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Observatorio FAPOL EOL La violencia y las mujeres en América Latina


lacan21 - 22 de octubre de 2017 - 0 comments

Manoel Mota. EBP.AMP. Sección Rio de Janeiro.

Manoel Mota. EBP.AMP. Sección Rio de Janeiro.

Jorge Chamorro –  EOLAMP

Violencia de género: una investigación psicoanalítica

1- Ideología o lógica:

La lógica psicoanalítica nos enfrenta inexorablemente con una interrogación acerca de las categorías generales que instala la ideología que se plasma en la violencia de género y que tiene sus orígenes en el movimiento feminista.

Dicha lógica parte de la particularidad de cada sujeto y apunta a una captación de la singularidad de cada uno.

Esa ideología instaura categorías generales que encubren toda singularidad. Coincide en este punto con lo que Robert Musil denomina el hombre sin atributos.

La legislación orientada por esta ideología responderá naturalmente a ella arrastrando las mismas fragilidades, prejuicios y desconocimientos. En particular, alojando la problemática en el hombre y constituyendo a la mujer en victima natural de un delito provocado por él.

2- La víctima: el prejuicio construye el juicio.

Este lugar es ocupado por las mujeres. Es el resultado de diversos condicionamientos.

Si partimos del preconcepto: “hay violencia contra las mujeres”, no hay ninguna duda que la habrá. Si recortamos este fenómeno y lo destacamos, seguramente este hecho prevalecerá sobre otros. Si además construimos dispositivos y leyes que respondan al mismo, habremos construido un real que no estaba en la realidad.

En este sentido es ejemplar el informe elaborado en México por la Consultora Irma Saucedo Gonzalez y la profesora María Guadalupe Huacuz Elias: una investigación sobre la incidencia ideológica, jurídica y política del movimiento feminista en el tema violencia de género.

El psicoanálisis interroga a la víctima, dado que más allá de ella hay un sujeto responsable.

Esta formulación se distancia totalmente de aquella que dice: “algo habrá hecho”.

Se entiende como sujeto responsable la implicación subjetiva de deseo, de goce que cada uno tiene con lo que le toca.

Las figuras de lo femenino deberán dar cuenta de su articulación a la víctima. No hay duda de que la mujer ha sido víctima del discurso predominante de los hombres. Hipócrates, Aristóteles, los hombres de iglesia, Schopenauer entre otros.

La cuestión esencial es como se sale de ese lugar. Seguramente no es por la puerta de desconocer las particularidades de lo femenino.

3- El victimario: hombre violento

Es una categoría que identifica el ser del hombre y la violencia. Para lograr esto es necesario no tener en cuenta las drásticas diferencias entre el acto y el ser. Pasaje al acto no define al ser, pero la ideología los unifica y de la unificación emerge una condena acéfala que no calcula circunstancias, no distingue patologías. Por ej. Psicosis paranoicas, siempre dispuestas a la violencia de género y de las otras.

Es absolutamente notable como las legislaciones y los dispositivos condenan a priori al hombre como violento, lo segregan y lo excluyen.

La capacidad creativa de estas categorías son una verdadera amenaza: “sos violento”. Bajo esta categoría entra de todo, inclusive padres que pretenden ejercer su función. Es decir: “que se enojan”.

En el espacio del hombre violento entra un hombre impotente, un esquizofrénico que mata a cinco mujeres, un hombre que empuja a su mujer, que cierra la puerta con llave y no la deja salir, un paranoico que supone que su mujer hace cosas por detrás, pero también un sujeto en análisis que interroga su acto y se implica en él.

4- El experto en violencia de género: Un sujeto de lo universal

Es un sujeto envuelto en las ideologías antedichas, que cuenta con leyes y dispositivos que lo acompañan, dispuesto a desconocer particularidades.

Como consecuencia de esto se plasma sobre hombres muy diferentes la categoría “violento”, constituyéndose en una víctima de los dispositivos, allí donde la ley suponía a un victimario.

Esto no es solo un ejercicio de la nominación. Trae consecuencias: prohibición de contactar a los hijos, distancias con la mujer, resarcimientos económicos.

Al mismo tiempo, la categoría “víctima” irresponsabiliza a la mujer y la propone como la “reivindicadora”, que es el nombre del aplastamiento de lo femenino.

