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Época y psicoanálisis. Un punto de partida.


lacan21 - 26 de mayo de 2020 - 0 comments

Mónica Biaggio - EOL AMP - “Vacío mediador” Tinta sobre papel abril 2020.

Mónica Biaggio – EOL AMP – “Vacío mediador” Tinta sobre papel abril 2020.

Aníbal Leserre – EOL – AMP

Ubicamos al neoliberalismo como la fuerza que se expande y determina las coordenadas de la época. Uno de los trasfondos de esta presencia, a nuestro entender, es el debate sobre la aceptación o rechazo a considerarlo como el emergente del fin de la historia. ¿Es la “nueva razón del mundo”, el único mundo posible? Un debate que no solo se da en el plano de las ideas, se da en las calles y se expande en conflictos de intensas densidades.

Una pregunta muy actual de Lacan

En su texto “Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista”, sostiene que el concepto de Trieb se opone a cualquier tipo de explotación tecnocrática, sea como recurso técnico o, como categoría que forman los técnicos neoliberales. Dicha explotación implica un ejercicio de poder desde una posición de amo (S1). En torno a esta cuestión sostiene un punto absolutamente vigente en lo contemporáneo la época: “…se dirige hacia una socialización que no podrá evitar ni el eugenismo, ni la segregación política de la anomalía.” La figura del analista tiende a ser arrastrada por el discurso de la ciencia hacia el eugenismo, es decir, al servicio de mejorar la especie humana, por un lado, y por otro, es llamada a ser agente de un discurso segregativo, política de la anomalía derivada de la generalización del discurso neoliberal. El psicoanálisis no podrá evitar estos hechos, pero seguramente no debe convertirse ni en su agente ni en su portavoz.

El analista ciudadano

La posición que nos enseña Lacan se puede ubicar en lo que sostiene Éric Laurent cuando presenta al analista ciudadano para situarnos en el campo de lo social. Se trata de hacer existir el psicoanálisis con responsabilidad ya que, hoy, el lugar de lo comunitario tiende a desaparecer a la luz del discurso neoliberal y sus estructuras disciplinarias. La fórmula de Éric Laurent del “Analista ciudadano” se enmarca en la teoría moderna de la democracia:

“Los analistas han de entender que hay una comunidad de intereses entre el discurso analítico y la democracia, ¡pero entenderlo de verdad! Hay que pasar del analista encerrado en su reserva, crítico, a un analista que participa, un analista sensible a las formas de segregación, un analista capaz de entender cuál fue su función y cuál le corresponde ahora”.

Es enfático y claro, y agrega en su texto que el analista no ha de ser de ninguna manera un analista neutro. Que debe participar con su «decir silencioso” que es distinto del silencio, diría de la neutralidad, del reaseguro del refugio en el consultorio o en la institución analítica. Todo lo contrario, este “decir silencioso” implica tomar partido de manera activa ante las pasiones imaginarias, ante las identificaciones que permiten el desencadenamiento de las pasiones narcisistas. Implica mantener la articulación entre normas y particularidades, más allá de estas pasiones narcisistas de las diferencias, sin pensar que es el único y actuar con otros para impedir que, en nombre de una universalidad por ejemplo, como el Neoliberalismo, se olvide lo particular, la particularidad de cada uno; pero también recordar que no se trata tampoco de sustraerle a uno su particularidad no solo por un universal, sino también por alguna razón humanista. Entonces, diría que el analista ciudadano tiene claro el deseo del analista haciendo existir el psicoanálisis en lo social, trasmitiendo el interés que tiene para todos la particularidad de cada uno. Cito: “No se trata de limitarse a cultivar, a recordar la particularidad, sino de transformarla en algo útil, en un instrumento para todos”.  A mi entender, el analista ciudadano articula la posición de Lacan frente a los acontecimientos de época, que fue la de no ceder ante los embates que cuestionaban los principios mismos del psicoanálisis, participar activamente en los debates contemporáneos, por ejemplo, el debate democrático.

