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“Secretos de familia”


lacan21 - 25 de octubre de 2016 - 0 comments

Amanda Dupont. “No sé”. Oleo

Amanda Dupont. “No sé”. Oleo

Renato Andrade – NEL.AMP

En nuestro tiempo lo privado ha devenido público. Las fotos, los videos, los audios que circulan por la televisión o las redes sociales, la actividad que queda registrada en nuestros dispositivos tecnológicos o la falta de pudor con la que se abordan los otrora temas íntimos, nos pueden hacer creer que ya no hay lugar para los “secretos”.

Sin embargo, dada la relación que cada sujeto tiene con su goce, comprobamos que hay temas que se escamotean por la vergüenza y el sentimiento de culpa que producen, y que ese empuje a mostrarlo todo tiene sus límites. Sólo gracias a la transferencia un sujeto se consagra a la regla fundamental del psicoanálisis de “decir todo cuanto se le pase por la cabeza, sin juzgarlo…”.Los ejemplos van, desde el caso de aquel hombre que le pagaba a Freud con los billetes lavados y planchados, hasta el de cualquiera que se tome su tiempo para declarar su elección homosexual. Cada uno tiene sus secretos.

Secreto de familia

Que un “secreto” sea “de familia” no quiere decir que debamos ubicarlo en el plano de lo colectivo, ya que se trata allí de una elección: no hablar. Que ese silencio coincida con un acuerdo grupal, explícito o implícito, con un acto de reciprocidad o lealtad, o cualquier otro ideal, no borra la decisión del sujeto. El “secreto de familia” no es ignorado, por el contrario, se conoce, fue manifiesto, y en ese sentido es un hecho de discurso.

¿Qué se calla? Un dicho que si bien correspondió a otros, le concierne al sujeto, pues hizo acontecimiento en él, tocó su cuerpo, resonó. Guarda relación con el goce de otro, el goce de un padre o una madre: la infidelidad, el incesto, el delito, la psicosis, por citar algunos ejemplos. No son raras las demandas de análisis que tienen que ver con esa sensación de haber callado lo suficiente, con esa necesidad de decir, de contar, de denunciar lo sucedido: un acto del Otro-familiar que desgarró el velo de los semblantes, que fue vivido con horror y condenado con indignación. Se trata del momento traumático cuando en lo más familiar se introduce la presencia inquietante de Otro goce, eso real y singular en el Otro por lo que se lo odia y segrega respectivamente.

La vergüenza no es ajena al sujeto, cree que eso en el Otro dice de sí mismo. No tanto que está castrado, sino su estatuto de objeto: eso “malo” que habita en otro, habita también en mí. El sujeto deviene equivalente a ese pedazo de “maldad” en el Otro, a ese objeto “malo” que habría que desechar. No es de extrañar el sentimiento depresivo que le acompaña, pues su lugar es precisamente el del desecho. De este modo, a través de este juego de imágenes, le da forma a lo que se le presentó como real.

El “secreto de familia” condena a quien lo padece a la inhibición, porque se teme repetir el destino trágico al que se está identificado, al sentimiento de culpa, por las significaciones patéticas que adoptó la existencia, y al aislamiento, por la posición de “víctima” que se asume en las relaciones con los otros, siempre teñidas de sospecha.

Actos como el demandar un análisis o sostenerlo, nos muestran la inconformidad del sujeto para con su “secreto de familia”. Pero, ciertamente, no alcanza sólo con ponerse a hablar.

Aquello de la familia que siempre es “secreto”

La experiencia analítica nos hace partícipes de la sorpresa del sujeto al constatar una “trama” en lo que dice. Este momento determina para él un antes y un después en el análisis y en la vida.

En la queja, en lo que éste afirma repetir, evitar, en lo más cotidiano, el analista le muestra -no sin el cuerpo-el fragmento de su historia que reitera: esto eliges. Así cava un surco en su discurso patético, el discurso de los “secretos de familia”, que el sujeto podrá empezar a llenar con sus asociaciones, en las que vuelve a hablar de la familia pero de otra manera. Después de todo, siguiendo a Ernesto Sinatra en el argumento para el VIII ENAPOL, los asuntos de familia son la forma en la que cada uno ha intentado –e intenta- “dar sentido a su propia existencia a partir del Otro”. Es en estas vueltas en que se captan, gracias al deseo del analista, las escenas, las imágenes, las frases, que llevan al sujeto a reconocer que es hablado[1], que fue hablado por su familia, que hay para él una “trama”, un “destino”. “Alojar los asuntos de familia en la práctica analítica implica dejarse enredar -el tiempo que sea necesario- por la serie de malentendidos edípicos en los que alguien se ha constituido, para colaborar a que se desembrolle de ellos al final de recorrido”, señala Sinatra.

El analista va por tanto más allá de los “secretos de familia”, va a lo que Freud denominó en el caso del Hombre de las Ratas la “pre-historia”, e incluso más lejos. Le interesan los malentendidos, las omisiones, los detalles insignificantes. En el análisis, antes que de los “secretos de familia”, se trata de producir en cada uno la sorpresa de descubrir lo que estaba oculto: que se es hablado por la familia, que hay una “trama”, un “destino”.

Sin embargo, Miller nos advierte que no podemos conformarnos con ello, pues aún hay que poder “librarse (…) de las escorias heredadas del discurso del Otro”[2], como el superyó -¿que no es acaso la herencia del deseo del Otro? Ser hablado no es sin las peores consecuencias.

La familia, sus “secretos”, sus asuntos, no pueden hacernos olvidar “la insondable responsabilidad de uno solo acompañado por su sinthoma”, recuerda Sinatra. Que un padre, por ejemplo, más allá de fallar, es lo que cada sujeto se inventa. Es el caso de un hijo cuyo padre no sólo fue despreciado de la peor manera por su mujer, enfermando gravemente a consecuencia de ello, sino que además fue un loco. Descubrir en el análisis cómo se había inventado un Padre a partir de un sonido que hacía su papá con un instrumento, lo llevó a una nueva invención: la de un semblante para hacerle frente a lo contingente disfrutando la vida. Para el músico Orfeo, Eurídice dos veces perdida; para este músico, un padre dos veces inventado.

 


[1] LACAN, Jacques. El seminario, libro 23, El Sinthome. Clase del 16-7-75. Ed. Paidós Bs. As. 2011
[2] MILLER, Jacques-Alain. El ultimísimo Lacan. Ed. Paidós Bs. As. 2012