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La puerta a un breve despertar


lacan21 - 9 de noviembre de 2019 - 0 comments

Dolores Amden. Fotografia. “Kinkaku-ji” ; nombre informal del Rokuon-ji.Templo del jardín de los ciervos. Psicoanalista. Argentina

Dolores Amden. Fotografia. “Kinkaku-ji” ; nombre informal del Rokuon-ji.Templo del jardín de los ciervos. Psicoanalista. Argentina

Mª de los Ángeles Morana – Asociada a la NEL

Borges sostiene que en los relatos de Ryûnosuke Akutagawa es difícil “discernir con rigor los elementos orientales y occidentales”.1 Akutagawa (1892-1927) apreciaba el valor artístico de la tradición literaria nipona, siendo a la vez permeable a la escritura de Occidente. Esto le hizo impopular en su patria hasta que Akira Kurosawa, tras la segunda guerra mundial, en un Japón destruido donde era álgida la cuestión de la verdad y de la culpa, combinó dos relatos, “Rashômon” y “En el bosque”, en la película titulada con el nombre dado a la puerta de entrada a Kyoto, Rashômon, que en 1950 ganó el primer premio en el festival de Venecia,2 despertando  interés por la obra del ignorado maestro del cuento corto y por la pregunta que la sensibilidad de Kurosawa retoma desde la ética: ¿Es posible decir la verdad toda acerca de los hechos?

El argumento presenta la suposición de un crimen y las distintas versiones de los testigos y los protagonistas sobre la situación; también aproxima al lector o al espectador a los testigos que, como cualquiera de nosotros, fabrican su versión con los restos de lo visto u oído, intentando cubrir con el sentido el agujero abierto por la intrusión del goce en lo simbólico. Lacan tomó posición, tras la guerra, contra una pertenencia “confesada” o “confesable” a la IPA. Su retorno a Freud, al subrayar que el deslizamiento que se hace con el significante “determina el ser de quien habla” pero que “no es meditando sobre el ser que se dará el menor paso”,3 abre la puerta al ser en cuyos “dominios” hay una grieta…

En “En el bosque”, un samurái y su mujer van a atravesar un bosque camino de Wasaka.4 Lo inesperado es el encuentro con un ladrón que incita la codicia de Takejiro ofreciéndole un tesoro enterrado, con el propósito de engañarlo y tomar a la joven. Tajumaru sostiene ante el oficial del kebichi que no buscaba matar a Takejiro. La contingencia hizo que “una leve brisa” levantara el velo de seda que cubría el rostro de la mujer y desde ese instante ella se constituye en causa de su deseo; en el objeto que siempre escapa y que va a dividirlo, pues “valiente e impetuosa” lo enfrenta con su puñal, una vez la reduce y “la consigue”. Uno de ellos debe morir, dice, o morirá ella “antes que soportar el dolor y la vergüenza de saber vivos a los dos hombres que la habían poseído”. Momento del discurso en que era posible morir de la vergüenza y que tiende a desparecer en nuestra época de “sueños soñados sin regulación”, en el porno, como dice Miller.5 ¿Qué me quiere ella?, ¿quiere gozar de mí?, ¿hacer de mí un asesino cuando soy gran luchador y ladrón?, parece preguntarse Tajumaru…, pero “fue su mirada ardiente” la que le hizo jurar que la haría su mujer y se casaría con ella.

Nunca se sabe a dónde puede llevarnos el amor. Tajumaru desata a Takejiro, que presenció la escena amarrado y con la boca llena de bambú para que no gritara. Metáfora de Akutagawa sobre el silencio del fantasma, cuando no miente la inexistencia de la relación sexual con sus inventos. El samurái enfurecido da combate, hasta que Tajumaru consigue derrotarlo con esfuerzo y atravesarlo con su katana. Entre tanto, Masago se va. En la versión del muerto, narrada por una médium, es él quien se suicida tras la humillación, pues su rival es más potente y le devuelve a su propia insuficiencia, despertando la extrañeza del Otro y el tropiezo con lo que no se escribe del encuentro entre un hombre y una mujer. En la certeza delirante de que el ladrón “hábil con las palabras de amor” cautivó a su esposa, el tormento de los celos lo enloquece. Masago, por su parte, ordena su posición en torno al amor. Busca el signo de amor en la mirada de su esposo, pero encuentra en sus ojos el desprecio. Es su interpretación. “Más herida por esos ojos que por el golpe del ladrón, dejé escapar un gemido y me desvanecí”.