5- La lógica del psicoanalista y sus consecuencias:

Escuchar a cada sujeto sin prejuicios permitirá al psicoanalista separar a la mujer y al hombre de los universales, separar el acto del ser, interrogar los síntomas que producen los dispositivos de protección de la víctima.

Otros de los objetivos del psicoanalista es evitar el desencadenamiento de protocolos que, sobre el fondo de denuncias a veces inconsistentes, avanzan sobre la realidad de los hechos, y a su vez, trabajar en el levantamiento de la calificación del acto violento como delito.

Se trata de un prejuicio que condena sin juzgar, lo cual es una verdadera excepción al orden jurídico.

Revelar que detrás de la problemática de la trata hay una condena y sanción que castiga a la prostitución bajo el amparo de la protección a la víctima.

6- No se trata así a una dama: Hortensia, una psicosis letal.

Este caso, surgido de una presentación de enfermos realizada en el Hospital psiquiátrico de la ciudad de Tucumán, ilustra derivaciones especiales de la llamada violencia de género y sus consecuencias.

Encierra una cierta verdad de la lógica de la ideología y sus consecuencias.

A cielo abierto, transmite lo que podríamos llamar la defensa de la víctima.

Se encuentra incluida en un marco judicial, bajo custodia policial.

Las autoridades del hospital consideran como posible diagnóstico la histeria y consecuentemente se inclinan por su externación.

Su presentación:

Con un vestido largo, de seda, con un corte extenso que deja ver su pierna.  Con una actitud seductora, muy respetuosa, su cara maquillada, se muestra muy dispuesta, sin reticencias, a la actividad que se le ha propuesto.

Está custodiada por una policía uniformada que no parece incomodarle.

Saluda a los presentes con soltura y muy amablemente.

Desde su semblante ejerce muy bien lo que podríamos llamar una histeria demostrativa.

La declaración: lo que el juez y la policía no pudieron escuchar.

Empieza diciendo que va a contar algo que nunca contó porque no había encontrado la ocasión propicia. Considera que ese momento ha llegado.

Dice que volvía del trabajo por un descampado, y tuvo un presentimiento de que iba a aparecer el hombre que justamente apareció. Este hombre le puso un revolver en el cuello para que no gritará y la arrastró a un baldío. Ella lo dejó hacer, ya que se lo podía haber impedido, pero no lo hizo. Me aclara que ella sabe mucho de artes marciales. Que lo podía haber golpeado, incluso matado, pero decidió no hacerlo.

Le pregunto ¿por qué?

Porque temía la venganza, ya que suponía que había otros cuatro hombres con él. Esta suposición está sostenida en que vio algunas sombras.  Finalmente la violó, mientras ella le decía: “cerdo, así no se trata a una dama”.

Luego la llevó hasta la casa. Ella escuchó que cuando salió de la casa habló con los otros cuatro que estaban escondidos en una zanja a 20 metros.

No los vio, pero veía bultos y escuchaba voces.

Tenemos en este primer acercamiento a su discurso, algunos elementos necesarios a puntuar:

a) Un presentimiento no asegura un diagnóstico. Sin embargo, nos permite comenzar a interrogar la relación de esta sujeto con el saber, y en particular el grado de certeza y de anticipación que con él mantiene.

La respuesta a este interrogante la tendremos más en la secuencia de sus formulaciones que en la coyuntura que nos ocupa en este momento. En este sentido, distinguimos el presentir de lo que este nombre puede encubrir: la convicción inquebrantable de que “eso” ocurrirá.

b) “Ser tratada como una dama”: una formulación interesante que evoca el amor cortés y su figura sublimatoria del goce no regulado que la Cosa encarna. Sin embargo, el caso muestra un cuerpo abandonado por la Dama a la violación.

Es un ejercicio de la escisión psíquica, donde palpamos las cercanías y distancias con la división del sujeto aún en la “belle indiference” de la histérica.

El peso irónico de la frase, es innegable, es el instrumento por el cual “La Dama” sale del cuerpo y se eleva para asistir a la pasión de un “cerdo” con el cuerpo inerme, sin dolor, carne muerta.

c) Fundamentos del lazo libidinal: la mujer golpeada.

Vivió finalmente 29 años con el cerdo.

Contó una larga serie de malos tratos que incluían ciertas quemaduras en el cuerpo, espalda y nalgas.

