 que pasaron desapercibidos?

¿Teníamos los casos de psicosis ordinaria desde siempre delante de las narices, sólo que no los identificábamos porque nos faltaba la palabra que los nombrara? ¿O la psicosis ordinaria es una “enfermedad” epocal, una nueva presentación de la psicosis acorde con las coordenadas de un nuevo malestar en la civilización? ¿O tal vez es epocal porque responde a un momento, no de la civilización sino de la elucidación de la enseñanza de Lacan dentro del Campo Freudiano, que nos da herramientas que antes no teníamos para abordar los hechos de la clínica?

Si siempre la tuvimos delante de las narices y no la reconocíamos, tal vez haya sido porque la confundíamos con la prepsicosis, ya que sus manifestaciones discretas suelen ser similares. Pero la prepsicosis solo se reconoce como “pre” una vez que nos topamos con la psicosis franca, y entonces nos interesamos por los signos velados que la precedieron. En pocas palabras, aunque la prepsicosis antecede temporalmente al desencadenamiento, es lógicamente posterior, sólo identificable retroactivamente. En cambio, una vez nombrada la psicosis ordinaria por Miller, sería posible advertir a tiempo lo que antes advertíamos tarde: lo que antecede al desencadenamiento o –como en el caso de la solución al modo de Joyce– lo que no desencadena.

Esta perspectiva va de la mano de lo epocal propio a la elucidación de la enseñanza de Lacan: fue necesario adentrarse en los meollos de su última enseñanza, para descubrir que había soluciones diferentes a las que encontró Schreber para mantener a raya su cuerpo luego de una noche de incontables poluciones sin disponer de la significación fálica para darles sentido. Uno podía, simplemente, dejar que el cuerpo cayera como una cáscara, soltarlo y seguir viaje con bastante tranquilidad. En este caso, las cosas estaban ahí, pero no disponíamos del instrumento para leerlas.

En cambio, si las manifestaciones, las piezas sueltas que ahora podemos nombrar como “psicosis ordinarias” fueran un síntoma epocal en el sentido fuerte, las cosas tomarían otro color. En ese caso podríamos defender la hipótesis de que no se trata simplemente de que hayan pasado inadvertidas porque no disponíamos de la categoría epistémica para identificarlas, sino que es un fenómeno nuevo, producto de un momento de la civilización que llamamos como podemos, que resumimos con la fórmula “la época del Otro que no existe” y que no sólo describiría el estado del mundo, sino que transformaría a la clínica misma, más allá de nuestros recursos para leerla. Brevemente, si nos inclinamos en esta dirección la psicosis ordinaria sería una manifestación clínica de la declinación del Nombre del Padre y de la forclusión generalizada. No la percibíamos porque la forclusión sólo afectaba a una pequeña población, esa que había decidido no creer en la impostura paterna, y que pagaba caro su insondable decisión.

Tal vez ahora, cuando la increencia en los semblantes que ayudaban a arreglárselas con lo real se ha generalizado, cuando cada uno está obligado a inventar una solución singular para lidiar con lo real, eso que siguiendo a Miller llamamos psicosis ordinaria haya llegado para instalarse como un tratamiento nuevo –menos segregativo, menos manicomial, al alcance de todos– de lo imposible de soportar.


NOTAS
[1] La psicosis ordinaria, Colección del Instituto Clínico de Buenos Aires, Bs. As. Paidós, 2003
[2] Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Colección del Instituto Clínico de Buenos Aires, Paidós, 1999.
[3] Ibíd.
[4] La psicosis ordinaria, Colección del Instituto Clínico de Buenos Aires, Bs. As. Paidós, 2003, pág. 201.
[5] Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria, El Caldero Nº 14, EOL, Bs. As, 2010