Toma relieve la pregunta leninista: ¿qué hacer? Por un lado, el apoyo pleno al sistema democrático en tanto sostiene derechos y la libertad de la palabra. Y por otro, pero en íntima conexión, no refugiarnos en los argumentos de neutralidad, cuestión que no nos obliga a tomar una posición partidista, sino a sostener el deseo del analista. El deseo del analista, en tanto concepto, excede a su dominio de función en el marco de la cura y se ubica plenamente en relación a los discursos que pluralizan lo social como marco simbólico. Se trata de ubicarnos bajo las relaciones de dominio que implican el entramado de lo social. Hoy podemos pensar al neoliberalismo en el lugar del discurso amo (S1) sosteniendo “Soy lo único” con sus efectos de dominación o captura de los sujetos que, al mismo tiempo, ordena al conjunto de los significantes (S2). Una razón más para apoyar la democracia en tanto, “el discurso de la democracia difunde S(Ⱥ). No hay significante último, solo hay un lugar en el cual vienen a inscribirse los significantes que nos permiten orientarnos y los valores que ocultan el agujero consistente en que no hay valor final.”.

Bajo qué términos pensar la época

La diversidad que nos atraviesa es difícil agruparla bajo un solo término.  Por ejemplo, encontramos análisis que ponen su peso en la velocidad, la fugacidad acompañada de la fragmentación y el aislamiento correlativo de la depresión que según la OMS pronto será la causa principal de la discapacidad en el mundo. Otros ponen el énfasis en el valor de la imagen, en lo instantáneo. O se destaca el empresario de sí, autorreferencial, el emprendedor, el ciudadano consumidor. O en términos más generales como la globalización, la flexibilidad, la desregulación, la sociedad del espectáculo, etc. Pero también en los cambios que apuntan al marco simbólico. Para poner un ejemplo: pasar de la palabra pueblo a la de gente; esto tiene la dimensión política de generar el “olvido” de categorías políticas e ideológicas, bajo la idea de antiguas.  Sin embargo, lo que se esconde es el proceso de borrar la memoria.

La generalización nos hace perder de vista lo cercano; me explico: es simplemente pensar que cuando caracterizamos la época con un término o un concepto, hay que luego ubicarlo en las coordenadas de una región, de un país, de una ciudad y así seguimos reduciendo el entorno en el cual practicamos y sobre el cual tratamos de incidir con nuestra acción.

Pensemos algunas coordenadas nombradas a partir de la matriz del mercado, donde los objetos y los individuos no son considerados desde el punto de vista de su utilidad concreta, sino de su valor de intercambio. Esto trae aparejado una subordinación a la abstracción y a sus consecuencias destructivas, ya que el sujeto cae o está impulsado por signos vacíos y abstractos que impactan en la dimensión de vida, en lo afectivo, en lo sensible, en las elecciones, etc. Es lo que varios autores ubican bajo la idea de servidumbre voluntaria, no solo en lo imaginario, sino en lo simbólico, ya que penetra en el lenguaje y alcanza el núcleo del individuo. El individuo es hablado por las configuraciones neoliberales, y esto nos posibilita situar un punto fundamental a través de la siguiente pregunta: ¿alcanza al núcleo del sujeto, tal como lo conceptualizamos desde el psicoanálisis? Esta me parece una de las preguntas fundamentales para ubicar nuestra interpretación sobre la época, sobre el malestar.

Época que acrecienta la relación entre el objeto nada y la mercancía, ya que la búsqueda por alcanzar la satisfacción a través del consumo, a través de objetos que aparecen como la panacea de la felicidad, aplaza una y otra vez la satisfacción. Es el ciudadano consumidor-consumido el individuo que caracteriza la época, que da el clima de época.


NOTAS:
1.Laurent, É., Psicoanálisis y salud mental, Ed. Tres Haches, Buenos Aires, 2000, p.115.
2.Ibid.
3.Miller, J-A., Un esfuerzo de poesía, Paidós, Buenos Aires, 2016, p.52.