Al volver en sí experimentó otra vez su desprecio y “también su odio”. “Vergüenza, rabia, angustia…; no sé bien lo que sentí. Sin poderme dominar, enloquecida, clavé la daga en su pecho”, para tratar en vano de darse muerte luego. Huye con su dolor, “soportando el peso agobiador de la deshonra”, hace de la soledad su partenaire, ocupando el lugar de objeto del oprobio en un discurso para el que no cumpliría el ideal.

En la película, los testigos asombrados conversan sobre el crimen bajo una intensa lluvia en las ruinas de la puerta de Rashômon. El monje budista había visto pasar a la pareja y reflexiona sobre el destino del hombre “comparable al rocío del alba o a un destello fugaz”. El leñador fue el primero en encontrar, horrorizado, el cadáver en el bosque. El soplón que atrapó a Tajumaru le acusa de matar a Takejiro y de la desaparición de la mujer. Tajumaru se hace responsable únicamente de matar a Takejiro e interpela al comisario: “Yo mato con katana, mientras ustedes matan con el dinero, con los favores y el poder”. Al final, Kurosawa deja abierta la pregunta: ¿cómo negar una interpretación? a la vez que nos confronta con los límites de la misma.

En 1971, Lacan, invitado a Tokio por la editorial Kobundo tras la publicación de los Escritos, en su discurso ante un auditorio ajeno a su enseñanza explica que “El psicoanálisis no es una ascesis”,6 sino una técnica precisa que invita al paciente a decir lo que se le ocurra “para orientarlo “un poco” a ir más allá de lo declarado”. Allí donde “hay una manera de entender que hace que sólo entendamos lo que estamos habituados a entender”, es preciso una oreja que se dé cuenta de que lo que el otro quiere decir “en general, no es lo que está en el texto”.

Al análisis llevamos relatos y sueños sobre los que nuestro saber es ambiguo, desconocemos cómo estamos implicados en aquello que decimos y a fin de cuenta no tenemos idea de aquello que decimos. Porque “el lenguaje jamás es un calco de las cosas”.7 De este modo, Lacan señalaba que es posible, desde la ética, hacer un buen uso del desciframiento para conmover la inclinación a dar la espalda a aquello que nos despierta con sobresalto y así seguir durmiendo. Hay contradicciones, algunas, “sobre las que se puede construir algo”,8 pues el significante no conlleva una significación asegurada, decía al año siguiente en Milán y agregaba: “Hoy cuando todo está develado”. Después el “Hay de lo Uno” le conduce, como Miller destaca, al sínthome en su singularidad indescifrable, al sueño mismo como intérprete, a subrayar que no soñamos sólo cuando dormimos, dando lugar a la pregunta formulada por A. Harari sobre qué nos guía respecto a un buen uso de los sueños en la dirección de la cura.9

Se trata de explorar esta grieta, por vías inéditas, de aprovechar la grieta que existe en cada cosa, como canta L. Cohen,10 pues es allí por donde, brevemente, se cuela una luz.


 

1 Akutagawa, R. Kappa. Los Engranajes. Prólogo de Jorge Luis Borges. Nuevo Mundo Ed, Buenos Aires.
2 Richie, D. The films of Akira Kurosawa, https;//www.amazon.com/films-akira-kurosawa-Donald-Richie/dp/9380032471/
3 Lacan, J., “Du discours psychanalytique”, Université de Milán.12/mai/1972, www.el sigma.com/historia-viva/traducción-de-la-conferencia-de-lacan-en-milan
4 Akutagawa, R. “En el bosque”, https://lecturia.org/cuentos-y-relatos/ryunosuke-akutagawa-bosque/760/
5 Miller, J.-A. “El inconsciente y el cuerpo hablante”, http://www.congresoamp2016.com
6 Lacan, J., “Discurso de Tokio”, https://es.scribd.com/document/174318387/Jacques-Lacan-Discurso-de-Tokio-1971
7 Ibíd.
8 Ibíd.
9 Harari, A., “El sueño, su interpretación y su uso en la cura lacaniana”, www.eol.org.ar/biblioteca/lacancotidiano/LC-cero-847.pdf
10 Cohen, L. “Anthem”, https://www.telegraph.co.uk/music/artists/the-best-leonard-cohen-lyrics/