Ofrece con toda soltura mostrarme las quemaduras. Le contesto que no es necesario.

La violación parece proseguir bajo estas formas que han construido en el reconocimiento social la así llamada “mujer golpeada”.

Estrictamente hablando, deberíamos decir, cuerpo golpeado, con golpes que, como se nota, no alcanzan a la Dama en cuestión.

Estatuto del cuerpo que recuerda el que Lacan reconoce en Joyce. Un cuerpo insensible a la paliza. Sus marcas, no son del sufrimiento subjetivo, sino el testimonio de la impotencia de un golpe cuyas huellas son para exhibir sin pudor, en la medida en que no “muestra” sino que da a ver.

Pudor ausente que va confirmando la inexistencia de la división subjetiva que la falta de dolor anticipaba.

El pudor es una dimensión sólo propia al sujeto como tal.1

d) Lo bello y la muerte: una estética de las artes marciales.

Todo esto conduce a la escena final.

El cerdo vuelve borracho como otras veces y la amenaza con matarla a ella y sus hijas, le tira del pelo, la empuja. Ella empieza lo que podemos llamar un trabajo de precisión.

En primer lugar, mira la hora de comienzo de la pelea:

– son las nueve y veinticinco, dice.

Él toma un cuchillo. Aclara: “los de serruchito”.

Ella responde con golpes precisos, pero siempre aclarando que no fuertes, porque no quería lastimarlo. No quería tampoco que se diera cuenta de que sabía que ella manejaba artes marciales. Patadas ejemplificadas con movimientos que realiza poniéndose de pie, siempre aclarando que no eran golpes, sino empujones para sacárselo de encima.

El volvía a insistir hasta tirarla sobre la cama. De todas maneras consiguió esquivarlo, a pesar de lo cual alcanzó a golpearla en el hombro.

Ella miró el reloj: habían pasado 35 minutos.

Había guardado todos los cubiertos en una bolsa para evitar males mayores. En uno de esos empujones, todavía cuchillo en mano, ella cae sobre la bolsa, mete la mano y encuentra un cuchillito que no tenía filo. Descubre que en verdad lo tenía cuando lo toma, dado que él lo había afilado.

El la vuelve a golpear en el hombro.

La Dama, fuera de la escena, ahora calcula con precisión, el tiempo y el golpe.

Lentamente las artes marciales se alejan del destino defensivo para acercarse a una estética del baile fuera de peligro.

El goce en el lugar que antes ocupó el cuerpo, conducirá la mano hacia su meta.

Sin odio, como antes sin amor, sin violencia, con fría precisión de acto quirúrgico.

No hay responsabilidad, no hay culpa, no hay subjetivación del acto, ni siquiera bajo la forma “me lo hacen hacer”. Se hace y punto.

El goce acéfalo decide.

e) La consumación: inocencia.

Ella lo golpea con el cuchillo tres veces en el estómago, y como él no cae, insiste con dos golpes en el pecho. Finalmente cae.   

En ese momento, ella decide tomar un baño.

Cuando le pregunto ¿por qué?, me contesta:

  Como lo hago todos los días. Luego de tomar un baño, puse la pava para tomar unos mates, como hago siempre.

¿Y él? le pregunto.

Me responde: permanecía en el suelo perdiendo mucha sangre.

Le pregunto si hablaba. Dice que pedía una ambulancia.

Nos preguntamos: ¿el estatuto de este “golpear” es una tentativa de exculparse?

En verdad no hay culpa ni pudor; se trata de una ausencia del propio cuerpo como del otro.

El goce “ablanda” el cuerpo, no hace falta pinchar ni clavar para que la sangre fluya; es lo que podríamos llamar un “cuerpo abierto”: no hace falta cortarlo.

Notamos también que tal como lo transmite, nada extraordinario ha ocurrido. Las actividades ordinarias continúan su curso habitual. No hay “acontecimiento”.

f) Otra vuelta de tuerca: un pronóstico.

Finalmente, unos vecinos que habían escuchado el incidente se acercan y piden una ambulancia, que recoge el cuerpo y se lo lleva.

Ella lava cuidadosamente la sangre del suelo para que los nietos no la vieran. No así los cuchillos, que los deja sin lavarlos, como prueba para la policía.

