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La opacidad, punto de ruptura en la historia


lacan21 - 24 de junio de 2022 - 0 comments

Flávia Cêra (EBP/AMP)

Hay una tesis de Walter Benjamin sobre la filosofía de la historia que dice lo siguiente: “articular históricamente el pasado no significa conocerlo ‘tal como verdaderamente fue’. Significa apropiarse de una reminiscencia, tal como ésta relumbra en un instante de peligro”. La reminiscencia, al contrario de la rememoración, no se reencuentra en lo simbólico y no permite que un sujeto haga de su experiencia una verdad, como dice Miller. La reminiscencia no hace cadena, es la interrupción del texto porque no está en relación con el Otro. Nunca se encuentran muy bien situadas y encuadradas en la trama, son inmemoriales e inolvidables y escapan al tiempo, suspenden el tiempo para marcarlo de otra manera. ¿No sería esto también la lógica de un acontecimiento? ¿Apropiarse de la reminiscencia en el momento de peligro no sería, justamente, la posibilidad de escribir lo que no cesa de no escribirse? Lo que no implica una verdad última ni aun un sentido estable o un decirlo todo, pero apunta hacia la posibilidad de arrancar lo irrepresentable de su desaparición y sobreponer, en el presente, un pasado que no cesa de pasar; mostrar sus deformaciones que responden a los mismos mecanismos de épocas anteriores. Articularlo es justamente colocar la contingencia en juego en lo que se veía como destino. Esta escritura, no obstante, no aparece para reconstruir un mundo perdido y ni siquiera para construir un mundo nuevo, sino para dibujar los bordes de un agujero en el saber. Y que ese agujero permanezca vacío para que no se vuelva asimilable por el orden del día, para que a partir de él sea posible encontrar los alientos, los respiros necesarios, manteniendo abierta la posibilidad de vivir otra historia y, por consiguiente, el porvenir.

Un cuento de Itamar Vieira Júnior intitulado “Na vastidão, o céu da noite” nos enseña algo sobre esto. Nos cuenta sobre Rita, una mujer negra que, en la universidad donde es profesora, escucha a dos compañeros riéndose irónicamente y diciendo “que no podrían más nombrar el evento de agujero negro, ya que podrían acusarlos de racismo en cualquier momento”. Rita investiga sobre los agujeros negros, intenta descifrar sus misterios valiéndose de sus métodos de investigación. En el cuento, el agujero negro, objeto de investigación y de estudio, comienza a confundirse con el agujero negro de la vida de Rita, sobre todo con los rumores que oía sobre Bárbara, su ancestral esclava,  que siempre era evocada cuando Rita se escondía para observar el cielo y soñar. Bárbara, cómo equivoca su propio nombre, era insurrecta a las órdenes, motivo de fascinación y vergüenza en la familia. Entre las mujeres, su enigma circulaba con mucha curiosidad. Su abuela, que era su fuente, le contaba muy poco. La abuela temía la aproximación de las dos porque compartían cierto gusto por la oscuridad de la noche inmensa. El enigma de Rita era el enigma de Bárbara. Rita, sin embargo, no  encontraba documentos, fotos u otros “hechos” que pudiesen probar la existencia de Bárbara excepto esa presencia susurrante y las historias mal contadas de su abuela, siempre en fragmentos imprecisos. Decide entonces, con un forzamiento, un bricolaje de los  “susurros partidos”, escribir una historia que mantiene el agujero en el saber y que extrae de allí otra posibilidad de vida. En esta travesía, locura, mal y oscuridad, las insignias de la alteridad, van vaciándose y ganando un borde que dibuja ese agujero y que retira a Bárbara de un extravío histórico sin encadenarla, sin embargo, al orden del mundo. Nunca se podrá decirla toda. Bárbara está hecha de las ruinas de la historia familiar y también de la historia de un país, de un pueblo. Ella figura aquí desvelando el destino dado al “continente negro”: la segregación. La alteridad que encarna su cuerpo, la enormidad del cielo, lluvia de estrellas, esa “locura”, era también su elemento de “libertad indomable”. Tuvo su precio, es verdad, pero de ese cielo de la noche de Bárbara, Rita puede leer esa locura inscribiéndose en  una suerte de coraje y vocación bajo el cielo estrellado. Aquí la escritura tiene una doble función: es la escritura de una vida cuyo destino se toma como determinado a la repetición y que encuentra otra forma de inscribirse en la historia de Rita y, también, el establecimiento de un texto perdido en el archivo de la historia del mundo. En esta doble función ella representa, pero también presenta lo irrepresentable. Trae noticias discretamente de esta verdad perturbadora en un trabajo de la lengua, de la memoria, de las piezas sueltas.

