Scroll to top

De las tribus urbanas al bigotito del Führer. ¿Hay otra opción?


lacan21 - 24 de junio de 2022 - 0 comments

Oscar Zack (AME EOL/ AMP)

Actualmente se observa como emergen movimientos sociales que se caracterizan por un sesgo contestatario y reivindicatorio que son, entre otras cosas, la consecuencia del declive del Nombre del Padre.

Estos abrieron las puertas para el advenimiento de nuevos modelos asociativos, cuestionadores de identificaciones tradicionales, y a la vez,  fueron promoviendo nuevos lazos entre sujetos con identificaciones lábiles.

Así las nuevas comunidades de goce, las tribus urbanas, comparten formas estéticas-políticas, sustentándose en identificaciones imaginarias que aspiran a lo semejante.

Están, entre otros, los punks, promotores de la anarquía, los skinheads, y su gusto por el nazismo, los Emos que gozan de la melancolía, los Otakus, prototipo de obsesiones de la hipermodernidad, los Hipsters jóvenes de clase media alta identificada a lo bohemio, para nombrar solo a algunos.

Estos profesan una labilidad identificatoria que se orienta en la búsqueda de una identidad grupal para fomentar la ilusión del todos igual.

Se evidencia la fragilidad de las identificaciones subjetivas para sostenerse en el mundo actual.

Estas ofertas de identidades coaguladas responden a significantes que provienen del discurso del amo moderno. Son, de alguna manera, el retorno en lo real de lo forcluído del Nombre del Padre.

Lo estético muestra un fenómeno que pone en valor la pulsión escópica, que demanda la mirada.

Es el intento de encontrar una brújula en sujetos desbrujulados.

Esta matriz identificatoria permite captar que “el yo es otro[1]; fundamento  del agrupamiento que busca una frágil seguridad que les provee la pregnancia imaginaria.

La masificación viene al lugar de la singularidad, y el todos igual al lugar de la diferencia.

Frente a los llamados a la identificación que toda estructura subjetiva demanda, los sujetos cuasides identificados encontrarán en su pertenencia a la tribu una respuesta imaginaria que les permitirá transitar por un sendero de cierta seguridad subjetiva, constituyéndose así en una alternativa no convencional de la existencia. Esta elección, que se expresa como protesta anti-régimen, responde, entre otras cuestiones, a la caída de los ideales.

Una identificación lábil suele buscar una identidad sólida que, por un tiempo, funciona como tal.

Eric Laurent[2] describe cómo la gran pasión narcisista arruinó la pasión simbólica y cómo la modernidad intenta su restauración a partir del retorno de la religión en una época que muestra la fragilidad de las creencias. En este movimiento de disolución de las identificaciones, se van desplegando compulsiones a gozar que se imponen en una tiranía del superyó contra la cual este sujeto de la época está mal armado.

Frente a este espectáculo, el sujeto moderno posee escasos significantes amo para orientarse. El lazo con la religión que, en ocasiones, se quiere restaurar (religión actualmente más orientada por el superyó que por el Nombre del Padre) es débil y con consecuencias. Entre ellas, las que obstaculizan un necesario anudamiento entre goce y deseo que orientaría al sujeto a un accionar respetuoso de lo simbólico y que haga tope al imperativo de gozar al que empuja la hipermodernidad.

Cabe recordar que el concepto de identificación posee en la literatura analítica un extenso desarrollo.

Freud describe no solo fenómenos afines al pathos del sujeto, si no que ubica la función de la identificación en la constitución subjetiva.

En el Seminario 24[3] leemos que la identificación es lo que se cristaliza en una identidad y recuerda que para Freud hay al menos tres modos: al padre sostenida en el amor, la  histérica – hecha de participación- y la identificación al rasgo unario. Este último

“nos interesa porque no tiene especialmente que ver con una persona amada. Una persona puede ser indiferente, y sin embargo, uno de sus rasgos será elegido como constituyendo la base de una identificación. Es así como Freud cree poder dar cuenta de la identificación al bigotito del Führer, el que como todos saben jugó un gran papel”.

Estos son ordenados a partir de la primacía del Otro “que deja su huella en lo más profundo de la identidad del sujeto”.[4]

Ahora bien, ¿Cómo salir de la opción “tribu urbana” – “bigotito del Führer”? ¿Cómo no quedar subsumidos bajo los efectos segregativos que promueven las nuevas formas de vivir la pulsión? ¿Cómo no ceder al empuje a mezclarse, en la búsqueda de reconocimiento, en algún conjunto que ofrezca alguna identidad sostenida en una semejanza que rechaza la singularidad?

Hay una opción: la obtenida a partir de un largo camino analítico que culmina, en ocasiones, en la identificación al sinthome, lo más singular de cada uno, a lo que hay que añadirle el desafío de hacerse un nombre propio.

Este es el efecto de la desconstrucción del nombre común que proviene del Nombre del Padre.

Es un significante amo que surgirá luego de un recorrido que suele ir de la desidentificación de los S1 provenientes del campo del Otro, a la construcción del nombre que se articula a una novedosa y singular manera de identificarse. El nombre propio es el resultado de la identificación desalienada del sujeto

Transitando este camino es posible que se acceda a una nueva identificación, por fuera del Otro, que no es del sujeto sino del Uno, “haciendo del sinthome la consistencia definicional del Uno”[5].

En conjunción con esta perspectiva hay que subrayar lo insuficiente que sería quedarse en un psicoanálisis orientado exclusivamente en el vaciamiento del discurso del Otro. El sesgo ineludible a transitar tiene como horizonte acceder a la “consistencia absolutamente singular del sinthome.”[6]

Esta es la oferta del discurso analítico como salida al impasse al que el discurso capitalista empuja al sujeto.

Es la mejor respuesta, la más digna, a los llamados a la identificación masificante que proviene del Otro.

Entonces hay que tener presente que identificarse con el síntoma, o el sinthome, instituye una radical diferencia con identificarse con un significante. La primera enmarca la manera de gozar, la manera de ser. ¡Como se goza se es!.

El nombre propio, metáfora de la singularidad del sinthome, se lo puede definir como la huella digital del goce.

Huella que hace de cada sujeto un ser único e irrepetible.

Nuestra divisa no debe olvidar, que: “No hay normas. Todos los hombres son excepciones a una regla que no existe”[7].

 


[1]  Lacan, J., “La agresividad en psicoanálisis.” Escritos 1. Siglo XXI Editores. Argentina 2003. p. 110
[2]  Laurent, E., Patologías de la identificación en los lazos familiares y sociales. EOL. Grama. Argentina 2007. pp.35-41
[3]  Lacan.J., Seminario XXIV. L´Insu…Inédito. Clase del 16-11-1976. Las identificaciones
[4]  Miller.-A.+, El ultimísimo Lacan. Paidós. Argentina. 2013. pp. 103-114
[5]  Ibíd. p. 134
[6]  Ibíd. p. 140
[7]  Pessoa F.  Aforismos y afines. Emecé, Buenos Aires, 2005.