Me aclara que no lo golpeó de entrada porque no quería matarlo, recordando que ella sabía artes marciales.

Vemos que en este caso el crimen no es un acto, en la medida en que no hay mutación del sujeto después de él.

Dice que el marido tenía el vicio de matar, que había dicho que antes había matado a dos mujeres y nadie se había enterado.

Es notable la idea del vicio. Ella no muestra signos de ese vicio; en verdad  su accionar parece un automatismo sin subjetivación.

g) El testimonio no requerido.

Finalmente dos días después la policía llega.

El policía le dice en tono imperativo: “subí al camión”.

Ella le dice: “esta no es forma de tratar a una dama”.

Lo mismo le había dicho al cerdo cuando la amenazaba con el revólver antes de violarla.

Decide no subir, y cuando la amenazan con subirla a la fuerza dice con toda tranquilidad que ella va a ir pero caminando, que ellos vayan al lado con el camión.

Caminan así cuatro cuadras. Al fin el policía le dice: “¿señora porque no sube?”

“Eso si es forma de tratar a una dama; abra la puerta que voy a subir”. Según su decir, nunca le tomaron una declaración.

De la comisaría la llevan al hospital psiquiátrico. La psiquiatra sube al camión y le pregunta si sabe el día en que nació.

Ella le contesta: “¿y vos te acordás?”. “La estúpida creía que yo estaba loca”.

Me quisieron dar una inyección; me negué, después acepté.

La cuestión de la Dama vuelve a aparecer, mostrando la vigencia de esta posición. A la Dama no la marca ni el semen ni el barro ni la sangre. Sobrevuela su transcurrir en el mundo.

¿Es la Dama una sublimación de la Cosa?

Todo lo que hemos dicho indica que como sublimación es sumamente frágil, no vela el cuerpo, más bien lo deja tirado en el mundo a merced del que quiera.

h) El cuerpo: fuera del tiempo.

Cuénteme ¿cómo empezaron las artes marciales?

“Eso no se lo puedo decir.” Se molesta.  Dice que nunca lo dijo, tampoco a su padre porque él consideraba que eso era cuestión de hombres y él quería una niña.

Frente a mi pregunta sobre el momento de hacerse señorita me contestó que siempre lo fue, nena y señorita.

Las artes marciales comenzaron a los 13 años. A raíz de esto su cuerpo no se ha modificado, no tiene marcas del paso del tiempo ni de los embarazos.

A los seis años supo lo que iba a pasar; por eso hizo artes marciales.

Le pregunto ¿Cómo fue que supo?

Dice: Vi la cara de este hombre, el cerdo, a los seis años.

– ¿Es vidente?

– Si, por supuesto.

– ¿Que ve para el futuro?

– Ah, doctor, secretitos; no se lo voy a decir.

A los seis años una anticipación que no permite ningún tipo de interpretación, Es un real que funciona como un axioma que se repite y que construirá sus consecuencias.

Un cuerpo que, al igual que a la Dama, no le hace mella el tiempo, las marcas de la pubertad. Hay una señorita que fue, es y será.

Sin embargo, las artes marciales son el signo de un padre engañado respecto del sexo de su hija.

La Dama usa las artes marciales solo para sostenerse como Dama, pero abandona el cuerpo de la mujer, en manos del cerdo.

i) Conclusión.

Una anticipación inquebrantable, sin retroacción, que se despliega “para adelante” en el tiempo, permite al analista un espacio reducido en este caso. Sin embargo, el espacio existe: “tomar la declaración” que ni el juez, ni la policía pueden escuchar. Esta oferta precisa de la sujeto, renueva el lugar del “secretario del alienado”.

          


1-Lacan, Jacques. El Seminario, libro 16, De un Otro al otro. Buenos Aires: Paidós, XXXX. (no tengo el libro a mano para ver la fecha de la edición) Clase del 14 de Mayo de 1969
Observatorio
Coordinador: Jorge Chamorro
Responsables: Marcelo Marotta, Daniel Millas.
Colabores: Lucila Astorga, Andrea Berger, Mónica Biaggio, Graciela Campanella, Cristina Lospennato, María Fernanda Mina, Diana Paulovsky, Patricia Sawicke, Walter Sierra, Beatriz Stillo, Claudia Zampaglione, Paula Szabo, Liliana Szapiro, Gabriela Triveño, Cecilia Varela.