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Sistemas clasificatorios y predicados lingüísticos de clases en el autismo


lacan21 - 30 de diciembre de 2021 - 0 comments

Gabriel Goycolea – Adherente del Centro de Investigación y Estudios Clínicos (CIEC).Córdoba

¿Qué es el autismo? Esta pregunta ha despertado las más complejas discusiones, teorías y protocolos de abordaje. El autismo trastoca, rompe la homeostasis terapéutica de los comités de expertos/as, donde los fundamentos psicoanalíticos o las verdades extraídas de manuales psicodiagnósticos parecen construir edificios de conclusiones para convalidarse a sí mismos. Sin embargo, en la historia de su nombre propio y su inclusión en las clasificaciones, se revelan grietas.

Las fisuras en las tesituras universales responden a un proceso normal de cambio de paradigmas y mutaciones en el lenguaje de prescripciones comportamentales humanas. Modificaciones que se pueden comprender en el marco de asociaciones profesionales que dirimen los veredictos sobre la normalidad psicológica y la órbita de la sospecha diagnóstica de acuerdo a parámetros clasificatorios. En otras palabras, un lenguaje de la buena forma comportamental de rango universal, anónimo y con múltiples destinatarios.

Indefectiblemente, más allá de la complejidad teórica y procedimental, en cada diagnóstico hay una dimensión de consentimiento o no al lenguaje de las clasificaciones y las estructuras clínicas definidas por comités de expertos o una teoría en particular. Contrariamente a lo que algunos creen, la lengua de las clasificaciones no se encuentra matematizada, no es una verdad consabida sino una construcción, el resultado de consensos, con incalculables efectos de verdad en las distintas sociedades donde tienen rango de alcance. Al referirse a este tema, Miller (2011) adopta una tesitura que consiste en preguntarse por el agujero en el universal de las clasificaciones, en tanto las clases o sistemas de clasificación son mortales y corresponden a construcciones históricas. Sabemos que nuestras clasificaciones tienen algo relativo, artificial, artificioso, que son solamente semblante; esto es, no se fundamentan ni en la naturaleza, ni en la estructura, ni en lo Real.[1]

La artificialidad de las clasificaciones, es interdependiente al flujo incesante de teorizaciones sobre lo psíquico, la conducta o la psicopatología, como así también, a los predicados que sustentan axiomas en ejemplares de clase. No obstante, la diferencia entre un sistema de clasificación como el DSM V y la teoría psicoanalítica se encuentra determinada por la permeabilidad al reverso de lo que no encaja en la teoría y procedimientos universales.

El reverso de los predicados de clase no universales devela otra materialidad, donde la no correspondencia entre signos patológicos y clasificaciones, se ve cuestionada en su naturaleza no concluyente. Una esencia, una sustancia que no está dada de por sí en la naturaleza humana, sino que está constituida de prácticas lingüísticas. Los signos patológicos de las categorías consensuadas se disponen al modo de diques seguros frente al reverso de lo que no funciona en las clasificaciones. En esta contienda del dialecto clasificatorio lo relevante son las prácticas lingüísticas, lo que aporta veracidad; no necesariamente los datos, siempre incompletos. Como puntualiza Miller (2011), estas clases o clasificaciones no tienen un sustento en la naturaleza, sino que, más bien, se trata de artificios fundamentados en las mismas prácticas lingüísticas de dónde emergen.

En este punto, la complejidad del análisis conduce a un debate siempre vigente entre singularidad y universalidad, entre el nominalismo que augura individuos libres de nombres universales o el pragmatismo de clasificaciones psicopatológicas que definen el espíritu posmoderno, donde la nosografía evoluciona en función del invento de los medios de acción.[2] En esta disposición de los sistemas clasificatorios, todo lo que escapa a los predicados lingüísticos de la clase automáticamente es signado como diacronía y reabsorbido en el orden operatorio de nuevas clasificaciones, bajo criterios de semejanza, comorbilidad o síntomas asociados. Los estándares científicos de semejanza son artificios exitosos para el continuo de un espectro clasificatorio, aquel que da cuenta de individuos indivisibles en la congregación de síntomas patológicos y su correspondencia con predicados nosográficos. Sin embargo, los manuales psicodiagnósticos, los sistemas clasificatorios y las teorías psicológicas no abarcan la totalidad del sujeto.

La imposible representación es el límite de las clases, de los predicados y los actores terapéuticos y analíticos; constituye el borde donde el individuo o el sujeto mediante su síntoma se nombra –a sí mismo– como único entre la generalidad de su especie. Como observa Coccoz (2012), los síntomas son considerados como signos de la subjetividad, entendida esta como posición existencial, que siempre adopta formas particulares.[3] En este vacío de significación sobre el individuo y el sujeto de la clase, donde emerge la singularidad nominalista más allá de la pragmática, se manifiestan las diferencias centrales que abonan buena parte de los debates entre el DSM V y el Psicoanálisis. En este punto, los sistemas clasificatorios ponen de manifiesto su límite al no concebir al síntoma –presente en el trastorno– como un aspecto que hace a la identidad del sujeto. Una diferencia esencial con el Psicoanálisis, donde este último incluye la dimensión de la falta en toda construcción de clases y el reverso no universal del predicado en las clasificaciones. En tal sentido, hacer lugar al reverso no universal y juzgar la adecuación o no de un individuo a los sistemas clasificatorios implica no aplastar al sujeto en el lenguaje totalizante de los trastornos, determinando, caso por caso, la adecuación o no a la regla; no desconociendo la emergencia de un sujeto en la singularidad de su consentimiento al lenguaje.

NOTAS:

1 Miller, J-A., “Presentación del libro Polémica Política”. https://www.youtube.com/watch?v=O-wi1rmWmGo
2 Miller, J-A., “El Ruiseñor de Lacan”. Del Edipo a la sexuación. Paidós, Buenos Aires, 2011, p. 245.
3 Coccoz, V., “¿Cómo hablar con quienes prefieren no hacerlo?”. En Tendlarz, E. (Comp). Una clínica del autismo infantil. Grama, Buenos Aires, 2012, p. 65.