Rita y Bárbara dicen de Itamar, de María, de Juan, de ti y de mí, porque nos atraviesan, nos convocan, hacen parte de nuestro mundo. Y no meramente, aunque también por él, por un mecanismo de empatía e identificación: es  porque implican y comprometen aquí y ahora, en la transversalidad de las voces, del tiempo, del espacio y de los cuerpos que pueblan el presente. ¿Y cómo nos atraviesa eso?  Saidiya Hartman tiene un texto intitulado “Venus en dos actos” en el que nos propone la fabulación crítica como una forma de trabajo de creación. Y tendríamos que pensar de qué tipo de creación se trata al final de cuentas, porque contiene cuestiones muy complejas. Son muy interesantes las preguntas que ella trae en ese texto y que deberían interrogarnos a todos: ¿cuáles son los límites del archivo, de los hechos narrados, de la verdad, de la ficcionalización y qué se pretende con eso? ¿Qué es la historia? Es ésta, en definitiva, la pregunta que permanece siempre abierta sobre lo irrepresentable. ¿Podemos representarlo? ¿Qué tipo de violencia puede contener esto? ¿A qué tipo de asimilación puede servir todo esto? ¿Qué perdemos cuando dejamos las cosas en el campo de lo irrepresentable, de lo inimaginable? Bárbara y Rita ganan más que una historia, ellas pasan a ser nombres de la historia, los nombres de una vida, que condensan y traspasan pasado, presente y futuro. Eso no cambia la terrible y dolorosa historia de la esclavitud, pero puede alterar alguna cosa en este mundo, en este tiempo que es el nuestro. Allí donde antes había un destino para el pueblo negro, se escribe ahora lo indeterminado, el no-sentido de la determinación. Bárbara, su historia y su escritura, es un punto de ruptura en el continuum de la historia. Ella será siempre un tanto opaca al sentido y es lo que permite esa brecha que resiste a la asimilación, pero ella es también uno de los nombres de la historia, un punto en la constelación, siempre muy difícil de situar y que no puede ser ignorado. Me parece que ahí también se encuentra la importancia, para nosotros, psicoanalistas, de la práctica de la lengua, de los modos de usar la lengua para decir o escribir, para perturbar los archivos, la historia, para hacer alguna cosa con lo irrepresentable, con lo inaccesible que constituye la materia de la vida.

 

Traducción: Juan Cruz Galigniana

Notas:
 1 Benjamin, W. Obras escolhidas. Vol. 1. Magia e técnica, arte e política. Ensaios sobre literatura e história da cultura. São Paulo: Brasiliense, 1987.
2  Miller, J.-A. Perspectivas do Seminário 23. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 2009, p. 52.
3  Junior, Itamar Vieira. Na vastidão, o céu da noite. Disponible en: http://suplementopernambuco.com.br/edições-anteriores/128-botão-vermelho/2588-na-vastidão,-o-céu-da-noite.html
4  Hartman, Saidiya. Venus en dos actos. Revista Eco Pós, n.3, 2020. Disponible en: https://revistaecopos.eco.ufrj.br/eco_pos/article/view/27640